13/04/2018, 23:35
(Última modificación: 13/04/2018, 23:50 por Aotsuki Ayame.)
La puerta de la habitación se abrió de golpe, y Zetsuo suspiró para sus adentros. Aunque comprendía a la perfección la desesperación de la mujer.
—Deberías haber esperado a que te dijera que podías pasar, Kiroe —dijo, sin embargo. Pero tampoco la echó de la habitación. ¿Para qué intentarlo siquiera? Si hubiese sido la situación contraria, si hubiese sido cualquiera de sus dos hijos los que se encontraran en aquel estado, ningún enfermero ni medicucho podría haberle impedido su paso tampoco.
La mujer avanzó entre zancadas sin dejar de observar a Daruu. La incredulidad, el más desgarrador sufrimiento, se revelaba en su rostro. Ahogó un sollozo trémulo y, de repente, se abrazó al médico con todas sus fuerzas. El cuerpo de Zetsuo se tensó como una tabla durante un breve instante, pero al final terminó por suspirar y dejarla hacer. Con cierta torpeza, le apoyó una mano en el hombro.
—¿Por qué tiene que pasarme esto a mí...? ¿Por qué tiene que pasarle esto a él...? —sollozaba, angustiada.
Fue entonces cuando se separó de él. Y cuando Zetsuo se topó con sus ojos purpúreos y leyó más allá de ellos no pudo sino ahogar una exclamación antes de que la mujer pronunciara siquiera palabra.
—No importa cómo lo hagas. Pero quiero que le transplantes mis ojos. Hazlo.
Zetsuo la observó con severidad y entornó sus ojos aguamarina.
—Kiroe, la situación nos ha pillado a todos por sorpresa. Pero no puedes permitir que los sentimientos te arrastren así, en caliente —le reprendió, sacudiendo la cabeza. Giró la cabeza para mirar a Daruu, aún inconsciente en la camilla—. Espera un poco. Debes pensar con la cabeza fría. Él ya no está en peligro y podrá seguir viviendo. Será duro para él. Pero podrá hacerlo.
—¡¡KORI!! ¡¡RESPÓNDEME, POR FAVOR!! —le suplicó Ayame, con lágrimas en los ojos.
Él la miró con sus ojos de escarcha, pero Ayame ahogó una exclamación cuando no vio la absoluta gelidez habitual en ellos. Casi parecía... como si el color de sus iris se estuviera derritiendo. El Jōnin se sentó en el borde de la camilla. Y con cada segundo de silencio que pasaba, Ayame sentía que algo se resquebrajaba dentro de ella.
—Él está bien, Ayame —respondió con simpleza.
—¿Pero...? —vaticinó la muchacha, con la voz temblorosa.
Él torció el gesto. Ojalá fuera su padre y no él quien estuviera en aquella situación. Zetsuo estaba habituado a dar esa clase de noticias, directo y certero pero al mismo tiempo con delicadeza. Él no disponía de aquellas cualidades. Y temía con cada fibra de su ser cuál iba a ser la reacción de Ayame al enterarse.
—Pero ha perdido los ojos.
Directo y certero como una puñalada en el corazón.
Así fue como lo vivió Ayame, que se quedó congelada en el sitio.
—Deberías haber esperado a que te dijera que podías pasar, Kiroe —dijo, sin embargo. Pero tampoco la echó de la habitación. ¿Para qué intentarlo siquiera? Si hubiese sido la situación contraria, si hubiese sido cualquiera de sus dos hijos los que se encontraran en aquel estado, ningún enfermero ni medicucho podría haberle impedido su paso tampoco.
La mujer avanzó entre zancadas sin dejar de observar a Daruu. La incredulidad, el más desgarrador sufrimiento, se revelaba en su rostro. Ahogó un sollozo trémulo y, de repente, se abrazó al médico con todas sus fuerzas. El cuerpo de Zetsuo se tensó como una tabla durante un breve instante, pero al final terminó por suspirar y dejarla hacer. Con cierta torpeza, le apoyó una mano en el hombro.
—¿Por qué tiene que pasarme esto a mí...? ¿Por qué tiene que pasarle esto a él...? —sollozaba, angustiada.
Fue entonces cuando se separó de él. Y cuando Zetsuo se topó con sus ojos purpúreos y leyó más allá de ellos no pudo sino ahogar una exclamación antes de que la mujer pronunciara siquiera palabra.
—No importa cómo lo hagas. Pero quiero que le transplantes mis ojos. Hazlo.
Zetsuo la observó con severidad y entornó sus ojos aguamarina.
—Kiroe, la situación nos ha pillado a todos por sorpresa. Pero no puedes permitir que los sentimientos te arrastren así, en caliente —le reprendió, sacudiendo la cabeza. Giró la cabeza para mirar a Daruu, aún inconsciente en la camilla—. Espera un poco. Debes pensar con la cabeza fría. Él ya no está en peligro y podrá seguir viviendo. Será duro para él. Pero podrá hacerlo.
. . .
—¡¡KORI!! ¡¡RESPÓNDEME, POR FAVOR!! —le suplicó Ayame, con lágrimas en los ojos.
Él la miró con sus ojos de escarcha, pero Ayame ahogó una exclamación cuando no vio la absoluta gelidez habitual en ellos. Casi parecía... como si el color de sus iris se estuviera derritiendo. El Jōnin se sentó en el borde de la camilla. Y con cada segundo de silencio que pasaba, Ayame sentía que algo se resquebrajaba dentro de ella.
—Él está bien, Ayame —respondió con simpleza.
—¿Pero...? —vaticinó la muchacha, con la voz temblorosa.
Él torció el gesto. Ojalá fuera su padre y no él quien estuviera en aquella situación. Zetsuo estaba habituado a dar esa clase de noticias, directo y certero pero al mismo tiempo con delicadeza. Él no disponía de aquellas cualidades. Y temía con cada fibra de su ser cuál iba a ser la reacción de Ayame al enterarse.
—Pero ha perdido los ojos.
Directo y certero como una puñalada en el corazón.
Así fue como lo vivió Ayame, que se quedó congelada en el sitio.