15/05/2018, 18:10
(Última modificación: 15/05/2018, 18:48 por Aotsuki Ayame.)
—Lar..gaos…no ..tire..is…mi..vi..da…
Aquellas fueron las últimas palabras susurradas por los moribundos de Jin. Pero Ayame, con una pierna más adelantada que la otra y el cuerpo ligeramente inclinado en pos de romper las cadenas del miedo que la retenían, fue incapaz de moverse del sitio. Entonces sintió una reconfortante mano en el hombro, la mano de Juro. Clamaba que tenían que taponar la herida del chico pero ella sabía bien que, aún si no llegaban tarde para ello, El Ahorcado no les dejaría acercarse.
Y el tiempo seguía corriendo en su contra. Las paredes de la casa se caerían sobre ellos en cualquier momento...
—Está bien, id a por él, juntamos las piezas y salimos por patas de aquí, no hay tiempo que perder —accedió Riko.
Y aquellas palabras fueron las que decidieron a todos los integrantes del grupo al unísono.
El falso Jin volvió a arrojarle la pieza de vuelta a Jin. Ayame se volvió extrañada hacia él, pero se tambaleó ligeramente cuando, con un suave movimiento de manos del otro, sintió que algo se liberaba en su cabeza. Pero no era debilidad lo que sentía. De alguna manera que no sabía cómo definir, la máscara de la calabaza ya no la oprimía como lo estaba haciendo hasta el momento. Y, aunque no lo comprobó en aquel momento, supo de alguna manera que volvía a ser ella misma.
Volvía a ser El Agua.
Y El Ahorcado también lo sabía. Por eso se levantó henchido de ira.
—¡Tú! —escupió, señalando al falso Jin—. Se acabaron tus tretas.
—¡NO! —exclamó Ayame. Pero no llegó a tiempo de poder hacer nada.
Con un simple chasquido de dedos, una serir de espinas surgieron del suelo y atravesaron al chico rubio, que apenas pudo exhalar un suspiro acompañado de una bocanada de sangre que bañó sus ropas. Y aún así, sonreía.
—Acab-ad... con é-el...
Ayame se llevó una mano a los labios, temblorosa. Ahora tenían dos heridos de muerte, dos sacrificios, y un reloj de arena contando en su contra. Tenían que actuar. Y tenían que hacerlo ya.
—Coged a Jin —les pidió a sus compañeros en un susurro, acercándose con lentitud a ellos para que pudieran escucharla con claridad—. Yo le distraeré. No puede hacerme daño.
Y bien era posible que ella tampoco pudiera hacerle daño, visto lo visto después de saber que El Ahorcado ya estaba muerto y era capaz de sufrir puñaladas sin inmutarse. Pero su objetivo en aquella ocasión era otro. Y, con aquellas premisas, Ayame formuló un único sello con su mano derecha, y su cuerpo se disolvió en el aire como llevado por una brisa lejana. Apareció apenas un instante entre Jin y el El Ahorcado, haciendo frente a sus ojos burlones y las manos entrelazadas en otro sello: el del Pájaro.
Y chilló. Chilló con todas sus fuerzas. Chilló y le devolvió a El Ahorcado todo el terror que había estado sintiendo en las últimas horas. Chilló y le imprimió a su voz una buena capa de chakra que potenció su intensidad y le otorgó su fatídica capacidad de repulsión y aturdimiento.
«¡Vamos! ¡Ahora!»
Si lo hacían bien, quizás incluso podían llevarse al falso Jin con ellos...