22/09/2018, 22:32
(Última modificación: 22/09/2018, 22:43 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
No sólo Eri estaba allí. Detrás de la pelirroja, otra figura se perfiló y la mirada de Ayame se afiló cuando reconoció aquella nariz torcida y aquellos ojos del color de la sangre en aquel rostro tan insulso: Uchiha Akame.
—Eri. ¿Con quién hablas? Tenemos trabajo —habló, con aquella expresión suya. Aquella expresión que Ayame tanto odiaba y que mezclaba el sentimiento de superioridad sobre los demás con la firmeza de la orden dada.
«¿Trabajo?» No pudo evitar preguntarse, sin embargo.
Eri se volvió de nuevo hacia ella, pero sus ojos la atravesaron sin verla como si no fuera más que un fantasma aparecido en un lugar al que no pertenecía.
—Eh... nada. ¡Nada, Akame-san!
Y entonces Ayame lo vio. Y su corazón encogió de dolor. Más allá de la posición de Eri y Akame había una tercera figura. Apenas una sombra tirada de cualquier manera sobre la hierba. Un chico de cabellos oscuros, con la nariz sangrante y uno de los brazos doblado en una posición completamente antinatural.
—¡Daruu-kun...! —susurró para sí, con un hilo de voz.
¿Pero qué hacía él allí? No. ¡No! ¡Era una ilusión! Tenía que recordarlo. Todo aquello no era real. ¡No era real! Pero Akame y Eri se acercaban al malherido Daruu y Ayame dio un paso al frente con un gemido de congoja. Se repetía una y otra vez que todo aquello no era real, que Daruu debía estar en aquellos momentos en su casa o quizás entrenando, pero lo sentía tan real que la frontera comenzaba a difuminarse en su mente. ¿Por qué le estaba mostrando su padre aquello? ¿Qué quería enseñarle con toda aquella pantomima?
—Espósalo —ordenó Akame.
¿Acaso era la misma escena ocurrida cuando la sellaron y esposaron a Daruu de vuelta a Uzushiogakure? No. No lo era. Ella no estaba allí y Daruu se había roto la nariz después, en el hospital de Uzushiogakure. Pero fuera lo que fuera que su padre quisiera enseñarle con aquello, Ayame supo que no quería verlo. Y por eso cuando vio a Eri asentir a la orden del Uchiha y quitarle las esposas para acercarse a Daruu, ella se abalanzó hacia delante y se interpuso entre ambos con los brazos extendidos.
—¡NO! —exclamó, con el corazón roto en el pecho. Y aún a sabiendas de que nada de aquello era más que una simple ilusión, Ayame clavó sus iris castaños en los azules de Eri, suplicante—. No lo hagas. Por favor... Por favor...
—Eri. ¿Con quién hablas? Tenemos trabajo —habló, con aquella expresión suya. Aquella expresión que Ayame tanto odiaba y que mezclaba el sentimiento de superioridad sobre los demás con la firmeza de la orden dada.
«¿Trabajo?» No pudo evitar preguntarse, sin embargo.
Eri se volvió de nuevo hacia ella, pero sus ojos la atravesaron sin verla como si no fuera más que un fantasma aparecido en un lugar al que no pertenecía.
—Eh... nada. ¡Nada, Akame-san!
Y entonces Ayame lo vio. Y su corazón encogió de dolor. Más allá de la posición de Eri y Akame había una tercera figura. Apenas una sombra tirada de cualquier manera sobre la hierba. Un chico de cabellos oscuros, con la nariz sangrante y uno de los brazos doblado en una posición completamente antinatural.
—¡Daruu-kun...! —susurró para sí, con un hilo de voz.
¿Pero qué hacía él allí? No. ¡No! ¡Era una ilusión! Tenía que recordarlo. Todo aquello no era real. ¡No era real! Pero Akame y Eri se acercaban al malherido Daruu y Ayame dio un paso al frente con un gemido de congoja. Se repetía una y otra vez que todo aquello no era real, que Daruu debía estar en aquellos momentos en su casa o quizás entrenando, pero lo sentía tan real que la frontera comenzaba a difuminarse en su mente. ¿Por qué le estaba mostrando su padre aquello? ¿Qué quería enseñarle con toda aquella pantomima?
—Espósalo —ordenó Akame.
¿Acaso era la misma escena ocurrida cuando la sellaron y esposaron a Daruu de vuelta a Uzushiogakure? No. No lo era. Ella no estaba allí y Daruu se había roto la nariz después, en el hospital de Uzushiogakure. Pero fuera lo que fuera que su padre quisiera enseñarle con aquello, Ayame supo que no quería verlo. Y por eso cuando vio a Eri asentir a la orden del Uchiha y quitarle las esposas para acercarse a Daruu, ella se abalanzó hacia delante y se interpuso entre ambos con los brazos extendidos.
—¡NO! —exclamó, con el corazón roto en el pecho. Y aún a sabiendas de que nada de aquello era más que una simple ilusión, Ayame clavó sus iris castaños en los azules de Eri, suplicante—. No lo hagas. Por favor... Por favor...