13/04/2018, 14:48
Kiroe estaba en claro estado de shock.
Los ojos desorbitados, el cuerpo temblando sin control, agarrándose con fiereza a su hijo en peligro... Y, aún así, se las apañó para responder con voz trémula:
—N... no lo s... é. ¡No lo sé! ¡Zetsuo, por favor, sálvale, por favor, por favor, POR FAVOR!
E, incapaz de soportarlo más tiempo, la mujer se desplomó.
—¡Me cago en mi vida! ¡Pero no te desmayes tú también, mujer!
El médico suspiró y se masajeó el puente de la nariz. Ahora tenía frente a sí tres cuerpos inertes que cargar, y ellos eran sólo dos.
Cuando volvió en sí, lo primero que vio fue blanco. No había lluvia, ni un cielo cubierto de nubes. Tan sólo un techo blanco, recorrido en su longitud por tubos de luz. Extrañada, Ayame volvió la cabeza con debilidad acumulada. Estaba tumbada sobre una camilla, y no sobre la arena de la playa como habría esperado. Incluso habían sustituido sus ropas por una bata blanca anudada a su cintura por un cordón.
—¿Dónde...?
—Ayame —la llamó una voz conocida, y se encontró cara a cara con su hermano mayor, que la contemplaba con gesto sombrío.
Y entonces sintió una amarga pesadez en el pecho.
—¿Dónde... estoy...?
—En el hospital —respondió, con su habitual monotonía.
Ayame ahogó una exclamación y hundió los hombros al recordar el final de su combate contra Daruu. El chico debía de haberla traído hasta allí después de haber caído inconsciente.
—¿Y... Y dónde está Daruu?
No recibió respuesta enseguida, y Ayame volvió a mirar a su hermano.
—¿Y Daruu?
Kori frunció los labios y apartó la mirada. Y el terror creció como la espuma en el pecho de Ayame.
—¡¿Dónde está Daruu?!
Los ojos desorbitados, el cuerpo temblando sin control, agarrándose con fiereza a su hijo en peligro... Y, aún así, se las apañó para responder con voz trémula:
—N... no lo s... é. ¡No lo sé! ¡Zetsuo, por favor, sálvale, por favor, por favor, POR FAVOR!
E, incapaz de soportarlo más tiempo, la mujer se desplomó.
—¡Me cago en mi vida! ¡Pero no te desmayes tú también, mujer!
El médico suspiró y se masajeó el puente de la nariz. Ahora tenía frente a sí tres cuerpos inertes que cargar, y ellos eran sólo dos.
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Cuando volvió en sí, lo primero que vio fue blanco. No había lluvia, ni un cielo cubierto de nubes. Tan sólo un techo blanco, recorrido en su longitud por tubos de luz. Extrañada, Ayame volvió la cabeza con debilidad acumulada. Estaba tumbada sobre una camilla, y no sobre la arena de la playa como habría esperado. Incluso habían sustituido sus ropas por una bata blanca anudada a su cintura por un cordón.
—¿Dónde...?
—Ayame —la llamó una voz conocida, y se encontró cara a cara con su hermano mayor, que la contemplaba con gesto sombrío.
Y entonces sintió una amarga pesadez en el pecho.
—¿Dónde... estoy...?
—En el hospital —respondió, con su habitual monotonía.
Ayame ahogó una exclamación y hundió los hombros al recordar el final de su combate contra Daruu. El chico debía de haberla traído hasta allí después de haber caído inconsciente.
—¿Y... Y dónde está Daruu?
No recibió respuesta enseguida, y Ayame volvió a mirar a su hermano.
—¿Y Daruu?
Kori frunció los labios y apartó la mirada. Y el terror creció como la espuma en el pecho de Ayame.
—¡¿Dónde está Daruu?!