28/09/2018, 11:59
Daruu dibujó una amplia sonrisa en su rostro, y Ayame no pudo menos que rezar a Amenokami (aunque no la estuviera amparando en aquellos momentos) y a todos los dioses habidos y por haber que no se hubiera equivocado en su suposición. Porque, de haberlo hecho, habría acabado de hacer hecho el mayor ridículo en la historia de Oonindo.
—Bien hecho, hija —dijo, y su voz se transformó repentinamente en la de su padre.
Y antes de que pudiera decir nada más, el aire se volvió tan espeso como el agua. Ayame se llevó las manos a la garganta, incapaz de respirar, y su alrededor comenzó a resquebrajarse. El suelo, los edificios, el atardecer, todo se rompió en miles de fragmentos azules, grises, púrpuras, naranjas, rosados y rojizos que comenzaron a girar en un caótico torbellino. Ayame entrecerró los ojos, mareada y con aquel sentimiento de asfixia ardiendo en su pecho. Al final sólo quedaron ella y el falso Daruu suspendidos en una insondable oscuridad. Él terminó por fragmentarse del mismo modo, piezas de un puzzle inconexo que terminaron por perderse en la oscuridad para dejarla completamente sola y, nuevamente, paralizada.
«¿Y ahora qué? ¿Va a usar la oscuridad?» No pudo evitar pensar, con lágrimas de terror en los ojos.
Pero entonces vio una luz en el horizonte. Apenas una luciérnaga que se fue haciendo más y más grande hasta convertirse en un sol que la abrazó, la envolvió, la cegó, la engulló...
La luz desapareció y Ayame tomó una gran bocanada de aire. Resolló mientras su cuerpo volvía a recibir el oxígeno perdido, y entonces se dio cuenta de que la lluvia volvía a bañarla. Miró a su alrededor, desorientada después de tantos cambios, y se sorprendió aún más al descubrir que seguían plantados en la misma plataforma en la que habían empezado el entrenamiento. Delante de ella estaba su padre, con las palmas de sus manos aún unidas y los ojos cerrados en un profundo gesto de concentración mientras terminaba de cerrar la puerta de la ilusión.
Porque todo había sido una ilusión, comprendió Ayame enseguida, incluso cuando creía que ya había terminado... ella nunca había abandonado la plataforma.
Se estremeció sin poder evitarlo. Por muchas veces que se enfrentara a él, nunca terminaba de acostumbrarse a la maestría que podía llegar a demostrar Zetsuo con las ilusiones.
Su padre abrió los ojos y le dedicó aquella sonrisa que ella ya había visto justo antes de que todo se desmoronara.
—Nadie habría podido hacerle algo así a su propia hija sin dejar a lado los sentimientos. Los sentimientos nos hacen débiles. Por eso, debemos aprender a suprimirlos cuando es necesario, apagar la luz para que no se aprovechen de ellos. Esa era la lección —Zetsuo suspiró y se llevó una mano a la frente—. La aprendisteis ambos. Hace tiempo. No obstante os empeñáis en no estar de acuerdo con mis palabras exactas, porque vuestras mentes son tan simples que no son capaces de entender una puta metáfora, coño. Es un resumen simple de una idea compleja. ¡Bah! Sois de lo que no hay.
Ayame se encogió sobre sí misma, sin saber muy bien si debía sentirse halagada o regañada.
—Supongo que ahora estarás enfadada conmigo. Y eso significaría que no sabes ver más allá. Si no hubiera hecho esto, no habría podido comprobar hasta dónde llegaba tu determinación —continuó, y ella no pudo evitar contraer el gesto—. Por mi parte, estás preparada para volver a salir de la aldea. Pero Arashikage-sama tendrá que decidir.
«Salir de la aldea...» Suspiró para sí, paladeando cada palabra. Inevitablemente, sus ojos volvieron a los árboles que la esperaban en la otra orilla del lago, pero enseguida se llevó una mano a la frente con un quejido de malestar.
—No estoy enfadada... creo —dijo, con un ligero temblor en su voz. De tan confundida que estaba, le costó varios segundos expresarse, y cuando lo hizo lo hizo a trompicones—. Es sólo que... que... hoy ha sido... demasiado para mí —se confesó, avergonzada.
Primero aquellas traumáticas imágenes que sabía que le costarían más de una pesadilla en las próximas noches, ¿de verdad había sido necesario enseñarle algo así? Después el sentimiento de creerse abandonada en un momento de máxima debilidad, cuando más le necesitaba... Y por último la falsa traición de Daruu, una traición a la aldea y a ella misma; jugando con sus sentimientos, usando las palabras que sabía que más la herirían, utilizando su maltrecho pasado para machacarla... ¿Qué habría pasado si no hubiera sabido leer entre líneas en el último momento? ¿Qué habría pasado si hubiera terminado de creer que lo que le estaba pasando era de verdad?
Recordaba las primeras sesiones de entrenamiento con su padre, cuando la Arashikage le impuso aquel castigo para endurecerla. En más de una ocasión había terminado desmayándose ante sus ilusiones o pataleando como una chiquilla, pero ahora que había logrado sobreponerse a ellas de alguna manera, no podía evitar seguir sintiéndose débil.
