5/05/2018, 17:08
Jin prácticamente le arrancó el maíz de las manos en cuanto lo tuvo al alcance. Ayame, asustada, se echó hacia atrás de un brinco, observando cómo su compañero de aldea devoraba como un animal hambriento y sin ningún tipo de compasión los granos dorados.
«Ahora entiendo por qué me ha dicho que guardara una parte... ¡Es incapaz de controlarse!» Meditó, arrugando ligeramente la nariz. Le recordaba a un drogadicto que hubiese estado un tiempo sin su anhelo.
Y aquello le traía recuerdos muy lejanos, casi difusos, cargados de alcohol y desesperación...
Por suerte, no llegó a intentar atacarla por conseguir la parte que guardaba. Sólo cuando hubo terminado pareció calmarse ese ansia suya, y se volvió de nuevo hacia ella.
—Gracias y… siento todo lo de antes —dijo, y Ayame negó con la cabeza.
—No te preocupes. Esta casa... saca lo peor de nosotros. Yo le tengo pánico a la oscuridad, por eso no podía moverme cuando se iba la luz —confesó, apartando la mirada con un ligero rubor en sus mejillas.
—Quiero preguntarte una cosa más, aun armada con el kunai, ¿cómo pretendes que hagamos frente a los tipos que estaban fuera una vez salgamos?
Ayame miró el kunai. Lo sujetaba como si le fuera la vida en ello, pero después de haberse sentido tan indefensa, sin siquiera ser capaz de utilizar sus técnicas, sentía que aquel arma era su única defensa en aquella casa maldita. Y aún así recordaba los aullidos que habían escuchado en el exterior, los Cazadores cobrándose sus presas...
—No lo sé... La verdad, no tengo ni idea... Pero quedarnos aquí no es la solución. Sometidos a este estrés, sin comida ni bebida, no tardaremos en enloquecer... como mínimo —concluyó, sacudiendo la cabeza. Echó a andar hacia la salida de la cocina, esperando que Jin la siguiera. Ya no tenían nada más que hacer allí, por lo que sólo les quedaba reunirse con los demás. Y entonces, una idea surcó su cabeza. Sacó con su mano libre la llave que le correspondía y la observó con detenimiento—. Las llaves tienen forma de pieza de puzzle... —comentó.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. Ya no sonaba aquel extraño tictac. No se escuchaba el viento a través de las ventanas. Sólo el sonido de sus pisadas contra el suelo llenaba el edificio. Las paredes a su alrededor parecían estar derritiéndose, deformándose como si estuvieran hechas con cera derretida por un calor inexistente. ¿Acaso se les iba a caer la casa encima?
—¡Chicos! —la voz de Riko llegó hasta ellos, y a Ayame se le iluminó el rostro al ver a sus otros dos compañeros allí.
—¡Ah! ¡Menos mal que estáis bien! —exclamó, llena de alegría.
Y no era la única.
—¡He conseguido la única parte que nos faltaba! Ya tenemos las cuatro partes, ahora tenemos que averiguar cómo salir de aquí.
—¡Entonces eso significa que ya podemos salir de aquí! —dio una palmada, con el corazón galopante de alegría—. Escuchad, antes se lo he dicho a Jin-san, las llaves tienen forma de piezas de puzzle. ¡Quizás lo que tenemos que hacer es unirlas y entonces pasará algo! Puede que ni siquiera nos tengamos que encontrar a los Cazadores.