11/06/2018, 21:57
Era por la mañana, pero la totalidad del cielo se veía cubierto de nubes que, indecisas, albergaban tonalidades entre grises y negras. No obstante, el ambiente no dejaba de ser bochornoso, acorde con la estación estival. El viento soplaba, pero sin demasiado ahínco, lo justo y necesario como para alimentar las velas de aquella barcaza, algo destartalada, que surcaba las aguas en dirección a La Pequeña Blanca.
En esa misma embarcación viajaba Kojima Karma, genin de Uzushiogakure.
Era un navío destinado al transporte de pasajeros y mercancías entre las Islas del Té y otros puertos del mundo. Estaba fabricado en madera y en su momento debía de haber sido una gran nave, pero a estas alturas había visto días mejores. A popa, además del timón y un humilde techado sobre este para que el capitán se resguardase, habían unas escaleras que llevaban a la bodega de carga. A proa solo podían observarse un par de bancos a izquierda y derecha para que los pasajeros se acomodasen durante el viaje. Al centro un mástil con varias velas, el "motor". La cubierta estaba pintada de blanco, mientras que los parapetos, el mástil y el techado eran azul oscuro. El nombre de la nave era "La Mustia".
Y allí estaba la muchacha, apoyada con los hombros caídos sobre la barandilla del lado derecho de la barcaza, cercana al capitán, que controlaba el timón. Estaba pálida como un fantasma, una expresión de resignado sufrimiento acuchillándole el rostro. De pronto comenzó a convulsionar con ligereza, para entonces exhalar un desagradable "BLEGH" y comenzar a vomitar, lanzando el contenido de sus tripas al agua. Bilis, en su mayoría.
—¿Está usted bien, kunoichi-chan? —preguntó el capitán, jocoso, sin desviar la vista del horizonte.
Karma vestía con su conjunto de ropajes y equipamiento habitual, el protector inclusive, por lo que era fácil identificarla como sirvienta de Uzu. Sacó un pañuelo del kit médico y se limpió los labios. Acto seguido lo guardó y miró al hombre. Era moreno, de facciones duras, con la faz surcada de arrugas. Tenía el cabello blanco y lucía una barba poblada, ambos tan blancos como su navío. Llevaba una robusta chaqueta negra, pantalones largos a juego y unas botas de trabajo. Sobre la cabeza un sombrero de capitán con un ancla en la frente.
Era el estereotipo de capitán experimentado, de viejo lobo de mar. Seguro de sí mismo, su disposición se le hacía irritante a más de uno. Pero es que el marinero estaba más que acostumbrado a ver a gente vomitar por el vaivén que azotaba el barco al navegar.
—N-No...
—No se preocupe —rió—. No tardaremos en llegar a la pequeña.
Pero es que no era el barco lo que había mareado a Karma y la había llevado a tirar lo poco que había almorzado aquella mañana, no. La pelivioleta llevaba una temporada horrenda: no paraba de contraer enfermedad tras otra, lo cual resultaba irónico ya que era aprendiz de médico.
La lista no se quedaba corta: dolor de cabeza, fatiga, mareos, dolor de estómago, vómitos, diarrea... Tras tratar de autodiagnosticarse, consultar con Kūjō Taiga —su sensei en las artes Iryō-Nin— y echar mano del poder de la medicina moderna, la joven seguía casi igual. Ni siquiera el Ninjutsu la libró de aquello. Taiga y Karma llegaron a la conclusión de que no debía tratarse de nada serio, tan solo mala suerte, acumulación de dolencias menores, y que eventualmente se mejoraría sola. Pero ya habían pasado dos semanas, y la fémina continuaba sufriendo malestares que iban y venían como les iba en gana...
«Espero no tener una enfermedad desconocida», reflexionó con temor.
Por ese mismo motivo quiso viajar hasta La Pequeña Blanca. Se trataba de una búsqueda, algo que quizás aliviaría sus males o los eliminaría por completo. No podía trabajar así.