No pudo evitarlo, ni siquiera mordiéndose el labio inferior pudo evitarlo. Tenía los ojos tapados pero las lágrimas terminaron rodando por sus mejillas.
—Bien hecho, hija —dijo, y su voz se transformó repentinamente en la de su padre.
Y antes de que pudiera decir nada más, el aire se volvió tan espeso como el agua. Ayame se llevó las manos a la garganta, incapaz de respirar, y su alrededor comenzó a resquebrajarse. El suelo, los edificios, el atardecer, todo se rompió en miles de fragmentos azules, grises, púrpuras, naranjas, rosados y rojizos que comenzaron a girar en un caótico torbellino. Ayame entrecerró los ojos, mareada y con aquel sentimiento de asfixia ardiendo en su pecho. Al final sólo quedaron ella y el falso Daruu suspendidos en una insondable oscuridad. Él terminó por fragmentarse del mismo modo, piezas de un puzzle inconexo que terminaron por perderse en la oscuridad para dejarla completamente sola y, nuevamente, paralizada.
«¿Y ahora qué? ¿Va a usar la oscuridad?» No pudo evitar pensar, con lágrimas de terror en los ojos.
Pero entonces vio una luz en el horizonte. Apenas una luciérnaga que se fue haciendo más y más grande hasta convertirse en un sol que la abrazó, la envolvió, la cegó, la engulló...
La luz desapareció y Ayame tomó una gran bocanada de aire. Resolló mientras su cuerpo volvía a recibir el oxígeno perdido, y entonces se dio cuenta de que la lluvia volvía a bañarla. Miró a su alrededor, desorientada después de tantos cambios, y se sorprendió aún más al descubrir que seguían plantados en la misma plataforma en la que habían empezado el entrenamiento. Delante de ella estaba su padre, con las palmas de sus manos aún unidas y los ojos cerrados en un profundo gesto de concentración mientras terminaba de cerrar la puerta de la ilusión.
Porque todo había sido una ilusión, comprendió Ayame enseguida, incluso cuando creía que ya había terminado... ella nunca había abandonado la plataforma.
Se estremeció sin poder evitarlo. Por muchas veces que se enfrentara a él, nunca terminaba de acostumbrarse a la maestría que podía llegar a demostrar Zetsuo con las ilusiones.
Su padre abrió los ojos y le dedicó aquella sonrisa que ella ya había visto justo antes de que todo se desmoronara.
—Nadie habría podido hacerle algo así a su propia hija sin dejar a lado los sentimientos. Los sentimientos nos hacen débiles. Por eso, debemos aprender a suprimirlos cuando es necesario, apagar la luz para que no se aprovechen de ellos. Esa era la lección —Zetsuo suspiró y se llevó una mano a la frente—. La aprendisteis ambos. Hace tiempo. No obstante os empeñáis en no estar de acuerdo con mis palabras exactas, porque vuestras mentes son tan simples que no son capaces de entender una puta metáfora, coño. Es un resumen simple de una idea compleja. ¡Bah! Sois de lo que no hay.
Ayame se encogió sobre sí misma, sin saber muy bien si debía sentirse halagada o regañada.
—Supongo que ahora estarás enfadada conmigo. Y eso significaría que no sabes ver más allá. Si no hubiera hecho esto, no habría podido comprobar hasta dónde llegaba tu determinación —continuó, y ella no pudo evitar contraer el gesto—. Por mi parte, estás preparada para volver a salir de la aldea. Pero Arashikage-sama tendrá que decidir.
«Salir de la aldea...» Suspiró para sí, paladeando cada palabra. Inevitablemente, sus ojos volvieron a los árboles que la esperaban en la otra orilla del lago, pero enseguida se llevó una mano a la frente con un quejido de malestar.
—No estoy enfadada... creo —dijo, con un ligero temblor en su voz. De tan confundida que estaba, le costó varios segundos expresarse, y cuando lo hizo lo hizo a trompicones—. Es sólo que... que... hoy ha sido... demasiado para mí —se confesó, avergonzada.
Primero aquellas traumáticas imágenes que sabía que le costarían más de una pesadilla en las próximas noches, ¿de verdad había sido necesario enseñarle algo así? Después el sentimiento de creerse abandonada en un momento de máxima debilidad, cuando más le necesitaba... Y por último la falsa traición de Daruu, una traición a la aldea y a ella misma; jugando con sus sentimientos, usando las palabras que sabía que más la herirían, utilizando su maltrecho pasado para machacarla... ¿Qué habría pasado si no hubiera sabido leer entre líneas en el último momento? ¿Qué habría pasado si hubiera terminado de creer que lo que le estaba pasando era de verdad?
Recordaba las primeras sesiones de entrenamiento con su padre, cuando la Arashikage le impuso aquel castigo para endurecerla. En más de una ocasión había terminado desmayándose ante sus ilusiones o pataleando como una chiquilla, pero ahora que había logrado sobreponerse a ellas de alguna manera, no podía evitar seguir sintiéndose débil.
No pudo evitarlo, ni siquiera mordiéndose el labio inferior pudo evitarlo. Tenía los ojos tapados pero las lágrimas terminaron rodando por sus mejillas.