27/09/2018, 00:03
(Última modificación: 27/09/2018, 00:20 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Segundos? ¿Minutos? ¿Horas? Ayame no podía saberlo, pero tampoco le importaba. Se dejaba mojar por la lluvia, que acompañaba sus lágrimas como una vieja compañera. Trataba de concentrarse en las gotas, de no ponerse a pensar... Porque si pensaba, las imágenes de Daruu ensangrentado y con las cuencas de los ojos vacías volvían a su cabeza. Pero era del todo inútil. Seguían reflejándose en su subconsciente por mucho que tratara de huir de ellas y apartarlas.
Al final terminó por sacudir la cabeza y reincorporarse con suma lentitud, apoyando primero las manos y después impulsándose con las rodillas para sostenerse de pie. Y aún necesitó de varios segundos para no volver a caer cuando sintió una nueva arcada. Lenta y sombría, Ayame dejó atrás la plataforma y echó a caminar por las aguas del lago de Amegakure de camino a la entrada de la aldea. En aquella ocasión ni siquiera saludó a los guardias que había allí, se sentía demasiado mal como para hacerlo sin vomitarles encima.
Y así, frotándose los ojos en un vano intento de quitarse las lágrimas de encima, Ayame se encaminó hacia su casa con la firme convicción de que aquella noche no probaría bocado.
«Mal augurio...» Se dijo para sí, al darse cuenta de que había dejado de llover y que las nubes aclaraban sobre la aldea.
Al final terminó por sacudir la cabeza y reincorporarse con suma lentitud, apoyando primero las manos y después impulsándose con las rodillas para sostenerse de pie. Y aún necesitó de varios segundos para no volver a caer cuando sintió una nueva arcada. Lenta y sombría, Ayame dejó atrás la plataforma y echó a caminar por las aguas del lago de Amegakure de camino a la entrada de la aldea. En aquella ocasión ni siquiera saludó a los guardias que había allí, se sentía demasiado mal como para hacerlo sin vomitarles encima.
Y así, frotándose los ojos en un vano intento de quitarse las lágrimas de encima, Ayame se encaminó hacia su casa con la firme convicción de que aquella noche no probaría bocado.
«Mal augurio...» Se dijo para sí, al darse cuenta de que había dejado de llover y que las nubes aclaraban sobre la aldea.