9/05/2018, 01:14
Antes de tomar a los equinos, ambos chicos se atrevieron a bromear sobre correr una maratón. Sin duda debía ser algo así como el sentido del humor shinobi, el hombre no llegaba a entenderlo. Pero tampoco hizo por mostrarse indiferente y distante, tan solo lanzó una cordial sonrisa. Karamaru fue el primero el alzarse para montar sobre el lomo de su corcel, y tras ello no tardó en tomar las riendas y trazar casi una circunferencia. Al llegar de nuevo al lado de los otros dos, lanzó una pregunta directa hacia Tomohiro.
—Pues... no lo se, supongo que estará dormida ya... —contestó sin saber muy bien si estaba en lo cierto.
Pero, con muy buen tacto y bastante sabiduría, la rubia hizo caso omiso a eso de que las rubias son tontas. Zanjó el asunto sobre la hija alegando que aunque estuviese despierta, ya no eran horas de molestarla. La mejor opción era la que proponía, preguntar a la pequeña por la mañana.
—Si, creo que será lo mejor —afirmó el hombre —igual ella siempre suele acostarse temprano, por lo que diría que aunque esté aún en pié, estará bien cansada.
Sin demora, el hombre imitó a Karamaru, y tomó las riendas de su caballo. Éste fue quizás el último, y para cuando ya todos estaban a lomos de los equinos, el hombre se adelantó en pos de mostrar nuevamente el camino a seguir. A trote, pues a galope ya era demasiado, el hombre avanzó por las calles. Giró una vez a la derecha, dos a la izquierda, continuó recto un pequeño tramo, y nuevamente giró a la derecha. Al cabo de apenas diez minutos, llegaron a lo que parecía el final del trayecto.
—Llegamos... hogar, dulce hogar.
El hombre alzó la mano, indicando la que era su casa. Se trataba de una edificación antigua, como el resto de la aldea, de tono blanco y algunos detalles en madera. Tenía un porche amplio, con bebederos y un pequeño pajar al extremo derecho. Incluso había una barra con varias correas, lo que sin duda parecía ser el sitio donde quedaban los caballos. En el interior de la casa no parecían haber luces encendidas. Parecía que la familia del hombre ya dormía. El gran azul ya hacía tiempo que se había sumido en pleno azabache, no era de extrañar...
Tomohiro avanzó hasta el poste, y amarró a su caballo dejando bastante holgada la cuerda. Tras ello, continuaría avanzando hasta la puerta de su casa. Tomó el pomo, y abrió la puerta. El interior lucía totalmente oscuro, apenas se podía distinguir lo que había. Al menos no desde fuera, la luz estaba ausente, pero el hombre se conocía cada centímetro de su casa.
—Guardad silencio... andan dormidas. —aclaró, por si no estaba claro, obviamente en un susurro.
Sin mas, el hombre avanzó pero al entrar al salón del todo, hizo un gesto a los chicos para que esperasen. El salón era enorme, y aunque no podía distinguirse bien las cosas, parecía adornado por varios cuadros. Había una mesa de bajo tamaño en mitad del mismo, y algún que otro florero o jarrón de gran tamaño. No todo podía discernirse bien, todo era difuso entre tanta oscuridad.
—Aquí tenéis, una cama para cada uno. —anunció el hombre en otro susurro.
Consigo traía dos colchones finos, así como dos mantas enrolladas. Sin demora, expuso ambas sobre el suelo de madera. Si, esas eran las camas que les estaba ofreciendo. Tras ello, volteó hacia la puerta de la calle y cerró el cerrojo.
—Buenas noches.
Tras ello, el hombre se dirigió hacia la habitación contigua, seguramente a dormir.
—Pues... no lo se, supongo que estará dormida ya... —contestó sin saber muy bien si estaba en lo cierto.
Pero, con muy buen tacto y bastante sabiduría, la rubia hizo caso omiso a eso de que las rubias son tontas. Zanjó el asunto sobre la hija alegando que aunque estuviese despierta, ya no eran horas de molestarla. La mejor opción era la que proponía, preguntar a la pequeña por la mañana.
—Si, creo que será lo mejor —afirmó el hombre —igual ella siempre suele acostarse temprano, por lo que diría que aunque esté aún en pié, estará bien cansada.
Sin demora, el hombre imitó a Karamaru, y tomó las riendas de su caballo. Éste fue quizás el último, y para cuando ya todos estaban a lomos de los equinos, el hombre se adelantó en pos de mostrar nuevamente el camino a seguir. A trote, pues a galope ya era demasiado, el hombre avanzó por las calles. Giró una vez a la derecha, dos a la izquierda, continuó recto un pequeño tramo, y nuevamente giró a la derecha. Al cabo de apenas diez minutos, llegaron a lo que parecía el final del trayecto.
—Llegamos... hogar, dulce hogar.
El hombre alzó la mano, indicando la que era su casa. Se trataba de una edificación antigua, como el resto de la aldea, de tono blanco y algunos detalles en madera. Tenía un porche amplio, con bebederos y un pequeño pajar al extremo derecho. Incluso había una barra con varias correas, lo que sin duda parecía ser el sitio donde quedaban los caballos. En el interior de la casa no parecían haber luces encendidas. Parecía que la familia del hombre ya dormía. El gran azul ya hacía tiempo que se había sumido en pleno azabache, no era de extrañar...
Tomohiro avanzó hasta el poste, y amarró a su caballo dejando bastante holgada la cuerda. Tras ello, continuaría avanzando hasta la puerta de su casa. Tomó el pomo, y abrió la puerta. El interior lucía totalmente oscuro, apenas se podía distinguir lo que había. Al menos no desde fuera, la luz estaba ausente, pero el hombre se conocía cada centímetro de su casa.
—Guardad silencio... andan dormidas. —aclaró, por si no estaba claro, obviamente en un susurro.
Sin mas, el hombre avanzó pero al entrar al salón del todo, hizo un gesto a los chicos para que esperasen. El salón era enorme, y aunque no podía distinguirse bien las cosas, parecía adornado por varios cuadros. Había una mesa de bajo tamaño en mitad del mismo, y algún que otro florero o jarrón de gran tamaño. No todo podía discernirse bien, todo era difuso entre tanta oscuridad.
—Aquí tenéis, una cama para cada uno. —anunció el hombre en otro susurro.
Consigo traía dos colchones finos, así como dos mantas enrolladas. Sin demora, expuso ambas sobre el suelo de madera. Si, esas eran las camas que les estaba ofreciendo. Tras ello, volteó hacia la puerta de la calle y cerró el cerrojo.
—Buenas noches.
Tras ello, el hombre se dirigió hacia la habitación contigua, seguramente a dormir.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~