11/05/2018, 01:48
(Última modificación: 11/05/2018, 09:20 por Aotsuki Ayame.)
El tiempo se les acababa, la casa parecía retorcerse sobre sí misma como si en cualquier momento fuera a desplomarse sobre el grupo para atraparlos para siempre entre sus cimientos malditos...
Y, mientras tanto, incapaces de sobrellevar por más tiempo aquélla discordia, Riko y Jin se habían enzarzado en una pelea a base de patadas y puñetazos.
—¡¡¡PARAD!!! ¡¡¡PARAD!!! —suplicaba Ayame, odiándose por ser tan cobarde como para no atreverse a intervenir para separarlos ni aún contando con la ayuda de su preciado kunai.
Y fue entonces cuando escuchó aquella carcajada que parecía reverberar por todas las paredes de la casa y le conseguía poner todos los pelos de punta.
—¡JA, JA, JA, JA, JA!
Y allí estaba, sentado en las escaleras, riéndose a mandíbula batiente mientras se sujetaba el estómago. El Ahorcado les observaba.
—Todos sois iguales... Egoístas, manipulativos, incapaces de pensar en otra persona más allá de vosotros mismos, por mucho que aparentéis —habló el hombre, limpiándose las lágrimas que salían de sus brillantes ojos—. Lástima que en su momento yo también confiase en mis amigos tanto que me apuñalaron en la espalda.
»Yo vine aquí, con tres personas más, dos chicos y una chica; sí, venimos a investigar y al final acabé siendo asesinado por quienes consideraba mis amigos... Pero logré hacer lo que nadie pudo: ligar mi vida a la de esta casa.
«¿Ligar su vida a la de la casa...?» Meditaba la temblorosa Ayame. ¿Acaso eso era posible? ¿Y eso quería decir que... si la casa dejaba de existir... él también lo haría?
El Ahorcado esbozó una media sonrisa y revolvió sus cabellos al mismo tiempo que se reincorporaba y se apoyaba en la barandilla de las escaleras. Y siguió hablando. Habló de cómo les había engañado para hacerles entrar en la casa como si no fueran más que ratones siendo atraídos a una trampa mortal. Habló de que había habido más, muchos más antes que ellos, y que nadie había conseguido sobrevivir a aquella locura sin sentido. Y habló de que les daría otra oportunidad...
De debajo de las escaleras arrastró a una silueta hacia la luz. La silueta de Jin. Del falso Jin.
—Podréis salir de aquí, con vida, si acabáis con la vida de él.
Ayame ahogó una exclamación y se tapó la boca. Miraba al falso Jin mientras el verdadero trataba de sacarle una información inútil, aún creyendo estúpidamente que se trataba de su padre. Hasta el momento Ayame había creído que el falso Jin era en realidad una treta de El Ahorcado, transformándose para engañarlos. Pero acababa de quedar a la vista que se trataba de otra persona diferente.
Sin embargo aún quedaban muchos interrogantes... Y no tenían tiempo para resolverlos.
Y el verdadero Jin no tardó en interponerse entre los dos extremos.
—No voy a permitirlo. Incluso si no es mi padre, incluso si ha usado mi aspecto, no voy a dejar que lo matéis. Por encima de mi cadáver. Tendréis que matarme a mi primero.
—Está bien, se acabó, no vamos a aguantar más sandeces —habló Riko, acercándose a la aterrorizada y confundida Ayame. Estaba terriblemente serio, y la muchacha sjpo lo que le iba a pedir antes incluso de que abriera la boca—. Déjame el kunai, Ayame, yo lo hago, de aquí salimos los cuatro.
Ella retrocedió un par de pasos, escondiendo el kunai detrás de su espalda.
—Es... Espera, Riko-san... —balbuceó, con la garganta terriblemente seca pero los ojos irónicamente húmedos—. Yo... yo tampoco me creo toda esa patraña de que ese Jin sea el padre de Jin-san, pero... pero... —dirigió una mirada nerviosa al condenado, como si intentará ver más allá de él—. Él... él es... una persona... Si lo matamos sólo le estaremos dando la razón a El Ahorcado en que sólo pensamos en nosotros mismos... Tiene... Tiene... Tiene que haber otra manera... Juntemos las piezas... ¡Intentémoslo! ¡Ese era el trato para salir de aquí! —sollozó.
