3/06/2018, 21:09
La enciclopedia ya era de su propiedad, objetivo cumplido. Una pena que pesase como un buey gordo y tuviese que cargar con ella. Al menos la bolsa de plástico le haría el ejercicio más llevadero.
—Muchas gracias —murmuró la muchacha al cajero, para entonces guardar el libro dentro de esta y agarrarla del par de asas.
«Entre lo que pesan y valen estas enciclopedias me va a resultar más sencillo estudiar en la biblioteca de la aldea...», sopesó, algo descorazonada. Al menos ya disponía de una respetable cantidad de información que ingerir y digerir gracias a su nueva adquisición.
—¿Te gusta la cocina, Keisuke-san? —disparó como respuesta a la afirmación del médico.
Los ninjas salieron al exterior, dejando atrás la humilde librería. El pelirrojo continuó leyendo su recetario, manteniendo la única y necesaria atención en la calle como para no producir un choque o cualquier otro tipo de accidente —y bien que hacía, o sería el segundo del día—. Karma lo siguió, sosteniendo la bolsa con ambas manos. Iba un poco rezagada.
Minutos más tarde, la fémina se percató de algo que le erizó los cabellos de la nuca. «¿Qué demonios le pasa a esta gente...?». La incomodidad se apoderó del semblante de la kunoichi.
—Keisuke-san... —llamó su atención—. ¿Llevo algo en la cara? La gente no para de mirarnos y cuchichear...
La pelivioleta viró su campo de visión a izquierda y a derecha, observando al resto de viandantes con una mueca de sumiso disgusto.
—Muchas gracias —murmuró la muchacha al cajero, para entonces guardar el libro dentro de esta y agarrarla del par de asas.
«Entre lo que pesan y valen estas enciclopedias me va a resultar más sencillo estudiar en la biblioteca de la aldea...», sopesó, algo descorazonada. Al menos ya disponía de una respetable cantidad de información que ingerir y digerir gracias a su nueva adquisición.
—¿Te gusta la cocina, Keisuke-san? —disparó como respuesta a la afirmación del médico.
Los ninjas salieron al exterior, dejando atrás la humilde librería. El pelirrojo continuó leyendo su recetario, manteniendo la única y necesaria atención en la calle como para no producir un choque o cualquier otro tipo de accidente —y bien que hacía, o sería el segundo del día—. Karma lo siguió, sosteniendo la bolsa con ambas manos. Iba un poco rezagada.
Minutos más tarde, la fémina se percató de algo que le erizó los cabellos de la nuca. «¿Qué demonios le pasa a esta gente...?». La incomodidad se apoderó del semblante de la kunoichi.
—Keisuke-san... —llamó su atención—. ¿Llevo algo en la cara? La gente no para de mirarnos y cuchichear...
La pelivioleta viró su campo de visión a izquierda y a derecha, observando al resto de viandantes con una mueca de sumiso disgusto.