7/08/2018, 15:38
(Última modificación: 7/08/2018, 15:38 por Inuzuka Etsu.)
Reika respondió a la presentación de la pequeña con su nombre, así como anunció que el cenobita de su lado era Karamaru. La chica sonrió, tímida como ella misma. Se ahorró las palabras, o mas bien el gato le robó la lengua; cual buena canción dice.
Ante la explicación de la madre, Karamaru no tomó para nada el sentido en que la mujer intentaba alejar los pensamientos horrendos de la cabeza de su hija. Algo más que comprensible, no era mas que una pequeña, dulce e inocente. Inquirió que los fantasmas podían existir, y la pequeña se estremeció. Hurgó más en la herida, porque podía, y cuestionó que si existían quién había hablado con ellos, porqué no querían que volviese, e incluso si no era Kiara la que quería quedarse con los fantasmas.
La mujer tomó a su hija, que temblaba como un flan de huevo sobre el plato, en mitad de una fiesta de tiranosaurios. Acarició con ternura su cabellera, mientras que reposaba su cabeza sobre su busto. Obviamente, trataba de tranquilizarla.
—Tranquila, pequeñita mía, solo están bromeando —aseguró la mujer, que con la mirada fulminaba al chico de cabellera ausente.
»¿Verdad?
Reika no tardó en tomar las riendas de la conversación, haciendo hincapié en lo que habían sentido a la noche. La luz a las afueras, así como el grito desesperado apelando a la chica desaparecida. La mujer desvió por un instante la mirada a la rubia, con una mueca que claramente revelaba que no tenía ni idea de qué estaba hablando.
—No, claro que no... ¿Qué luces ni qué- —Fue el padre de Kiara —aseguró la pequeña, escondida entre los brazos de su madre.
La mujer no pudo evitar respingar, un leve pero brusco movimiento buscando con la mirada a su hija —¿de qué estáis hablando?
—Si, mama... su papa siempre la llama por la noche
Ante la explicación de la madre, Karamaru no tomó para nada el sentido en que la mujer intentaba alejar los pensamientos horrendos de la cabeza de su hija. Algo más que comprensible, no era mas que una pequeña, dulce e inocente. Inquirió que los fantasmas podían existir, y la pequeña se estremeció. Hurgó más en la herida, porque podía, y cuestionó que si existían quién había hablado con ellos, porqué no querían que volviese, e incluso si no era Kiara la que quería quedarse con los fantasmas.
La mujer tomó a su hija, que temblaba como un flan de huevo sobre el plato, en mitad de una fiesta de tiranosaurios. Acarició con ternura su cabellera, mientras que reposaba su cabeza sobre su busto. Obviamente, trataba de tranquilizarla.
—Tranquila, pequeñita mía, solo están bromeando —aseguró la mujer, que con la mirada fulminaba al chico de cabellera ausente.
»¿Verdad?
Reika no tardó en tomar las riendas de la conversación, haciendo hincapié en lo que habían sentido a la noche. La luz a las afueras, así como el grito desesperado apelando a la chica desaparecida. La mujer desvió por un instante la mirada a la rubia, con una mueca que claramente revelaba que no tenía ni idea de qué estaba hablando.
—No, claro que no... ¿Qué luces ni qué- —Fue el padre de Kiara —aseguró la pequeña, escondida entre los brazos de su madre.
La mujer no pudo evitar respingar, un leve pero brusco movimiento buscando con la mirada a su hija —¿de qué estáis hablando?
—Si, mama... su papa siempre la llama por la noche
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~