19/05/2018, 21:26
Pero Kaido negó con la cabeza, relamiéndose los dientes como el tiburón que ha avistado una deliciosa presa y no está dispuesto a dejarla pasar.
—La guerra la ha declarado él al sellaros esas técnicas. O al mancillar mi jodido nombre con falsos rumores que, espero, no se esparzan de tu boca —dijo, y Ayame colocó los brazos en jarras sobre sus caderas, claramente ofendida.
—¡¿Por qué iba a ir predicando por ahí rumores que no son verdad?!
—Pero en fin, ya me encargaré yo de cobrármelas. Hay afrentas que sencillamente no se pueden dejar a un lado. Hay que hacer cara a todo aquello que pueda joderte la vida, Ayame.
Ella suspiró, claramente desalentada. Estaba claro que no iba a poder hacerle cambiar de opinión.
—Bueno... al menos ten cuidado. Ese zorro es mucho más astuto de lo que aparenta.
—Y hablando de hacer cara a las cosas, tengo que admitir que no sólo iba "pasando por el barrio" cuando caí en la puerta de tu casa —añadió Kaido, y Ayame ladeó la cabeza con curiosidad—. Me he aparecido ahí porque también necesito hablar algo importante contigo. Pero no puedo contártelo aquí en medio de la calle, así que venga, sígueme.
Claramente intrigada, Ayame asintió y le siguió de cerca. Ambos Hōzuki atravesaron el centro de Amegakure y Kaido la guió hasta las afueras de la aldea, hacia el colosal lago que les rodeaba y protegía en el abrazo de Amenokami. Atravesaron sus aguas con ayuda de su chakra, y pronto la hierba y la tierra fueron cambiadas por el continuo chapoteo de sus pies sobre la superficie del lago. Terminaron dando con una de las últimas plataformas que solían utilizarse para entrenar; aunque, al menos por el momento, parecía que Kaido sólo estaba buscando la privacidad de la soledad para ambos. Él se sentó en silencio con las piernas cruzadas y los músculos de sus brazos en tensión. Junto a este, Ayame, aún de pie, no dejaba de mirarle con curiosidad. Al final terminó por sentarse junto a él, también con las piernas cruzadas, y estudió momentáneamente su rostro concentrado antes de hablar:
—¿Qué ocurre, Kaido-san?
La impaciencia de la curiosidad la había consumido.
Pero debía ser algo realmente grave para que eclipsara la sonrisa siempre confiada del escualo y la sustituyera aquel gesto que no estaba acostumbrada a ver en él.
—La guerra la ha declarado él al sellaros esas técnicas. O al mancillar mi jodido nombre con falsos rumores que, espero, no se esparzan de tu boca —dijo, y Ayame colocó los brazos en jarras sobre sus caderas, claramente ofendida.
—¡¿Por qué iba a ir predicando por ahí rumores que no son verdad?!
—Pero en fin, ya me encargaré yo de cobrármelas. Hay afrentas que sencillamente no se pueden dejar a un lado. Hay que hacer cara a todo aquello que pueda joderte la vida, Ayame.
Ella suspiró, claramente desalentada. Estaba claro que no iba a poder hacerle cambiar de opinión.
—Bueno... al menos ten cuidado. Ese zorro es mucho más astuto de lo que aparenta.
—Y hablando de hacer cara a las cosas, tengo que admitir que no sólo iba "pasando por el barrio" cuando caí en la puerta de tu casa —añadió Kaido, y Ayame ladeó la cabeza con curiosidad—. Me he aparecido ahí porque también necesito hablar algo importante contigo. Pero no puedo contártelo aquí en medio de la calle, así que venga, sígueme.
Claramente intrigada, Ayame asintió y le siguió de cerca. Ambos Hōzuki atravesaron el centro de Amegakure y Kaido la guió hasta las afueras de la aldea, hacia el colosal lago que les rodeaba y protegía en el abrazo de Amenokami. Atravesaron sus aguas con ayuda de su chakra, y pronto la hierba y la tierra fueron cambiadas por el continuo chapoteo de sus pies sobre la superficie del lago. Terminaron dando con una de las últimas plataformas que solían utilizarse para entrenar; aunque, al menos por el momento, parecía que Kaido sólo estaba buscando la privacidad de la soledad para ambos. Él se sentó en silencio con las piernas cruzadas y los músculos de sus brazos en tensión. Junto a este, Ayame, aún de pie, no dejaba de mirarle con curiosidad. Al final terminó por sentarse junto a él, también con las piernas cruzadas, y estudió momentáneamente su rostro concentrado antes de hablar:
—¿Qué ocurre, Kaido-san?
La impaciencia de la curiosidad la había consumido.
Pero debía ser algo realmente grave para que eclipsara la sonrisa siempre confiada del escualo y la sustituyera aquel gesto que no estaba acostumbrada a ver en él.