13/05/2018, 23:52
Angustia. Fue la primera reacción que vio en el rostro de Kaido. Y, como los engranajes girando al son de una maquinaria invisible a los ojos de cualquiera, sus facciones fueron cambiando paulatinamente. Ojos abiertos como platos. Mandíbulas tensas y apretadas hasta el punto en el que a Ayame le pareció escuchar sus afilados dientes chirriar. Respiración agitada. Ceño peligrosamente fruncido...
La ira prácticamente hervía a su alrededor.
—Pero, pe...ro. ¡¿Pero qué cojones, Ayame?! —bramó, y Ayame se encogió sobre sí misma, sobresaltada ante el súbito y notable cambio de color en la cara de Kaido: el habitual y extraño color azulado de su piel se había entremezclado con el rojo de su sangre agolpada en sus mejillas enfurecidas, resultando en un aún más extraño color purpúreo—. ¡¿Cómo mierda se le ocurre decir semejante porquería de mí, eh?! ¡Es que lo voy.. lo voy... ¡Le voy a arrancar la carótida a mordiscos la próxima vez que lo vea!
—Entiendo cómo te sientes, Kaido-san... Pero intenta... intenta no gritar demasiado. Te he traído aquí precisamente buscando que no hubiera gente alrededor que pudiera oírlo —dijo Ayame, en un ridículo intento por apaciguarle mientras miraba a su alrededor con inquietud. Afortunadamente, el jaleo no parecía haber llegado aún a oídos indiscretos, pero si seguía gritando de aquella manera, era más que probable que alguien terminara acercándose movido por la curiosidad.
Pero ni siquiera estaba segura de que Kaido le estuviera escuchando. Ahora daba vueltas como un tiburón sediento de sangre en un tanque cerrado, murmurando amenazas ininteligibles que no dejaban demasiado a la imaginación sobre su contenido.
Y, al cabo de unos pocos segundos, Kaido se volvió súbitamente hacia Ayame, que volvió a encogerse con los brazos en alto temiendo por su integridad física.
—D-ime, dime... que no le creíste. Por Ame no Kami, ¡dime que lo acusaste de mentiroso y le hiciste pagar en nombre de tu primo, Umikiba Kaido, del clan Hōzuki!
Ella gimoteó, lastimera. Cuánto le gustaría poder satisfacer el deseo de Kaido...
—A... al... al principio sí le creí... —confesó al cabo de algunos segundos, aún con los brazos en alto—. Pero... pero después de todas las cosas que me ha hecho, y lo que he tenido que pasar por su culpa... empecé a pensar que tú no parecías ese tipo de persona... Y que era posible que no fuera más que otra de sus muchas mentiras... Por eso necesitaba hablar contigo... Necesitaba saber la verdad...
»Porque entonces no es verdad, ¿no...?
La ira prácticamente hervía a su alrededor.
—Pero, pe...ro. ¡¿Pero qué cojones, Ayame?! —bramó, y Ayame se encogió sobre sí misma, sobresaltada ante el súbito y notable cambio de color en la cara de Kaido: el habitual y extraño color azulado de su piel se había entremezclado con el rojo de su sangre agolpada en sus mejillas enfurecidas, resultando en un aún más extraño color purpúreo—. ¡¿Cómo mierda se le ocurre decir semejante porquería de mí, eh?! ¡Es que lo voy.. lo voy... ¡Le voy a arrancar la carótida a mordiscos la próxima vez que lo vea!
—Entiendo cómo te sientes, Kaido-san... Pero intenta... intenta no gritar demasiado. Te he traído aquí precisamente buscando que no hubiera gente alrededor que pudiera oírlo —dijo Ayame, en un ridículo intento por apaciguarle mientras miraba a su alrededor con inquietud. Afortunadamente, el jaleo no parecía haber llegado aún a oídos indiscretos, pero si seguía gritando de aquella manera, era más que probable que alguien terminara acercándose movido por la curiosidad.
Pero ni siquiera estaba segura de que Kaido le estuviera escuchando. Ahora daba vueltas como un tiburón sediento de sangre en un tanque cerrado, murmurando amenazas ininteligibles que no dejaban demasiado a la imaginación sobre su contenido.
Y, al cabo de unos pocos segundos, Kaido se volvió súbitamente hacia Ayame, que volvió a encogerse con los brazos en alto temiendo por su integridad física.
—D-ime, dime... que no le creíste. Por Ame no Kami, ¡dime que lo acusaste de mentiroso y le hiciste pagar en nombre de tu primo, Umikiba Kaido, del clan Hōzuki!
Ella gimoteó, lastimera. Cuánto le gustaría poder satisfacer el deseo de Kaido...
—A... al... al principio sí le creí... —confesó al cabo de algunos segundos, aún con los brazos en alto—. Pero... pero después de todas las cosas que me ha hecho, y lo que he tenido que pasar por su culpa... empecé a pensar que tú no parecías ese tipo de persona... Y que era posible que no fuera más que otra de sus muchas mentiras... Por eso necesitaba hablar contigo... Necesitaba saber la verdad...
»Porque entonces no es verdad, ¿no...?