10/08/2018, 18:51
Flama, Verano del año 218.
Con la inminente llegada de los exámenes de ascenso a rango chuunin, Uzushiogakure estaba patas arriba. Toda la Aldea se esforzaba —civiles y ninjas por igual— en finalizar con los preparativos necesarios para acoger tan renombrado evento lo antes posible; eso incluía a muchos shinobi de alto rango como Akame que, aunque no se presentaban, sí debían estar listos y dispuestos para cualquier tipo de emergencia que pudiera surgir durante la celebración de las pruebas.
Por aquello mismo, el habitual ritmo de trabajo del joven Uchiha se había visto volcado hacia otros derroteros, y cada vez le era más difícil mantener su habitual calma. Fue por eso que, apenas llegó el primer día libre antes de Ceniza, Akame empacó unas cuantas prendas en su vieja mochila militar, se calzó un bañador y unas chanclas, y tomó el primer barco hacia las Islas del Té. Aquel pequeño archipiélago era un popular destino turístico, conocido no sólo en Uzu no Kuni sino en todo Oonindo. La calidad de su té, la belleza de sus paisajes y la amabilidad de los lugareños —acostumbrados a recibir a extranjeros— las convertían en un excelente destino de retiro para pasar unos días de desconexión.
Así, Akame terminó plantándose en La Mediana Roja; quería, no sólo probar su famoso té, sino también relajarse en las playas de la isla. Su barco llegó por la mañana temprano, y apenas pasó por el hostal en el que había alquilado una habitación para una noche —lo necesario para registrar su llegada y dejar la mochila— antes de bajar a la playa. Por suerte, el hotelito estaba situado en un pueblo cercano tanto al puerto principal de la isla como una de las mejores playas; según le habían dicho los habitantes.
Este pequeño pueblo se llamaba Akachamura, y era bien famoso en todo el archipiélago del Té por su té rojo. Así pues, no sorprendería a nadie ver al joven jōnin tumbado sobre una cómoda hamaca, con un bañador corto de color bermellón y unas chanclas blancas. En su mano izquierda sostenía un libro —"Juego de Kages", del género de la literatura fantástica— y en la derecha un vaso de té rojo con hielo, del que bebía con ayuda de una larga pajita.
—Ah, esto es vida... Desde luego que podría acostumbrarme —musitó, mientras seguía leyendo su libro por encima de unas gafas de sol cuadradas que tenía apoyadas en su nariz aguileña y torcida.