5/08/2018, 23:43
En la sala casi se podía oír el vitoreo al toro enzarpado que corrió en busca de Etsu y tropezó con la pierna que éste había dejado en su anterior posición, haciendo que éste tropezase y cayese frente al torero.
¡¡OOOOOOLEEEEEE!!
Bueno, en realidad eso no se escuchó, en su lugar un enorme estruendo, similar al producido por un camión al atropellar a una vieja en triciclo. No es algo agradable de escuchar, pero es difícil de echar un ojos al suceso. El ser humano es un animal que disfruta del mal ajeno después de todo...
Fuere como fuere, el impacto no solo provocó que el tendero se llevase las manos a la cabeza. Los pocos comensales que quedaban por allí terminaron de asustarse, acudiendo a correr por la sala de un lado a otro, buscando una salida mas que visible. Por otro lado, una chica surgió de entre un jaleo de sillas tiradas por el suelo, y vociferó sin pudor buscando al responsable del destrozo a su festín. En lugar de acusar al tipo que había caído sobre su comida, llevó su mirada contra Etsu, y acusó al mismo.
Etsu alzó las manos, carente de culpa.
—Yo soy inocente, lo juro. Ha sido él —y señaló al tipo que andaba aún sobre su mesa.
EL hombre trató de reincorporarse, pero con el mero esfuerzo sobre la madera, terminó de romperse la —ahora— endeble estructura, y se cayó todo al suelo. La tabla central partió en dos, los alimentos saltaron como impulsados por una catapulta, y un quejido tosco e incontrolado por parte del hombre lo hizo un tanto difícil de creer.
Al otro lado, el secuaz del tipo que andaba esparramado por el suelo cual batido de platano, alzó su arma en contra de Etsu. Sin embargo, no parecía muy convencido de querer enfrentarlo. Sabía que él era mucho peor peleando que su aliado, y si él bien había caído, apenas tenía oportunidades contra el heredero del dojo Cereberusu.
Tragó saliva —Etsu... recuerda que es orden de tu abuelo... no puedes hacer ésto... vamos, tío...
—Ni tío ni hostias, joder... solo quiero estar tranquilo. Iros a tomar algo, gastad el dinero de mi abuelo... pero joder, dejadme en paz un rato. ¿Acaso es tanto pedir?
—P-pero...
—¡Que no, hostias ya! ¡no quiero niñeras! ¡se defenderme solito!
Pero la situación no parecía resolverse, ni de lejos. Insistía, e insistía, e insistía... así era él, uno de los perros del abuelo. Casi era como hablarle a una pared.
¡¡OOOOOOLEEEEEE!!
Bueno, en realidad eso no se escuchó, en su lugar un enorme estruendo, similar al producido por un camión al atropellar a una vieja en triciclo. No es algo agradable de escuchar, pero es difícil de echar un ojos al suceso. El ser humano es un animal que disfruta del mal ajeno después de todo...
Fuere como fuere, el impacto no solo provocó que el tendero se llevase las manos a la cabeza. Los pocos comensales que quedaban por allí terminaron de asustarse, acudiendo a correr por la sala de un lado a otro, buscando una salida mas que visible. Por otro lado, una chica surgió de entre un jaleo de sillas tiradas por el suelo, y vociferó sin pudor buscando al responsable del destrozo a su festín. En lugar de acusar al tipo que había caído sobre su comida, llevó su mirada contra Etsu, y acusó al mismo.
Etsu alzó las manos, carente de culpa.
—Yo soy inocente, lo juro. Ha sido él —y señaló al tipo que andaba aún sobre su mesa.
EL hombre trató de reincorporarse, pero con el mero esfuerzo sobre la madera, terminó de romperse la —ahora— endeble estructura, y se cayó todo al suelo. La tabla central partió en dos, los alimentos saltaron como impulsados por una catapulta, y un quejido tosco e incontrolado por parte del hombre lo hizo un tanto difícil de creer.
Al otro lado, el secuaz del tipo que andaba esparramado por el suelo cual batido de platano, alzó su arma en contra de Etsu. Sin embargo, no parecía muy convencido de querer enfrentarlo. Sabía que él era mucho peor peleando que su aliado, y si él bien había caído, apenas tenía oportunidades contra el heredero del dojo Cereberusu.
Tragó saliva —Etsu... recuerda que es orden de tu abuelo... no puedes hacer ésto... vamos, tío...
—Ni tío ni hostias, joder... solo quiero estar tranquilo. Iros a tomar algo, gastad el dinero de mi abuelo... pero joder, dejadme en paz un rato. ¿Acaso es tanto pedir?
—P-pero...
—¡Que no, hostias ya! ¡no quiero niñeras! ¡se defenderme solito!
Pero la situación no parecía resolverse, ni de lejos. Insistía, e insistía, e insistía... así era él, uno de los perros del abuelo. Casi era como hablarle a una pared.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~