13/05/2018, 12:32
(Última modificación: 13/05/2018, 12:36 por Aotsuki Ayame.)
Y los acontecimientos seguían girando y girando, como un caótico torbellino que cada vez aceleraba más y más.
Ayame asistía, atónita y terriblemente confusa, a una terrible escena. Pese a que Riko y Juro habían accedido a su petición, Jin no sólo se negaba una vez más a colaborar para juntar las piezas que conformaban la llave, sino que...
—Espera, te propongo un trato —dijo, en un intento de negociación. Las palabras tardaron varios segundos en salir de su garganta, como si se hubiesen quedado atoradas en ella y estuviesen formando un nudo difícil de deshacer. Pero, al final, señaló al muchacho de cabellos rubios, al falso Jin—: Su vida. Por la mía.
—¡¿Pero qué estás diciendo?! —exclamó Ayame, incapaz de contenerse—. ¡JIN-SAN, JUNTEMOS LAS PIEZAS Y SALGAMOS DE AQUÍ!
Pero Jin parecía haber enloquecido definitivamente, y no iba a escucharla de ninguna manera. De hecho, en ningún momento se volvió para mirarlos, sus ojos se habían concentrado exclusivamente en El Ahorcado:
—Total, dos de ellos ya me quieren muerto, y pensaba morir antes que dejar que lo mataran, para que mueran varios, mejor que sea solo uno. Y… En caso de que aceptes, me gustaría pedirte una ultima voluntad, si es posible, aunque en privado, entre tu y yo nada más.
Ayame no podía creer lo que estaba escuchando. Simplemente, no podía creerlo. Pero aún quedaba la posibilidad de que El Ahorcado volviera a reírse de ellos y se negara. Aún quedaba la posibilidad de que...
Pero El Ahorcado ensanchó aún más su escalofriante sonrisa.
—¿De qué me vale tu vida, si has desperdiciado desde el primer momento la de tus compañeros?
«Eso es... ¡No le dejes hacerlo!» Pensó Ayame, conteniendo la respiración y el corazón galopante en su pecho.
—Bueno, bueno, veamos... —continuó hablando, mientras se paseaba por la estancia acercándose a Reiji con la lentitud de un depredador al acecho. Le miró de arriba a abajo, evaluándole, quizás. Y entonces miró al resto del grupo—. Verás, no soy un hombre justo, porque la vida no lo fue conmigo, así que...
El Ahorcado sacó un kunai. Ayame se adelantó alarmada. Pero lo que sucedió a continuación la paralizó en el sitio. El Ahorcado se clavó el kunai en el pecho, pero fue Reiji el que se llevó las manos al suyo, empapándoselas de sangre.
—¡JIN-SAN! —bramó, con los ojos anegados de lágrimas.
No podía dejarle morir. No podía abandonar a un compañero de aldea a la suerte de un loco psicópata.
—Además, yo soy el que manda aquí, y nadie me da órdenes.
El Ahorcado le quitó su parte de la llave a Jin y se la arrojó al falso Jin, que no tardó en cogerla al vuelo.
—Me habéis aburrido, pero ahí tenéis vuestra recompensa —musitó, levantando ambas manos a los lados de su cuerpo en un claro gesto de indiferencia—. Podéis iros, ya sabéis dónde está la puerta.
—No, no, no, no... Jin-san... Jin-san... —balbuceaba Ayame, tratando de avanzar otro paso más pese al terror que sentía y que le agarrotaba las piernas.
«Tengo un kunai... Tengo un kunai, puedo defenderle... Tengo que salvarle.» Pensaba, pero una parte de su mente le recordó lo inútil que sería aquel gesto. El Ahorcado ya estaba muerto. Y ya había demostrado que heridas como esas eran inútiles contra él. ¡Pero tenía que hacer algo!
—¡Salgamos de aquí! —habló el falso Jin, ansioso—. T-tomad mi parte...
—No... ¡No puedo dejarle aquí! ¡Ayudadme a salvarle...! Es de Ame... Él es... —suplicó Ayame, con los ojos fijos en Jin y El Ahorcado, que se había sentado junto a él para esperar su muerte y su compañía eterna, aunque una parte de ella sabía que ya era tarde.
