7/10/2018, 20:44
Y Daruu no pudo hacer otra cosa que romper a reír. Y tanta gracia debió de haberle hecho la pregunta de Ayame que terminó por atragantarse.
—¡Oh, no! Desayunaremos en tu casa. Venga, ¿dónde tienes el cajón de los croissants? —preguntó, adentrándose un par de pasos en el pasillo ante la inocente y perpleja mirada de Ayame. Sin embargo, enseguida se dio la vuelta hacia ella—. ¡Pues claro que vamos a salir, boba! Venga, arréglate que te espero aquí.
Y con un par de brincos alegres, volvió a besarla. Aunque esta vez en la frente.
—Oh... v... vale... —tartamudeó la muchacha, sonrojada hasta las orejas. Le señaló la segunda puerta a la derecha—. Si quieres puedes esperarme en el comedor, estarás más cómodo que aquí plantado como un pino —rio, mientras avanzaba a su vez hasta el final del pasillo y giraba la esquina hacia la izquierda.
Allí sólo había dos puerta más. No quería hacerle esperar demasiado, así que cogió la ropa que se iba a poner y se encerró en el cuarto de baño que quedaba enfrente de su habitación. Allí se dio una ducha rápida para asearse y quitarse la cara de sueño que aún llevaba encima, y después de secarse con una toalla y cepillarse el pelo (aunque la mayor parte de los rizos seguían tan indomables como había ido viendo desde que se lo dejó crecer), se vistió. Mientras lo hacía no podía evitar darle vueltas a la situación: tanto su padre como su hermano habían desaparecido sin ninguna noticia, y de repente aparecía Daruu exultante de felicidad diciendo que tenía una sorpresa preparada y que la invitaba a desayunar. ¿A qué venía todo aquello? Por mucho que pensara en ello, ninguna hipótesis que se planteaba parecía posible... Tras unos diez minutos, Ayame salió del baño para ir a buscar a su pareja. Como Daruu, ella tampoco llevaba su habitual indumentaria ninja. Había optado por un jersey de color azul eléctrico con estampados de burbujas blancas sucediéndose a la altura del pecho y unos pantalones largos negros.
—¡Ya estoy lista! —exclamó—. ¿Y qué sorpresa es esa, Daruu-kun? ¡No puedes dejarme con la intriga así!
—¡Oh, no! Desayunaremos en tu casa. Venga, ¿dónde tienes el cajón de los croissants? —preguntó, adentrándose un par de pasos en el pasillo ante la inocente y perpleja mirada de Ayame. Sin embargo, enseguida se dio la vuelta hacia ella—. ¡Pues claro que vamos a salir, boba! Venga, arréglate que te espero aquí.
Y con un par de brincos alegres, volvió a besarla. Aunque esta vez en la frente.
—Oh... v... vale... —tartamudeó la muchacha, sonrojada hasta las orejas. Le señaló la segunda puerta a la derecha—. Si quieres puedes esperarme en el comedor, estarás más cómodo que aquí plantado como un pino —rio, mientras avanzaba a su vez hasta el final del pasillo y giraba la esquina hacia la izquierda.
Allí sólo había dos puerta más. No quería hacerle esperar demasiado, así que cogió la ropa que se iba a poner y se encerró en el cuarto de baño que quedaba enfrente de su habitación. Allí se dio una ducha rápida para asearse y quitarse la cara de sueño que aún llevaba encima, y después de secarse con una toalla y cepillarse el pelo (aunque la mayor parte de los rizos seguían tan indomables como había ido viendo desde que se lo dejó crecer), se vistió. Mientras lo hacía no podía evitar darle vueltas a la situación: tanto su padre como su hermano habían desaparecido sin ninguna noticia, y de repente aparecía Daruu exultante de felicidad diciendo que tenía una sorpresa preparada y que la invitaba a desayunar. ¿A qué venía todo aquello? Por mucho que pensara en ello, ninguna hipótesis que se planteaba parecía posible... Tras unos diez minutos, Ayame salió del baño para ir a buscar a su pareja. Como Daruu, ella tampoco llevaba su habitual indumentaria ninja. Había optado por un jersey de color azul eléctrico con estampados de burbujas blancas sucediéndose a la altura del pecho y unos pantalones largos negros.
—¡Ya estoy lista! —exclamó—. ¿Y qué sorpresa es esa, Daruu-kun? ¡No puedes dejarme con la intriga así!