22/05/2018, 00:12
La noche dio amparo al cansado viaje, y pese a que los colchones proporcionados no eran de lo mejor del mercado, ninguno de los chicos podría quejarse de la comodidad de éstos. No era como estar en casa, pero tampoco era del todo incómodo. Seguro que peor era quedarse plantados en algún lugar a oscuras, sin nada que echarse en lo alto. Para cuando los chicos cerraron los ojos y comenzaron a divagar entre sueños, el silencio fue rey absoluto.
—¡¡KIAAAAARAAAAAAAAAAAAA!!
Un bramido digno de la mas terrorífica de las películas de miedo alertaría al par de genin. Un grito desde lo mas profundo del alma, un chillido que sopesaba en sentimientos, un quejido de una persona que parecía perderlo todo en ese mismo instante...
Sin embargo, nadie mas pareció escucharlo. Ni una luz se encendió, ni un solo comentario o vociferio dentro de la vivienda. Claramente, el grito había sido desde lejos, muy lejos. La ventana, que estaba abierta, por un instante reflejó un tremendo flash verdoso, casi como una onda expansiva, que hizo retumbar toda la estructura de la casa. Los genin lo pudieron sentir, sentir, casi saborear. Había sido una tremenda explosión de chakra.
Tras eso, el silencio volvió a reinar. Parecía que nada había sucedido. Nadie en la casa, salvo ellos, se había despertado.
¿Había sido tan solo una pesadilla?
Con el primer rayo de luz asomando por la ventana, el día daba comienzo. El sonido de gallos kakareando así lo confirmaban también. En el umbral de la puerta que daba hacia las habitaciones, una cabellera rojiza y unos orbes de tono azul intenso apenas asomaban. Tímida como una rosa sin espinas, la pequeña hija de Tomohiro observaba a los "extraños".
Una mujer de veintipocos años terminó por salir de la habitación contigua, acariciando la cabellera de la pequeña. Ésta, vestida con un kimono bastante deshilachado de tono verde, se acercó hacia los genins. Sin mas, realizó una pequeña reverencia, obviamente hacia éstos.
—Buenos días, mi nombre es Tomohiro Otohana —se presentó —si me dan un momento, les prepararé el desayuno.
Antes de ponerse la mujer a la faena, esperó una respuesta. Quizás los chicos tenían otros planes.
[...]
—¡¡KIAAAAARAAAAAAAAAAAAA!!
Un bramido digno de la mas terrorífica de las películas de miedo alertaría al par de genin. Un grito desde lo mas profundo del alma, un chillido que sopesaba en sentimientos, un quejido de una persona que parecía perderlo todo en ese mismo instante...
Sin embargo, nadie mas pareció escucharlo. Ni una luz se encendió, ni un solo comentario o vociferio dentro de la vivienda. Claramente, el grito había sido desde lejos, muy lejos. La ventana, que estaba abierta, por un instante reflejó un tremendo flash verdoso, casi como una onda expansiva, que hizo retumbar toda la estructura de la casa. Los genin lo pudieron sentir, sentir, casi saborear. Había sido una tremenda explosión de chakra.
Tras eso, el silencio volvió a reinar. Parecía que nada había sucedido. Nadie en la casa, salvo ellos, se había despertado.
¿Había sido tan solo una pesadilla?
[...]
Con el primer rayo de luz asomando por la ventana, el día daba comienzo. El sonido de gallos kakareando así lo confirmaban también. En el umbral de la puerta que daba hacia las habitaciones, una cabellera rojiza y unos orbes de tono azul intenso apenas asomaban. Tímida como una rosa sin espinas, la pequeña hija de Tomohiro observaba a los "extraños".
Una mujer de veintipocos años terminó por salir de la habitación contigua, acariciando la cabellera de la pequeña. Ésta, vestida con un kimono bastante deshilachado de tono verde, se acercó hacia los genins. Sin mas, realizó una pequeña reverencia, obviamente hacia éstos.
—Buenos días, mi nombre es Tomohiro Otohana —se presentó —si me dan un momento, les prepararé el desayuno.
Antes de ponerse la mujer a la faena, esperó una respuesta. Quizás los chicos tenían otros planes.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~