Aparte del capitán habían otros pasajeros en la barcaza, aunque no muchos. La pelivioleta esperaba que no se hubieran percatado de su desagradable accidente digestivo...
En esa misma embarcación viajaba Kojima Karma, genin de Uzushiogakure.
Era un navío destinado al transporte de pasajeros y mercancías entre las Islas del Té y otros puertos del mundo. Estaba fabricado en madera y en su momento debía de haber sido una gran nave, pero a estas alturas había visto días mejores. A popa, además del timón y un humilde techado sobre este para que el capitán se resguardase, habían unas escaleras que llevaban a la bodega de carga. A proa solo podían observarse un par de bancos a izquierda y derecha para que los pasajeros se acomodasen durante el viaje. Al centro un mástil con varias velas, el "motor". La cubierta estaba pintada de blanco, mientras que los parapetos, el mástil y el techado eran azul oscuro. El nombre de la nave era "La Mustia".
Y allí estaba la muchacha, apoyada con los hombros caídos sobre la barandilla del lado derecho de la barcaza, cercana al capitán, que controlaba el timón. Estaba pálida como un fantasma, una expresión de resignado sufrimiento acuchillándole el rostro. De pronto comenzó a convulsionar con ligereza, para entonces exhalar un desagradable "BLEGH" y comenzar a vomitar, lanzando el contenido de sus tripas al agua. Bilis, en su mayoría.
—¿Está usted bien, kunoichi-chan? —preguntó el capitán, jocoso, sin desviar la vista del horizonte.
Karma vestía con su conjunto de ropajes y equipamiento habitual, el protector inclusive, por lo que era fácil identificarla como sirvienta de Uzu. Sacó un pañuelo del kit médico y se limpió los labios. Acto seguido lo guardó y miró al hombre. Era moreno, de facciones duras, con la faz surcada de arrugas. Tenía el cabello blanco y lucía una barba poblada, ambos tan blancos como su navío. Llevaba una robusta chaqueta negra, pantalones largos a juego y unas botas de trabajo. Sobre la cabeza un sombrero de capitán con un ancla en la frente.
Era el estereotipo de capitán experimentado, de viejo lobo de mar. Seguro de sí mismo, su disposición se le hacía irritante a más de uno. Pero es que el marinero estaba más que acostumbrado a ver a gente vomitar por el vaivén que azotaba el barco al navegar.
—N-No...
—No se preocupe —rió—. No tardaremos en llegar a la pequeña.
Pero es que no era el barco lo que había mareado a Karma y la había llevado a tirar lo poco que había almorzado aquella mañana, no. La pelivioleta llevaba una temporada horrenda: no paraba de contraer enfermedad tras otra, lo cual resultaba irónico ya que era aprendiz de médico.
La lista no se quedaba corta: dolor de cabeza, fatiga, mareos, dolor de estómago, vómitos, diarrea... Tras tratar de autodiagnosticarse, consultar con Kūjō Taiga —su sensei en las artes Iryō-Nin— y echar mano del poder de la medicina moderna, la joven seguía casi igual. Ni siquiera el Ninjutsu la libró de aquello. Taiga y Karma llegaron a la conclusión de que no debía tratarse de nada serio, tan solo mala suerte, acumulación de dolencias menores, y que eventualmente se mejoraría sola. Pero ya habían pasado dos semanas, y la fémina continuaba sufriendo malestares que iban y venían como les iba en gana...
«Espero no tener una enfermedad desconocida», reflexionó con temor.
Por ese mismo motivo quiso viajar hasta La Pequeña Blanca. Se trataba de una búsqueda, algo que quizás aliviaría sus males o los eliminaría por completo. No podía trabajar así.
Aparte del capitán habían otros pasajeros en la barcaza, aunque no muchos. La pelivioleta esperaba que no se hubieran percatado de su desagradable accidente digestivo...