26/09/2018, 19:08
Una mano gélida se apoyó repentinamente en su hombro, sobresaltándola y estremeciéndola a partes iguales. Ayame , antes de que pudiera reaccionar siquiera, se vio obligada a girar sobre sus talones para encontrarse con los gélidos ojos de su hermano, contemplándola en silencio.
«¡No le he oído llegar!» Pensó, sorprendida, aunque bien sabía que Kōri podía ser terriblemente discreto si se lo proponía.
—No se puede luchar contra el crimen con el estómago vacío —le dijo él, con un ligero brillo en sus ojos escarchados. Y entonces se deshizo en una nube de humo.
Un Kage Bunshin, comprendió Ayame. Y exhaló un profundo suspiro. Miró por última vez calle arriba, sopesando de nuevo con tozudez acumulada y cierto rencor la idea de volver a buscar pruebas a los tres lugares que habían visitado. Pero una parte de ella sabía que no serviría más que para entorpecer aún más la misión, y otra parte sabía que Kōri, además de su hermano, era su superior y su sensei. Con un último suspiro, la muchacha se agarró el brazo contrario y, arrastrando los pies, entró en la hamburguesería. La campanita sobre la puerta anunció con alegría su llegada, pero la muchacha, sombría de pies a cabeza, caminó entre las mesas y volvió a sentarse en su sitio con la cabeza gacha.
—Lo... lo siento... —murmuró en voz baja.
«¡No le he oído llegar!» Pensó, sorprendida, aunque bien sabía que Kōri podía ser terriblemente discreto si se lo proponía.
—No se puede luchar contra el crimen con el estómago vacío —le dijo él, con un ligero brillo en sus ojos escarchados. Y entonces se deshizo en una nube de humo.
Un Kage Bunshin, comprendió Ayame. Y exhaló un profundo suspiro. Miró por última vez calle arriba, sopesando de nuevo con tozudez acumulada y cierto rencor la idea de volver a buscar pruebas a los tres lugares que habían visitado. Pero una parte de ella sabía que no serviría más que para entorpecer aún más la misión, y otra parte sabía que Kōri, además de su hermano, era su superior y su sensei. Con un último suspiro, la muchacha se agarró el brazo contrario y, arrastrando los pies, entró en la hamburguesería. La campanita sobre la puerta anunció con alegría su llegada, pero la muchacha, sombría de pies a cabeza, caminó entre las mesas y volvió a sentarse en su sitio con la cabeza gacha.
—Lo... lo siento... —murmuró en voz baja.