11/10/2018, 17:00
El descenso fue largo y tortuoso. Ayame nunca se había dado cuenta de lo lento que podía llegar a ser aquel ascensor, pero entre la curiosidad, la expectación y la incomodidad de estar en un sitio tan pequeño con la sola compañía de Daruu pareció multiplicar aquellos diez pisos de bajada. Y para cuando sonó el pitido que indicaba que ya habían llegado a su destino, la muchacha ya se encontraba prácticamente en la puerta, expectante. Sin decir una sola palabra, se dejó guiar por Daruu, que la llevó fuera del portal y la hizo girar a mano izquierda.
Y fue entonces cuando Ayame se quedó paralizada en el sitio.
Después de varios largos meses cerrada a cal y canto, triste y gris, La Pastelería de Kiroe estaba de repente abierta y abarrotada de gente. El murmullo incesante reverberaba contra los cristales empañados y cuando Daruu se dirigió hacia la puerta y la abrió, el familiar olor de los hornos calientes y la masa recién horneada le inundó la nariz y le llenó los ojos de lágrimas. Era como si el local nunca hubiese estado cerrado, como si todo aquel tiempo no hubiese sido más que un sueño.
—Adelante. Tu familia está sentada en la mesa del fondo —le indicó Daruu, invitándola a entrar.
Pero Ayame, completamente estática, le miró sin entender. Y antes de que pudiera abrir siquiera la boca, una mujer se plantó delante de ella. La misma mujer que le había dado sus ojos a su hijo después de que le fueran arrebatados. La misma mujer a la que ella le había enseñado la ecolocalización para que pudiera seguir viviendo con la máxima normalidad posible. La madre de Daruu, que la miraba con sus grandes y brillantes ojos púrpura. Como si no hubiera sido más que un largo sueño...
—¡Ayame-chan! —exclamó, y se abalanzó sobre ella para abrazarla, pero Ayame seguía tan petrificada como al principio y no supo cómo responder—. ¡Qué guapa estás, madre mía! No has cambiado nada, y a la vez has cambiado un montón. ¡Sorpresa!
—P... pero... ¿Cómo...? —Ayame, terriblemente confundida, se volvió hacia Daruu como si esperara ver ahora en sus ojos el color perlado del Byakugan. Por supuesto, no lo vio, y la muchacha frunció el ceño, algo recelosa, y retrocedió un paso sin poder evitarlo. ¿Es que estaba soñando? ¿O quizás...? ¿Quizás...?—. E... espera... ¿Dónde está mi padre? ¿No será esto alguna tontería de las suyas? —no pudo evitar preguntar.
Y fue entonces cuando Ayame se quedó paralizada en el sitio.
Después de varios largos meses cerrada a cal y canto, triste y gris, La Pastelería de Kiroe estaba de repente abierta y abarrotada de gente. El murmullo incesante reverberaba contra los cristales empañados y cuando Daruu se dirigió hacia la puerta y la abrió, el familiar olor de los hornos calientes y la masa recién horneada le inundó la nariz y le llenó los ojos de lágrimas. Era como si el local nunca hubiese estado cerrado, como si todo aquel tiempo no hubiese sido más que un sueño.
—Adelante. Tu familia está sentada en la mesa del fondo —le indicó Daruu, invitándola a entrar.
Pero Ayame, completamente estática, le miró sin entender. Y antes de que pudiera abrir siquiera la boca, una mujer se plantó delante de ella. La misma mujer que le había dado sus ojos a su hijo después de que le fueran arrebatados. La misma mujer a la que ella le había enseñado la ecolocalización para que pudiera seguir viviendo con la máxima normalidad posible. La madre de Daruu, que la miraba con sus grandes y brillantes ojos púrpura. Como si no hubiera sido más que un largo sueño...
—¡Ayame-chan! —exclamó, y se abalanzó sobre ella para abrazarla, pero Ayame seguía tan petrificada como al principio y no supo cómo responder—. ¡Qué guapa estás, madre mía! No has cambiado nada, y a la vez has cambiado un montón. ¡Sorpresa!
—P... pero... ¿Cómo...? —Ayame, terriblemente confundida, se volvió hacia Daruu como si esperara ver ahora en sus ojos el color perlado del Byakugan. Por supuesto, no lo vio, y la muchacha frunció el ceño, algo recelosa, y retrocedió un paso sin poder evitarlo. ¿Es que estaba soñando? ¿O quizás...? ¿Quizás...?—. E... espera... ¿Dónde está mi padre? ¿No será esto alguna tontería de las suyas? —no pudo evitar preguntar.