13/06/2018, 16:47
Una de las voces se le había antojado familiar en todo momento, pero no lograba ubicarla. Así fue hasta que cayó en la cuenta de que uno de los miembros de la poco amigable comitiva era, nada más y nada menos, que el cajero de la librería. La muchacha alzó una ceja tras realizar la conexión. ¿Hasta dónde llegaba la madriguera del conejo?
Se pusieron en marcha. La pequeña iba al frente, ellos en el centro y los demás en la retaguardia, aunque resultaba obvio que no eran sus espaldas lo que les preocupaba, si no el par de ninjas que tenían delante.
«Nos llevan bien atados, como un par de corderos al matadero...»
El grupo se desplazó sin perturbar el silencio, a excepción de la chiquilla harpienta, que parecía dispuesta a hablar por todos los demás. Karma trató de ignorarla, pero su verborrea la terminó irritando. Necesitó desconectar de la realidad, abandonarla, despreocuparse de la situación y dejar que la guiasen sin más. Por ello acabó con la cabeza gacha, mirando sus propias sandalias, que caminaban y caminaban con rumbo desconocido. Estaba cometiendo un error de novata al no preocuparse por sus alrededores, pero la médica iba ya sobrecargada mentalmente.
Se mantuvo así hasta que llegaron a un edificio y se pusieron a subir escaleras. Fueron unos cuantos pisos, era casi como si estuvieran escalando una torre. Es más, el aspecto del lugar no tenía nada que ver con la imagen mental de la kunoichi: ella esperaba algún tipo de antro infernal. «Supongo que así es como viven los delincuentes con dinero», consideró tras echarle un vistazo a un cuadro de aspecto valioso.
«¿Y dónde está el herido?».
Se pusieron en marcha. La pequeña iba al frente, ellos en el centro y los demás en la retaguardia, aunque resultaba obvio que no eran sus espaldas lo que les preocupaba, si no el par de ninjas que tenían delante.
«Nos llevan bien atados, como un par de corderos al matadero...»
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El grupo se desplazó sin perturbar el silencio, a excepción de la chiquilla harpienta, que parecía dispuesta a hablar por todos los demás. Karma trató de ignorarla, pero su verborrea la terminó irritando. Necesitó desconectar de la realidad, abandonarla, despreocuparse de la situación y dejar que la guiasen sin más. Por ello acabó con la cabeza gacha, mirando sus propias sandalias, que caminaban y caminaban con rumbo desconocido. Estaba cometiendo un error de novata al no preocuparse por sus alrededores, pero la médica iba ya sobrecargada mentalmente.
Se mantuvo así hasta que llegaron a un edificio y se pusieron a subir escaleras. Fueron unos cuantos pisos, era casi como si estuvieran escalando una torre. Es más, el aspecto del lugar no tenía nada que ver con la imagen mental de la kunoichi: ella esperaba algún tipo de antro infernal. «Supongo que así es como viven los delincuentes con dinero», consideró tras echarle un vistazo a un cuadro de aspecto valioso.
«¿Y dónde está el herido?».