Y, mientras tanto, incapaces de sobrellevar por más tiempo aquélla discordia, Riko y Jin se habían enzarzado en una pelea a base de patadas y puñetazos.
—¡¡¡PARAD!!! ¡¡¡PARAD!!! —suplicaba Ayame, odiándose por ser tan cobarde como para no atreverse a intervenir para separarlos ni aún contando con la ayuda de su preciado kunai.
Y fue entonces cuando escuchó aquella carcajada que parecía reverberar por todas las paredes de la casa y le conseguía poner todos los pelos de punta.
—¡JA, JA, JA, JA, JA!
Y allí estaba, sentado en las escaleras, riéndose a mandíbula batiente mientras se sujetaba el estómago. El Ahorcado les observaba.
—Todos sois iguales... Egoístas, manipulativos, incapaces de pensar en otra persona más allá de vosotros mismos, por mucho que aparentéis —habló el hombre, limpiándose las lágrimas que salían de sus brillantes ojos—. Lástima que en su momento yo también confiase en mis amigos tanto que me apuñalaron en la espalda.
»Yo vine aquí, con tres personas más, dos chicos y una chica; sí, venimos a investigar y al final acabé siendo asesinado por quienes consideraba mis amigos... Pero logré hacer lo que nadie pudo: ligar mi vida a la de esta casa.
«¿Ligar su vida a la de la casa...?» Meditaba la temblorosa Ayame. ¿Acaso eso era posible? ¿Y eso quería decir que... si la casa dejaba de existir... él también lo haría?
El Ahorcado esbozó una media sonrisa y revolvió sus cabellos al mismo tiempo que se reincorporaba y se apoyaba en la barandilla de las escaleras. Y siguió hablando. Habló de cómo les había engañado para hacerles entrar en la casa como si no fueran más que ratones siendo atraídos a una trampa mortal. Habló de que había habido más, muchos más antes que ellos, y que nadie había conseguido sobrevivir a aquella locura sin sentido. Y habló de que les daría otra oportunidad...
De debajo de las escaleras arrastró a una silueta hacia la luz. La silueta de Jin. Del falso Jin.
—Podréis salir de aquí, con vida, si acabáis con la vida de él.
Ayame ahogó una exclamación y se tapó la boca. Miraba al falso Jin mientras el verdadero trataba de sacarle una información inútil, aún creyendo estúpidamente que se trataba de su padre. Hasta el momento Ayame había creído que el falso Jin era en realidad una treta de El Ahorcado, transformándose para engañarlos. Pero acababa de quedar a la vista que se trataba de otra persona diferente.
Sin embargo aún quedaban muchos interrogantes... Y no tenían tiempo para resolverlos.
Y el verdadero Jin no tardó en interponerse entre los dos extremos.
—No voy a permitirlo. Incluso si no es mi padre, incluso si ha usado mi aspecto, no voy a dejar que lo matéis. Por encima de mi cadáver. Tendréis que matarme a mi primero.
—Está bien, se acabó, no vamos a aguantar más sandeces —habló Riko, acercándose a la aterrorizada y confundida Ayame. Estaba terriblemente serio, y la muchacha sjpo lo que le iba a pedir antes incluso de que abriera la boca—. Déjame el kunai, Ayame, yo lo hago, de aquí salimos los cuatro.
Ella retrocedió un par de pasos, escondiendo el kunai detrás de su espalda.
—Es... Espera, Riko-san... —balbuceó, con la garganta terriblemente seca pero los ojos irónicamente húmedos—. Yo... yo tampoco me creo toda esa patraña de que ese Jin sea el padre de Jin-san, pero... pero... —dirigió una mirada nerviosa al condenado, como si intentará ver más allá de él—. Él... él es... una persona... Si lo matamos sólo le estaremos dando la razón a El Ahorcado en que sólo pensamos en nosotros mismos... Tiene... Tiene... Tiene que haber otra manera... Juntemos las piezas... ¡Intentémoslo! ¡Ese era el trato para salir de aquí! —sollozó.