25/07/2018, 23:26
Karma vislumbró la figura de Satoshi que, pala sobre el hombro, se alejaba.
Algo se apoderó de la mente de la joven, algo salvaje y primigenio. Su visión se tiñió de rojo, como si la ira que le supuraba de neurona a neurona sangrara hasta sus ojos.
—¡KOJIMA SATOSHI! —le llamó.
Su voz era infernal, gutural y potente, similar a la del demonio de la caverna, pero con un ligero toque femenino en ella.
El hombre se giró como un resorte y la imagen con la que se encontró le indujo tal latigazo de miedo que quedó paralizado, su expresión contraída en una pronunciada mueca que danzaba a partes iguales entre el terror más abismal y la incredulidad más desencajada.
Karma echó a correr, haciendo gala de una velocidad que no se habría atrevido a imaginar ni en sus más optimistas sueños. Satoshi intentó lo mismo como alma llevada por el diablo, literalmente, pero no llegó muy lejos. La ¿oni? le arreó un zarpazo en mitad de la espalda tan pronto le alcanzó. ¿Zarpazo? Sí, Karma ni se había dado cuenta, pero sus uñas se habían transformado en garras, armas cortantes que utilizó por instinto.
El hombre cayó a tierra sobre su estómago y se arrastró, gimiendo de dolor y suspirando de miedo. Iba dejando un hilo de sangre tras de sí, producto de su carne desgarrada. El ataque le había dañado la columna y no volvería a caminar, de hecho.
La pelivioleta paseó a su vera. Le propinó una patada que obligó a Satoshi a detenerse, entonces hizo uso de la planta de su pie derecho para volcar al desgraciado hacia el otro lado con desdén, dejándolo boca arriba. Él la miró, suplicante. Ella agarró la pala, que había caído junto a su padre, y la alzó. Golpeó con la hoja de la herramienta de lado, de una forma que con esa fuerza se convirtió en un cuchillo que acabó parcialmente enterrado en el estómago de su progenitor.
Satoshi aulló de dolor.
—¡¿Te gusta que te remuevan las tripas, hijo de puta?! —espetó, meneando el mango de la pala—. Te daría una muerte extremadamente lenta, pero me necesitan en otra parte. ¡Mis hermanos se ocuparán de ti!
Entonces Karma hundió su diestra en el pecho de Satoshi. Agarró su negro corazón, antaño tan alegre y lleno de cariño, para poco después arrancarlo con brutalidad. La kunoichi sonrió, complacida.
—Nos volveremos a ver en el infierno, Kojima Satoshi. Te lo prometo —y aplastó el órgano. La palma de su mano quedó embadurnada de un desastroso amasijo de tejido orgánico y sangre.
El pobre diablo exhaló su último suspiro y tan pronto lo hizo la realidad se derrumbó. Karma sintió como si volara hacia todos los lados y ninguno al mismo tiempo, a la par que todo lo que sus ojos captaban vibraba de forma vertiginosa. También le pitaban los oídos.
El resto fue silencio. Entonces, oscuridad una vez más.
Despertó con pereza, sin ganas de retornar a la vigilia. Captó el murmullo del río, además de algo agradable que era fresco y le acariciaba toda la parte inferior del cuerpo. Entonces comprendió que estaba tendida sobre el lecho del riachuelo. Debido a que el cauce del Bierbe era tan escaso el agua apenas cubría un tercio de su torso y extremidades.
Viró el rostro a la derecha y se topó con Akame, que estaba junto a ella, igualmente postrado sobre su espalda.
Se incorporó y apoyó los antebrazos sobre los muslos y las rodillas.
«¿Cómo hemos llegado aquí? Juraría que nos pusimos a meditar en la orilla...».
Observó los alrededores, confusa.
Algo se apoderó de la mente de la joven, algo salvaje y primigenio. Su visión se tiñió de rojo, como si la ira que le supuraba de neurona a neurona sangrara hasta sus ojos.
—¡KOJIMA SATOSHI! —le llamó.
Su voz era infernal, gutural y potente, similar a la del demonio de la caverna, pero con un ligero toque femenino en ella.
El hombre se giró como un resorte y la imagen con la que se encontró le indujo tal latigazo de miedo que quedó paralizado, su expresión contraída en una pronunciada mueca que danzaba a partes iguales entre el terror más abismal y la incredulidad más desencajada.
Karma echó a correr, haciendo gala de una velocidad que no se habría atrevido a imaginar ni en sus más optimistas sueños. Satoshi intentó lo mismo como alma llevada por el diablo, literalmente, pero no llegó muy lejos. La ¿oni? le arreó un zarpazo en mitad de la espalda tan pronto le alcanzó. ¿Zarpazo? Sí, Karma ni se había dado cuenta, pero sus uñas se habían transformado en garras, armas cortantes que utilizó por instinto.
El hombre cayó a tierra sobre su estómago y se arrastró, gimiendo de dolor y suspirando de miedo. Iba dejando un hilo de sangre tras de sí, producto de su carne desgarrada. El ataque le había dañado la columna y no volvería a caminar, de hecho.
La pelivioleta paseó a su vera. Le propinó una patada que obligó a Satoshi a detenerse, entonces hizo uso de la planta de su pie derecho para volcar al desgraciado hacia el otro lado con desdén, dejándolo boca arriba. Él la miró, suplicante. Ella agarró la pala, que había caído junto a su padre, y la alzó. Golpeó con la hoja de la herramienta de lado, de una forma que con esa fuerza se convirtió en un cuchillo que acabó parcialmente enterrado en el estómago de su progenitor.
Satoshi aulló de dolor.
—¡¿Te gusta que te remuevan las tripas, hijo de puta?! —espetó, meneando el mango de la pala—. Te daría una muerte extremadamente lenta, pero me necesitan en otra parte. ¡Mis hermanos se ocuparán de ti!
Entonces Karma hundió su diestra en el pecho de Satoshi. Agarró su negro corazón, antaño tan alegre y lleno de cariño, para poco después arrancarlo con brutalidad. La kunoichi sonrió, complacida.
—Nos volveremos a ver en el infierno, Kojima Satoshi. Te lo prometo —y aplastó el órgano. La palma de su mano quedó embadurnada de un desastroso amasijo de tejido orgánico y sangre.
El pobre diablo exhaló su último suspiro y tan pronto lo hizo la realidad se derrumbó. Karma sintió como si volara hacia todos los lados y ninguno al mismo tiempo, a la par que todo lo que sus ojos captaban vibraba de forma vertiginosa. También le pitaban los oídos.
El resto fue silencio. Entonces, oscuridad una vez más.
Despertó con pereza, sin ganas de retornar a la vigilia. Captó el murmullo del río, además de algo agradable que era fresco y le acariciaba toda la parte inferior del cuerpo. Entonces comprendió que estaba tendida sobre el lecho del riachuelo. Debido a que el cauce del Bierbe era tan escaso el agua apenas cubría un tercio de su torso y extremidades.
Viró el rostro a la derecha y se topó con Akame, que estaba junto a ella, igualmente postrado sobre su espalda.
Se incorporó y apoyó los antebrazos sobre los muslos y las rodillas.
«¿Cómo hemos llegado aquí? Juraría que nos pusimos a meditar en la orilla...».
Observó los alrededores, confusa.