17/05/2018, 23:35
Como única respuesta, la anciana se reincorporó y se colocó entre los dos Jin. Los acomodó y utilizó sus manos, que enseguida se envolvieron en aquel fulgor esmeralda que Ayame conocía tan bien, para comenzar a sanarlos.
«Es médica... ¡Menos mal!» Pensó, con un profundo suspiro de alivio.
Fue entonces cuando la anciana comenzó a hablar. Les felicitó por lo que habían conseguido, ya que gracias a ellos otras personas no correrían aquel fatal destino. Y es que había habido más antes que ellos, por lo menos un grupo de personas cada año durante cinco, entre ellas la misma anciana... Y era muy probable que aquella no hubiese conseguido salvarlos a todos y gran parte de esas personas estuviese ya muerta... También les explicó que conocía a El Ahorcado, antes de convertirse en tal. Un chico que vivía cerca allí y que se juntó con unas amistades inapropiadas. Tan inapropiadas como que acabaron con su vida allí mismo, donde hasta ahora había atado su vida a aquella mansión ahora derruida y juró venganza.
Tras los agradecimientos, Ayame escuchó unos suaves aleteos. Al alzar la vista vio tres cuervos, uno de ellos blanco como la nieve, con varios objetos entre las garras que terminaron por posarse cerca de Jin.
«¿Están... hablando?» Ayame conocía de la inteligencia de los cuervos, pero no que fueran tan inteligentes como para tener conversaciones entre ellos en idioma humano. ¿Acaso eran del chico? ¿Sabía invocarlos? Pero en su estado inconsciencia no podía haberlo hecho...
—Creo que tendréis que llevar a este muchacho a un médico de verdad, yo solo he podido parar su hemorragia, pero está muy débil... —explicó la mujer, cansada—. Yachi está pasando este bosque, al noroeste, lo reconoceréis enseguida. Lleváoslo, y ayudad al otro, yo no puedo ayudaros más, así que volveré a casa.
—¡Muchas gracias, señora! —exclamó Ayame, con una profunda reverencia y lágrimas de alivio brillando en la comisura de sus ojos—. ¡No sabe cuánto se lo agradezco!
—Gracias, muchachos, espero que os vaya bien a partir de ahora.
Se despidieron. Y con aquello, aquella locura dio fin. Ayame se levantó e intentó cargar el cuerpo de Jin sobre sus hombros como pudo.
—Tendremos que llevarles a un médico en Yachi. Con suerte llegaremos a tiempo para salvar a ambos —explicó, mirando a Juro y a Riko. Y entonces les vio de verdad y las lágrimas volvieron a aflorar en sus ojos—. Chicos... si no fuera por vosotros no habría podido salir de allí yo sola, con esa oscuridad y con todo lo que ha pasado... Estoy en deuda con vosotros, Riko-san, Juro-san.
Después de que se separaran sus caminos de vuelta a sus respectivas aldeas, Ayame no sabía cuándo volvería a verlos, si es que volvía a verlos alguna vez. Pero, fuera como fuese, Ayame había cerrado un lazo de vida con ellos.
«Es médica... ¡Menos mal!» Pensó, con un profundo suspiro de alivio.
Fue entonces cuando la anciana comenzó a hablar. Les felicitó por lo que habían conseguido, ya que gracias a ellos otras personas no correrían aquel fatal destino. Y es que había habido más antes que ellos, por lo menos un grupo de personas cada año durante cinco, entre ellas la misma anciana... Y era muy probable que aquella no hubiese conseguido salvarlos a todos y gran parte de esas personas estuviese ya muerta... También les explicó que conocía a El Ahorcado, antes de convertirse en tal. Un chico que vivía cerca allí y que se juntó con unas amistades inapropiadas. Tan inapropiadas como que acabaron con su vida allí mismo, donde hasta ahora había atado su vida a aquella mansión ahora derruida y juró venganza.
Tras los agradecimientos, Ayame escuchó unos suaves aleteos. Al alzar la vista vio tres cuervos, uno de ellos blanco como la nieve, con varios objetos entre las garras que terminaron por posarse cerca de Jin.
«¿Están... hablando?» Ayame conocía de la inteligencia de los cuervos, pero no que fueran tan inteligentes como para tener conversaciones entre ellos en idioma humano. ¿Acaso eran del chico? ¿Sabía invocarlos? Pero en su estado inconsciencia no podía haberlo hecho...
—Creo que tendréis que llevar a este muchacho a un médico de verdad, yo solo he podido parar su hemorragia, pero está muy débil... —explicó la mujer, cansada—. Yachi está pasando este bosque, al noroeste, lo reconoceréis enseguida. Lleváoslo, y ayudad al otro, yo no puedo ayudaros más, así que volveré a casa.
—¡Muchas gracias, señora! —exclamó Ayame, con una profunda reverencia y lágrimas de alivio brillando en la comisura de sus ojos—. ¡No sabe cuánto se lo agradezco!
—Gracias, muchachos, espero que os vaya bien a partir de ahora.
Se despidieron. Y con aquello, aquella locura dio fin. Ayame se levantó e intentó cargar el cuerpo de Jin sobre sus hombros como pudo.
—Tendremos que llevarles a un médico en Yachi. Con suerte llegaremos a tiempo para salvar a ambos —explicó, mirando a Juro y a Riko. Y entonces les vio de verdad y las lágrimas volvieron a aflorar en sus ojos—. Chicos... si no fuera por vosotros no habría podido salir de allí yo sola, con esa oscuridad y con todo lo que ha pasado... Estoy en deuda con vosotros, Riko-san, Juro-san.
Después de que se separaran sus caminos de vuelta a sus respectivas aldeas, Ayame no sabía cuándo volvería a verlos, si es que volvía a verlos alguna vez. Pero, fuera como fuese, Ayame había cerrado un lazo de vida con ellos.