15/05/2018, 01:42
¿Cómo podía decir Ayame que entendía el cómo se sentía él? ¿Acaso era ella a la que acusaban de pervertida? No. ¿Le habían enchapado el robo de algo tan delicado como de una prenda íntima? Tampoco. ¿Era su honor el que estaba siendo mancillado por la habladuría de una serpiente viperina y traicionera que respondía al nombre de Uchiha Datsue?
¡Menos que menos!
Suspiró hondo, mientras se esforzaba en fraguar los fuertes oleajes de su propia ira. Pero no, Ayame no podía entenderlo.
»Porque entonces no es verdad, ¿no...?
—Claro que no. Que ha sido todo un burdo invento de esa maldita sabandija uzureña. Pero la venganza se sirve fría, Ayame, y tú tendrás el honor de ver el cómo lucía Datsue poco antes de que le deforme la cara a puñetazos. Es que ni su puto Uzukage le va a reconocer, y que Ame no Kami me parta con un rayo sino.
Kaido era para ese momento una bestia previsible, que rampante, cabalgaba ideas absurdas de retaliación. Iba a hacer pagar a Datsue el mentiroso, no sólo porque bien se lo merecía, sino que se lo había ganado con todas las de la ley al apuñalar a un camarada por la espalda. Porque Kaido, desde luego, no había hecho más que salvarle el culo en un par de ocasiones allá en la Isla monotonía, no nada que justificara el esparcir tan asquerosos rumores sobre él, tan de gratis, y a través de nada más y nada menos que la mujer más pusilánime de todo Amegakure.
—Y tú, me decepcionas. ¿Cómo puedes creerle a un ninja de otra aldea esa mierda, eh? ¿En tan mala estima me tienes, joder? ¡a mí! que te fui a salvar a donde los kajitsu —bajó la voz en súbito, percatándose de que podía estar hablando de más. Volvió a suspirar, de nuevo—. no, está bien. No es tu culpa. Ese hijo de perra es un experto diciéndote lo que quieres oír. Y lo que no también, lo que le convierte en un tipo peligroso.
Kaido alzó la vista, con la chispa del recuerdo surcándole la cabeza.
»Dijiste que te ha hecho cosas malas. ¿Qué cosas, Ayame?
¡Menos que menos!
Suspiró hondo, mientras se esforzaba en fraguar los fuertes oleajes de su propia ira. Pero no, Ayame no podía entenderlo.
»Porque entonces no es verdad, ¿no...?
—Claro que no. Que ha sido todo un burdo invento de esa maldita sabandija uzureña. Pero la venganza se sirve fría, Ayame, y tú tendrás el honor de ver el cómo lucía Datsue poco antes de que le deforme la cara a puñetazos. Es que ni su puto Uzukage le va a reconocer, y que Ame no Kami me parta con un rayo sino.
Kaido era para ese momento una bestia previsible, que rampante, cabalgaba ideas absurdas de retaliación. Iba a hacer pagar a Datsue el mentiroso, no sólo porque bien se lo merecía, sino que se lo había ganado con todas las de la ley al apuñalar a un camarada por la espalda. Porque Kaido, desde luego, no había hecho más que salvarle el culo en un par de ocasiones allá en la Isla monotonía, no nada que justificara el esparcir tan asquerosos rumores sobre él, tan de gratis, y a través de nada más y nada menos que la mujer más pusilánime de todo Amegakure.
—Y tú, me decepcionas. ¿Cómo puedes creerle a un ninja de otra aldea esa mierda, eh? ¿En tan mala estima me tienes, joder? ¡a mí! que te fui a salvar a donde los kajitsu —bajó la voz en súbito, percatándose de que podía estar hablando de más. Volvió a suspirar, de nuevo—. no, está bien. No es tu culpa. Ese hijo de perra es un experto diciéndote lo que quieres oír. Y lo que no también, lo que le convierte en un tipo peligroso.
Kaido alzó la vista, con la chispa del recuerdo surcándole la cabeza.
»Dijiste que te ha hecho cosas malas. ¿Qué cosas, Ayame?