27/09/2018, 23:36
(Última modificación: 27/09/2018, 23:36 por Aotsuki Ayame.)
Se acercó de forma sigilosa, como una serpiente arrastrándose al acecho. Siempre silenciosa, siempre buscando no ser descubierta, mimetizándose con el resto del charcos de agua que alfombraban el asfalto. Y no había trampa ni cartón, allí estaba Amedama Daruu, hablando con aquel chico de cabellos rubios que le había hecho la vida imposible durante tantos años. Y cuando apenas se encontraba a unos metros de ellos, Daruu entrecerró los ojos y le hizo una señal al otro.
—Vete, Hōka. Está aquí. Me ocuparé de ella —susurró, y a Ayame sintió como si le hubieran echado un jarro de agua helada por encima.
¿De verdad la había descubierto?
—¿Qué? Mierda, joder. Asegúrate de no matarla.
—¡Ya lo sé! ¡Vete!
Hōka se escabulló como la rata que era, pero Ayame se quedó muy quieta en el sitio, con el corazón palpitándole con fuerza en el pecho. Quizás era sólo una trola. Daruu debía tener algún plan en mente para ganarse la confianza de Hōka para algo... O quizás no, pero no sabía dónde se encontraba exactamente... O quizás...
—¿No te han dicho que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas, alien?
El chico pisó con fuerza el suelo, y de su pie brotó una descarga eléctrica que se extendió por el suelo. Ayame ni siquiera pudo reaccionar a tiempo de que la electricidad recorriera todo su cuerpo e hiciera regresar su cuerpo de carne y hueso. Apoyada sobre sus rodillas y sus manos, Ayame jadeó, terriblemente dolorida y con algún que otro escalofrío.
«¿Raiton...?»
—Daruu... -kun... —Temblando, alzó la mirada hacia él. Hacia su Daruu. Hacia aquel muchacho de ojos violetas y cabellos oscuros que se despeinaban hacia un lado sin remedio. Se negaba a creerlo. Se negaba a creer que aquel Daruu fuera su Daruu. Sencillamente, no podía ser.
—Tenías que meter tus putos morros. No podías quedarte quietecita ni un momento, ¿eh? Todo habría sido más fácil —Daruu chasqueó la lengua y se encogió de hombros—. Fíjate. Todo lo que tuve que sufrir para recuperar nuestro querido bijuu allá en Uzushiogakure, de mano de aquellas ratas, para que ahora desperdicies esta nueva oportunidad de seguir siendo el contenedor de ese monstruo.
Ayame sacudió la cabeza y se llevó una mano a la frente, apartando de nuevo la voz del Gobi de su mente con un débil quejido. Reunió las escasas fuerzas que le restaban y se levantó.
—¿Y qué vas a hacer ahora, alien? —Daruu se rio, venenoso—. Si no pudiste ni aprobar el examen de genin sin mi ayuda. ¿Quien eres sino una inútil? ¿Qué eres sino un trasto inútil? ¿Qué? —Dio un paso hacia adelante, ella dio un paso hacia atrás en respuesta.
Ayame lloraba rota de pena. Respiraba de forma entrecortada mientras en su mente se arremolinaba un enjambre de sentimientos que no era capaz de manejar. Recordaba todos los momentos que había pasado con Daruu, desde las misiones a la romántica belleza del simple acto de compartir un batido; recordaba todo lo que habían vivido, todo lo que habían reído, todo lo que habían llorado, todo lo que habían discutido. Recordó cuando la salvó del veneno de las serpientes del laberinto, recordó cuando fue a buscarla a la guarida de los Kajitsu junto a su familia y sus amigos, recordó cuando perdió su Byakugan, recordó cuando ella misma estuvo dispuesta a correr detrás de Naia para cobrar la venganza, recordó la cara de terror de Daruu cuando la vio transformada en bijuu, recordó que la había salvado en Uzushiogakure y casi había perdido la vida en el proceso... Recordó las traumáticas escenas que había vivido hacía apenas unos minutos, cómo había suplicado y gritado por él. Y lloró las lágrimas más amargas que había llorado en su corta vida.
Pero recordó... Y entonces se dio cuenta de algo.
El fuego se encendió en su pecho como una cerilla y se extendió por sus extremidades tan rápido como un incendio en un bosque. El enjambre de su mente se agitó aún más y Ayame exhaló un quejido, con el rostro contraído en un profundo gesto de sufrimiento. Se llevó las manos al pecho, tratando de contenerlo. Y entonces...
Sonrió.
—Soy Aotsuki Ayame... —formuló, alzando de nuevo los ojos hacia él, desafiante—. Miembro del clan Hōzuki. Kunoichi de Amegakure y guardiana del bijuu de cinco colas. —Pero la cosa no terminaba ahí en aquella ocasión. Dejó caer el brazo y avanzó hasta que su rostro quedó a escasos centímetros de el de Daruu—. Soy amiga de Umikiba Kaido y de Manase Mogura. Soy la novia de Amedama Daruu. Soy la hermana de Aotsuki Kōri y...
