19/09/2018, 03:19
Mes de Augurio del año 218
Para Kazuma resultaba justo el pensar que podría tener un poco de merecida paz, un tiempo con el cual podría darle algo de descanso a su maltrecho orgullo: había reprobado la primera forma del examen que le permitiría ascender, de un simple estudiante de academia, al grado básico de ninja en plena facultad de deberes y derechos, un genin. Lo más frustrante era que lo había hecho frente a todos aquellos que le señalaban como un provinciano del sur que no poseía talento para el ninjutsu elemental (algo casi estigmático entre los ninjas).
No había bastado superar aquel obstáculo, dedicando gran parte de su tiempo a clases suplementarias para poder optar a una segunda forma. En esta segunda ocasión demostró —no sin una innominada ayuda externa— de lo que era capaz, destacándose asi en el área del kenjutsu. Ahora la bandana no se le escaparía; lo que si habría de serle esquivo era la sensación de compañerismo que se manifiesta luego de un curso agotador, pues de entre los muchos postulantes de la segunda forma solo él consiguió su cometido; ganándole el desprecio de algunos que creían merecer en mayor medida tal reivindicación y que aun así tendrían que recursar el periodo académico.
—Las cosas son como deben ser: si han tenido tiempo para hacerme el objetivo de sus burlas, entonces seguro que les alcanzara para estudiar y aprobar el año que viene —se dijo, sereno, mientras caminaba hacía uno de los Dojos de Instrucción.
El joven sureño se había atrasado respecto a sus compañeros, por lo que no había sido capaz de entrar en algún "equipo": un programa en donde tríos de recién graduados eran puestos bajo la guía de un ninja experimentado que habría de supervisar su formación.
Ahora le tocaba tomar lo que quedase, los “despojos” como decían peyorativamente algunos profesores. Aquello tampoco era que le agradace mucho; tenía el temor de que el titulo de instructor especial designase a alguien que tenía por objetivo tratar con quienes tuviesen alguna suerte de retraso, para intentar hacerlos medianamente útiles.
—En todo caso, quedarme bajo su cuidado no es algo obligatorio —se dijo, sabiendo que lo que allí lo mantenía era la curiosidad, aunque también había algo de escepticismo y temor.
Llego al sitio que se le había indicado un poco antes de la hora (esperar no le resultaba ningún problema). La estructura, de antigua y robusta madera, se veía descuidada. Y aquello tenía sentido; las mejores salas no iban a estar a la disposición de un rezagado único.
Y aun así, el sol de la mañana sobre aquella estructura retirada y silenciosa, cuya fortaleza yacía oculta tras una mística innombrable, parecía corresponderse a la perfección con la clase de persona que era.
¿Era eso bueno o malo? Solo el instructor podría discernirlo.