24/04/2018, 11:49
(Última modificación: 24/04/2018, 11:49 por Aotsuki Ayame.)
Una semana de tregua se habían dado. Y Ayame no desperdició ni un solo día.
Aunque pareciera que no, había sido muy consciente de los errores que había cometido en su anterior enfrentamiento con Daruu. Y no estaba dispuesta a permitir que ocurrieran de nuevo. Por eso, y en vistas de la revancha que estaba a punto de sucederse, entrenó como pocas veces lo había hecho.
Todas las mañanas se levantaba más temprano de lo habitual, se ataviaba con su indumentaria de kunoichi y salía a correr. Corría y corría, sin ningún destino concreto, hasta que los pulmones le ardían y las piernas le flaqueaban. Sólo entonces paraba, caminaba hasta algún lugar apartado donde no hubiese nadie que pudiera resultar herido sin quererlo, y comenzaba a lanzar técnicas a diestro y siniestro. Aquel modus operandi lo repetía todos los días con un sólo propósito: aumentar su capacidad de aguante para no extenuarse a la mínima, como ya le había ocurrido y tan caro le había salido. Pese a todo, no pidió ayuda a nadie. Ni mucho menos a Kōri. Él mismo le había dicho que le pidiera ayuda cuando lo necesitara, pero más allá de ser su hermano mayor, era el sensei de ambos. Y no lo habría considerado justo cuando, precisamente, era su propio compañero de equipo contra el que se iba a enfrentar.
Y así pasó la semana. De forma lenta y rápida al mismo tiempo, pero de manera inexorable en cualquier caso.
«Hoy no llueve... Mal augurio.» Aquel fue el primer pensamiento que le cruzó la cabeza cuando salió de casa, y un escalofrío recorrió su espalda.
Kōri les había citado a ambos en el Torreón de Prueba de buena mañana. Ayame ya había estado allí con anterioridad, peor no pudo evitar sentirse cohibida ante la enorme y gruesa torre de hormigón, surcada por infinidad de tuberías, que ascendía hacia el cielo como si se disputara la altura con las nubes.
«Bueno... Vamos allá.» Con un ligero suspiro, se adentró en el torreón y tomó el ascensor. El ascenso hasta el estadio del último piso se hizo interminable, pero tras varios largos minutos el recorrido llegó a su final.
Ayame volvió a respirar hondo, cuadró los hombros y, con toda la entereza que fue capaz de reunir, salió del ascensor y se dirigió hacia el centro del área de combate. Allí estaba Daruu, sentado sobre sus rodillas disfrutando de la quietud del momento. A aquellas horas de la mañana aún no había nadie allí, ni siquiera en las gradas, por lo que podrían dar rienda a su enfrentamiento sin tener que preocuparse de los posibles mirones.
—Buenos días, Daruu-kun —saludó Ayame, acercándose a él con una sonrisa nerviosa dibujada en sus labios. Entonces se dio cuenta de algo y miró a su alrededor con cierta confusión—. ¿No ha llegado Kōri aún? Qué raro... salió antes que yo.
Aunque pareciera que no, había sido muy consciente de los errores que había cometido en su anterior enfrentamiento con Daruu. Y no estaba dispuesta a permitir que ocurrieran de nuevo. Por eso, y en vistas de la revancha que estaba a punto de sucederse, entrenó como pocas veces lo había hecho.
Todas las mañanas se levantaba más temprano de lo habitual, se ataviaba con su indumentaria de kunoichi y salía a correr. Corría y corría, sin ningún destino concreto, hasta que los pulmones le ardían y las piernas le flaqueaban. Sólo entonces paraba, caminaba hasta algún lugar apartado donde no hubiese nadie que pudiera resultar herido sin quererlo, y comenzaba a lanzar técnicas a diestro y siniestro. Aquel modus operandi lo repetía todos los días con un sólo propósito: aumentar su capacidad de aguante para no extenuarse a la mínima, como ya le había ocurrido y tan caro le había salido. Pese a todo, no pidió ayuda a nadie. Ni mucho menos a Kōri. Él mismo le había dicho que le pidiera ayuda cuando lo necesitara, pero más allá de ser su hermano mayor, era el sensei de ambos. Y no lo habría considerado justo cuando, precisamente, era su propio compañero de equipo contra el que se iba a enfrentar.
Y así pasó la semana. De forma lenta y rápida al mismo tiempo, pero de manera inexorable en cualquier caso.
«Hoy no llueve... Mal augurio.» Aquel fue el primer pensamiento que le cruzó la cabeza cuando salió de casa, y un escalofrío recorrió su espalda.
Kōri les había citado a ambos en el Torreón de Prueba de buena mañana. Ayame ya había estado allí con anterioridad, peor no pudo evitar sentirse cohibida ante la enorme y gruesa torre de hormigón, surcada por infinidad de tuberías, que ascendía hacia el cielo como si se disputara la altura con las nubes.
«Bueno... Vamos allá.» Con un ligero suspiro, se adentró en el torreón y tomó el ascensor. El ascenso hasta el estadio del último piso se hizo interminable, pero tras varios largos minutos el recorrido llegó a su final.
Ayame volvió a respirar hondo, cuadró los hombros y, con toda la entereza que fue capaz de reunir, salió del ascensor y se dirigió hacia el centro del área de combate. Allí estaba Daruu, sentado sobre sus rodillas disfrutando de la quietud del momento. A aquellas horas de la mañana aún no había nadie allí, ni siquiera en las gradas, por lo que podrían dar rienda a su enfrentamiento sin tener que preocuparse de los posibles mirones.
—Buenos días, Daruu-kun —saludó Ayame, acercándose a él con una sonrisa nerviosa dibujada en sus labios. Entonces se dio cuenta de algo y miró a su alrededor con cierta confusión—. ¿No ha llegado Kōri aún? Qué raro... salió antes que yo.