»Tu hija.
Ayame entrecerró los ojos.
—No vas a inutilizar mis sentimientos, papá.
—Vete, Hōka. Está aquí. Me ocuparé de ella —susurró, y a Ayame sintió como si le hubieran echado un jarro de agua helada por encima.
¿De verdad la había descubierto?
—¿Qué? Mierda, joder. Asegúrate de no matarla.
—¡Ya lo sé! ¡Vete!
Hōka se escabulló como la rata que era, pero Ayame se quedó muy quieta en el sitio, con el corazón palpitándole con fuerza en el pecho. Quizás era sólo una trola. Daruu debía tener algún plan en mente para ganarse la confianza de Hōka para algo... O quizás no, pero no sabía dónde se encontraba exactamente... O quizás...
—¿No te han dicho que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas, alien?
El chico pisó con fuerza el suelo, y de su pie brotó una descarga eléctrica que se extendió por el suelo. Ayame ni siquiera pudo reaccionar a tiempo de que la electricidad recorriera todo su cuerpo e hiciera regresar su cuerpo de carne y hueso. Apoyada sobre sus rodillas y sus manos, Ayame jadeó, terriblemente dolorida y con algún que otro escalofrío.
«¿Raiton...?»
—Daruu... -kun... —Temblando, alzó la mirada hacia él. Hacia su Daruu. Hacia aquel muchacho de ojos violetas y cabellos oscuros que se despeinaban hacia un lado sin remedio. Se negaba a creerlo. Se negaba a creer que aquel Daruu fuera su Daruu. Sencillamente, no podía ser.
—Tenías que meter tus putos morros. No podías quedarte quietecita ni un momento, ¿eh? Todo habría sido más fácil —Daruu chasqueó la lengua y se encogió de hombros—. Fíjate. Todo lo que tuve que sufrir para recuperar nuestro querido bijuu allá en Uzushiogakure, de mano de aquellas ratas, para que ahora desperdicies esta nueva oportunidad de seguir siendo el contenedor de ese monstruo.
«Ese sucio niñato... ¡Mátalo!»
«Me da igual lo que hagas con mi poder, tómalo todo. ¡SÓLO QUIERO VERLO MUERTO!»
«Me da igual lo que hagas con mi poder, tómalo todo. ¡SÓLO QUIERO VERLO MUERTO!»
Ayame sacudió la cabeza y se llevó una mano a la frente, apartando de nuevo la voz del Gobi de su mente con un débil quejido. Reunió las escasas fuerzas que le restaban y se levantó.
—¿Y qué vas a hacer ahora, alien? —Daruu se rio, venenoso—. Si no pudiste ni aprobar el examen de genin sin mi ayuda. ¿Quien eres sino una inútil? ¿Qué eres sino un trasto inútil? ¿Qué? —Dio un paso hacia adelante, ella dio un paso hacia atrás en respuesta.
Ayame lloraba rota de pena. Respiraba de forma entrecortada mientras en su mente se arremolinaba un enjambre de sentimientos que no era capaz de manejar. Recordaba todos los momentos que había pasado con Daruu, desde las misiones a la romántica belleza del simple acto de compartir un batido; recordaba todo lo que habían vivido, todo lo que habían reído, todo lo que habían llorado, todo lo que habían discutido. Recordó cuando la salvó del veneno de las serpientes del laberinto, recordó cuando fue a buscarla a la guarida de los Kajitsu junto a su familia y sus amigos, recordó cuando perdió su Byakugan, recordó cuando ella misma estuvo dispuesta a correr detrás de Naia para cobrar la venganza, recordó la cara de terror de Daruu cuando la vio transformada en bijuu, recordó que la había salvado en Uzushiogakure y casi había perdido la vida en el proceso... Recordó las traumáticas escenas que había vivido hacía apenas unos minutos, cómo había suplicado y gritado por él. Y lloró las lágrimas más amargas que había llorado en su corta vida.
Pero recordó... Y entonces se dio cuenta de algo.
«¡¡MÁTALO!!»
El fuego se encendió en su pecho como una cerilla y se extendió por sus extremidades tan rápido como un incendio en un bosque. El enjambre de su mente se agitó aún más y Ayame exhaló un quejido, con el rostro contraído en un profundo gesto de sufrimiento. Se llevó las manos al pecho, tratando de contenerlo. Y entonces...
Sonrió.
—Soy Aotsuki Ayame... —formuló, alzando de nuevo los ojos hacia él, desafiante—. Miembro del clan Hōzuki. Kunoichi de Amegakure y guardiana del bijuu de cinco colas. —Pero la cosa no terminaba ahí en aquella ocasión. Dejó caer el brazo y avanzó hasta que su rostro quedó a escasos centímetros de el de Daruu—. Soy amiga de Umikiba Kaido y de Manase Mogura. Soy la novia de Amedama Daruu. Soy la hermana de Aotsuki Kōri y...
»Tu hija.
Ayame entrecerró los ojos.
—No vas a inutilizar mis sentimientos, papá.