26/04/2018, 15:20
Y estaba claro que Daruu no iba a desaprovechar la oportunidad.
Lo supo cuando le vio a varios metros de ella, maltrecho por el ataque que acababa de recibir, pero con los codos clavados en el suelo. Le vio realizar un único sello. Y sintió auténtico pánico cuando llegó hasta sus oídos el nombre de la técnica.
—Suiton... Bakusui... Shouha.
Los ojos se le abrieron como platos. ¿Estaba hablando en serio? ¿O sería algún tipo de escaramuza para asustarla y engañarla con otra artimaña? Desgraciadamente, no fue así. Daruu tomó aire y arqueó el cuerpo, exhalando una ingente cantidad de agua que restalló contra el suelo que se encontraba por debajo de él y se alzó rugiente como un monstruo con forma de ola gigante que avanzaba como el inexorable tsunami que era. Ayame quiso reincorporarse, pero apenas fue capaz de apoyar los brazos para levantar la espalda. Quiso defenderse, pero había gastado demasiada energía de golpe y aún seguía resollando con esfuerzo. Quiso licuar su cuerpo para al menos mitigar los daños que iba a sufrir cuando fuera arrollada, pero ni siquiera tenía fuerzas para eso.
—Maldito animal... vas a ahogarme con mi propio agua... —farfulló entre dientes, con un hilo de voz, incapaz de apartar la mirada de aquella terrible ola.
Y casi no tuvo tiempo de taparse la nariz y la boca con las manos.
Aunque no sirvió de demasiado. El tsunami cayó sobre ella y la arrastró como si no fuera más que un pelele de trapo. En el primer golpe contra el suelo le arrancó las manos del rostro y el agua la inundó y sus pulmones ardieron. En el segundo golpe perdió la noción del espacio y dejó de saber dónde estaba arriba y dónde abajo. Y en el tercer golpe estuvo a punto de perder el conocimiento. Ni siquiera supo cuánto tiempo estuvo así, pero al cabo de un tiempo que a ella se le hizo eterno las aguas terminaron por calmarse y ella quedó flotando inerte en su regazo, ahora acunada por la suavidad de sus brazos. Aún tardó algunos segundos más en reaccionar, cuando su cuerpo le exigió la urgencia del oxígeno. Ayame se retorció sobre sí misma y pataleó y braceó con toda su rabia. Rompió la superficie del agua entre violentas toses, tratando de escupir todo el agua que había ingerido sin quererlo. Como buenamente pudo, concentró el chakra en las extremidades y se apoyó sobre el agua para incorporarse sobre esta.
—Maldito... bruto... ¿No tenías... algo más grande... que tirarme...? —maldecía entre toses, y de alguna manera se las apañó para alzar la mirada hacia él. Comprobó con cierto orgullo hacia sí misma que ambos se encontraban en una situación más o menos similar, ambos igual de cansados y ambos igual de heridos. No podía bajar la guardia ahora. Respiró hondo, aunque le seguían escociendo los pulmones y la garganta, y miró a su alrededor. La técnica de Daruu había inundado el terreno, y la fuerza del agua había derribado los dos pilares de hielo, cuyos fragmentos ahora flotaban por la superficie de aquella suerte de pequeño lago artificial de unos diez metros de diámetro.
Eso la favorecía...
Pero también le favorecía a él...
Comenzó a andar en lateral hacia la derecha, con los ojos clavados en Daruu mientras le rodeaba como un lobo arrincona a una oveja. Aunque, en aquel caso, estaban hablando de dos lobos. Tenía que pensar algo, y tenía que hacerlo rápido...
—Creo que no ha sido muy inteligente inundar el estadio. Recuerda que yo soy el agua —le provocó, aunque lo único que pretendía era ganar tiempo para pensar una posible estrategia.
Lo supo cuando le vio a varios metros de ella, maltrecho por el ataque que acababa de recibir, pero con los codos clavados en el suelo. Le vio realizar un único sello. Y sintió auténtico pánico cuando llegó hasta sus oídos el nombre de la técnica.
—Suiton... Bakusui... Shouha.
Los ojos se le abrieron como platos. ¿Estaba hablando en serio? ¿O sería algún tipo de escaramuza para asustarla y engañarla con otra artimaña? Desgraciadamente, no fue así. Daruu tomó aire y arqueó el cuerpo, exhalando una ingente cantidad de agua que restalló contra el suelo que se encontraba por debajo de él y se alzó rugiente como un monstruo con forma de ola gigante que avanzaba como el inexorable tsunami que era. Ayame quiso reincorporarse, pero apenas fue capaz de apoyar los brazos para levantar la espalda. Quiso defenderse, pero había gastado demasiada energía de golpe y aún seguía resollando con esfuerzo. Quiso licuar su cuerpo para al menos mitigar los daños que iba a sufrir cuando fuera arrollada, pero ni siquiera tenía fuerzas para eso.
—Maldito animal... vas a ahogarme con mi propio agua... —farfulló entre dientes, con un hilo de voz, incapaz de apartar la mirada de aquella terrible ola.
Y casi no tuvo tiempo de taparse la nariz y la boca con las manos.
Aunque no sirvió de demasiado. El tsunami cayó sobre ella y la arrastró como si no fuera más que un pelele de trapo. En el primer golpe contra el suelo le arrancó las manos del rostro y el agua la inundó y sus pulmones ardieron. En el segundo golpe perdió la noción del espacio y dejó de saber dónde estaba arriba y dónde abajo. Y en el tercer golpe estuvo a punto de perder el conocimiento. Ni siquiera supo cuánto tiempo estuvo así, pero al cabo de un tiempo que a ella se le hizo eterno las aguas terminaron por calmarse y ella quedó flotando inerte en su regazo, ahora acunada por la suavidad de sus brazos. Aún tardó algunos segundos más en reaccionar, cuando su cuerpo le exigió la urgencia del oxígeno. Ayame se retorció sobre sí misma y pataleó y braceó con toda su rabia. Rompió la superficie del agua entre violentas toses, tratando de escupir todo el agua que había ingerido sin quererlo. Como buenamente pudo, concentró el chakra en las extremidades y se apoyó sobre el agua para incorporarse sobre esta.
—Maldito... bruto... ¿No tenías... algo más grande... que tirarme...? —maldecía entre toses, y de alguna manera se las apañó para alzar la mirada hacia él. Comprobó con cierto orgullo hacia sí misma que ambos se encontraban en una situación más o menos similar, ambos igual de cansados y ambos igual de heridos. No podía bajar la guardia ahora. Respiró hondo, aunque le seguían escociendo los pulmones y la garganta, y miró a su alrededor. La técnica de Daruu había inundado el terreno, y la fuerza del agua había derribado los dos pilares de hielo, cuyos fragmentos ahora flotaban por la superficie de aquella suerte de pequeño lago artificial de unos diez metros de diámetro.
Eso la favorecía...
Pero también le favorecía a él...
Comenzó a andar en lateral hacia la derecha, con los ojos clavados en Daruu mientras le rodeaba como un lobo arrincona a una oveja. Aunque, en aquel caso, estaban hablando de dos lobos. Tenía que pensar algo, y tenía que hacerlo rápido...
—Creo que no ha sido muy inteligente inundar el estadio. Recuerda que yo soy el agua —le provocó, aunque lo único que pretendía era ganar tiempo para pensar una posible estrategia.