17/09/2015, 20:50
El fragor de la batalla no duró demasiado. La cálida sangre de Yoshimitsu bañó al albino cuando éste antepuso el brazo al corte. Frío como un glaciar, el peliblanco tan solo volcó su fuerza en girar la kodachi, y terminar atravesando el gaznate de su antiguo compañero de equipo. La sangre brotó en un acto mas rápido que sus propios reflejos, de hecho, no había sido del todo un gesto de él, algo le había impulsado a hacerlo de esa manera. Aunque tampoco le había desagradado.
Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras la lágrima terminaba de recorrer la mejilla. Entre sangre, satisfacción, y lágrimas, el Senju contuvo por un instante el sepulcral silencio. La calidez de la sangre de Yoshimitsu le bañaba, y la satisfacción de haberle ayudado a ser libre le inundaba de una manera casi indescriptible. Sin duda, ese era su objetivo, liberar al resto de personas... algún día se lo agradecerían.
—Y ahora... solo me quedé...—
Sin embargo, su guerra no estaba perdida, ni mucho menos.
Con la misma fuerza que había hundido la espada en la traquea de su amigo, sacó el arma de su inerte cuerpo. La sangre ya no brotó, apenas le quedaría en el cuerpo, o simplemente su corazón ya no la bombeaba. Fuere como fuere, su cuerpo cayó a pies del Senju.
Con una mueca parecida a una sonrisa, el peliblanco blandió la espada en una estocada seca, buscando escurrir la sangre de su filo metálico. Tras limpiarla, la envainaría de nuevo. De nuevo miró a su ex-compañero, y se agachó hasta su altura. Decidido, cerró sus ojos con sus dedos.
—Algún día me lo agradecerás...— Le confesó mientras se ponía en pié. —Si es que de verdad existe un cielo... aunque es probable que yo vaya al otro lado... es mi condena para poder salvaros de ésta vida de sufrimiento...—
Se echó un vistazo. Sus ropas estaban tan rojizas como el delantal de un cocinero italiano. Sin duda, entre una cosa y otra, no era para nada buena idea acercarse a una gran urbe por el momento. Tenía que pensar, meditar sobre el futuro... y deshacerse de algo que le arrastraba a un infierno de incógnitas...
«Fue todo un placer... pero ya dejaste de ser útil...»
Con parsimonia, el albino se quitó la banda metálica que adornaba su cintura, aquello que lo calificaba como genin de una aldea arrasada. Sin embargo, no se deshizo por completo de ella, tan solo la guardó en su capa de viaje tan derruida y deteriorada por las quemaduras.
Sin más, dejó atrás a Yoshimitsu. Comenzó a andar, sin un rumbo fijo, intentando de aclarar las ideas.
Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras la lágrima terminaba de recorrer la mejilla. Entre sangre, satisfacción, y lágrimas, el Senju contuvo por un instante el sepulcral silencio. La calidez de la sangre de Yoshimitsu le bañaba, y la satisfacción de haberle ayudado a ser libre le inundaba de una manera casi indescriptible. Sin duda, ese era su objetivo, liberar al resto de personas... algún día se lo agradecerían.
—Y ahora... solo me quedé...—
Sin embargo, su guerra no estaba perdida, ni mucho menos.
Con la misma fuerza que había hundido la espada en la traquea de su amigo, sacó el arma de su inerte cuerpo. La sangre ya no brotó, apenas le quedaría en el cuerpo, o simplemente su corazón ya no la bombeaba. Fuere como fuere, su cuerpo cayó a pies del Senju.
Con una mueca parecida a una sonrisa, el peliblanco blandió la espada en una estocada seca, buscando escurrir la sangre de su filo metálico. Tras limpiarla, la envainaría de nuevo. De nuevo miró a su ex-compañero, y se agachó hasta su altura. Decidido, cerró sus ojos con sus dedos.
—Algún día me lo agradecerás...— Le confesó mientras se ponía en pié. —Si es que de verdad existe un cielo... aunque es probable que yo vaya al otro lado... es mi condena para poder salvaros de ésta vida de sufrimiento...—
Se echó un vistazo. Sus ropas estaban tan rojizas como el delantal de un cocinero italiano. Sin duda, entre una cosa y otra, no era para nada buena idea acercarse a una gran urbe por el momento. Tenía que pensar, meditar sobre el futuro... y deshacerse de algo que le arrastraba a un infierno de incógnitas...
«Fue todo un placer... pero ya dejaste de ser útil...»
Con parsimonia, el albino se quitó la banda metálica que adornaba su cintura, aquello que lo calificaba como genin de una aldea arrasada. Sin embargo, no se deshizo por completo de ella, tan solo la guardó en su capa de viaje tan derruida y deteriorada por las quemaduras.
Sin más, dejó atrás a Yoshimitsu. Comenzó a andar, sin un rumbo fijo, intentando de aclarar las ideas.