«¡Avanza y corre hacia él, maldita cobarde!»
Ayame asistía, atónita y terriblemente confusa, a una terrible escena. Pese a que Riko y Juro habían accedido a su petición, Jin no sólo se negaba una vez más a colaborar para juntar las piezas que conformaban la llave, sino que...
—Espera, te propongo un trato —dijo, en un intento de negociación. Las palabras tardaron varios segundos en salir de su garganta, como si se hubiesen quedado atoradas en ella y estuviesen formando un nudo difícil de deshacer. Pero, al final, señaló al muchacho de cabellos rubios, al falso Jin—: Su vida. Por la mía.
—¡¿Pero qué estás diciendo?! —exclamó Ayame, incapaz de contenerse—. ¡JIN-SAN, JUNTEMOS LAS PIEZAS Y SALGAMOS DE AQUÍ!
Pero Jin parecía haber enloquecido definitivamente, y no iba a escucharla de ninguna manera. De hecho, en ningún momento se volvió para mirarlos, sus ojos se habían concentrado exclusivamente en El Ahorcado:
—Total, dos de ellos ya me quieren muerto, y pensaba morir antes que dejar que lo mataran, para que mueran varios, mejor que sea solo uno. Y… En caso de que aceptes, me gustaría pedirte una ultima voluntad, si es posible, aunque en privado, entre tu y yo nada más.
Ayame no podía creer lo que estaba escuchando. Simplemente, no podía creerlo. Pero aún quedaba la posibilidad de que El Ahorcado volviera a reírse de ellos y se negara. Aún quedaba la posibilidad de que...
Pero El Ahorcado ensanchó aún más su escalofriante sonrisa.
—¿De qué me vale tu vida, si has desperdiciado desde el primer momento la de tus compañeros?
«Eso es... ¡No le dejes hacerlo!» Pensó Ayame, conteniendo la respiración y el corazón galopante en su pecho.
—Bueno, bueno, veamos... —continuó hablando, mientras se paseaba por la estancia acercándose a Reiji con la lentitud de un depredador al acecho. Le miró de arriba a abajo, evaluándole, quizás. Y entonces miró al resto del grupo—. Verás, no soy un hombre justo, porque la vida no lo fue conmigo, así que...
El Ahorcado sacó un kunai. Ayame se adelantó alarmada. Pero lo que sucedió a continuación la paralizó en el sitio. El Ahorcado se clavó el kunai en el pecho, pero fue Reiji el que se llevó las manos al suyo, empapándoselas de sangre.
—¡JIN-SAN! —bramó, con los ojos anegados de lágrimas.
No podía dejarle morir. No podía abandonar a un compañero de aldea a la suerte de un loco psicópata.
—Además, yo soy el que manda aquí, y nadie me da órdenes.
El Ahorcado le quitó su parte de la llave a Jin y se la arrojó al falso Jin, que no tardó en cogerla al vuelo.
—Me habéis aburrido, pero ahí tenéis vuestra recompensa —musitó, levantando ambas manos a los lados de su cuerpo en un claro gesto de indiferencia—. Podéis iros, ya sabéis dónde está la puerta.
—No, no, no, no... Jin-san... Jin-san... —balbuceaba Ayame, tratando de avanzar otro paso más pese al terror que sentía y que le agarrotaba las piernas.
«Tengo un kunai... Tengo un kunai, puedo defenderle... Tengo que salvarle.» Pensaba, pero una parte de su mente le recordó lo inútil que sería aquel gesto. El Ahorcado ya estaba muerto. Y ya había demostrado que heridas como esas eran inútiles contra él. ¡Pero tenía que hacer algo!
—¡Salgamos de aquí! —habló el falso Jin, ansioso—. T-tomad mi parte...
—No... ¡No puedo dejarle aquí! ¡Ayudadme a salvarle...! Es de Ame... Él es... —suplicó Ayame, con los ojos fijos en Jin y El Ahorcado, que se había sentado junto a él para esperar su muerte y su compañía eterna, aunque una parte de ella sabía que ya era tarde.
«¡Avanza y corre hacia él, maldita cobarde!»