23/09/2015, 19:39
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Ayame cuando Blame esbozó una amplia sonrisa que se le antojó de lo más siniestra. Un mal presentimiento dentro de ella le hizo arrepentirse casi de inmediato de haberle preguntado a él, pero aún así esperó a que se explicara.
—¿Echarle las culpas a otro? ¿A qué te ref...? —comenzó a preguntar.
Pero antes de que pudiera terminar siquiera la frase, Blame tomó su mano y Ayame no pudo evitar sonrojarse ligeramente ante el contacto físico. Tiró de ella, obligándola a bajarse del poyete de un ligero salto. Y antes de que pudiera siquiera hacerse una idea de lo que estaba planeando su compañero, se vio arrastrada hasta el embravecido mar de gente que se agitaba ante ellos.
Y la última frase que le dedicó antes de que se sumergieran en aquella asfixiante multitud no terminó de calmarla.
Blame buscó sus ojos, y Ayame le miró con cierta confusión. Aún la tenía firmemente agarrada de la mano, por lo que no pudo apartarse como hubiese querido cuando se inclinó junto a su oído y le susurró una serie de indicaciones que terminaron de alarmarla.
«¡¿Pero cómo pretende que haga eso?!» No podía negar que era un buen plan. Pero para alguien como ella, era prácticamente imposible de ejecutar.
Sin embargo, Blame fue rápido y eficiente. En un rápido movimiento, le palpó el trasero a una joven algo más mayor que ellos que se encontraba por delante de su posición. La víctima se giró prácticamente al instante, y la primera persona que se cruzó con sus ojos fue un pobre hombre que debía tener una edad similar a su padre. Los agudos chillidos de histeria no se hicieron esperar. Los golpes no tardaron en acompañarlos.
Y en mitad de aquel caos, un Blame que no era capaz de contener las carcajadas arrastró a una Ayame roja de la más pura vergüenza unas posiciones más adelante.
—Q... ¿Qué? ¿Yo? —tartamudeó, con un hilo de voz. Se mordió el labio inferior, y sus ojos nerviosos comenzaron a mirar alrededor con desesperación. ¿Buscaba una manera de salvarse o de llevar a cabo aquellas disparatadas trastadas? Ni ella misma podía estar segura de la respuesta—. ¿Pero qué puedo hacer yo?
A unos pocos pasos de su posición un hombre degustaba distraído un enorme refresco. El refresco más grande que pudiera haber visto nunca. La sola visión le dio sed. Pero también una terrible idea que la estremeció.
Sin perder un instante, Ayame se colocó por delante de Blame y soltó su mano. Le dirigió una última mirada antes de mirar a su alrededor, asegurándose de que nadie más la estaba mirando directamente, y entonces su cuerpo se deshizo súbitamente en agua y cayó al suelo como una pequeña cascada. La salpicadura no tardó en alcanzar a un hombre musculado como un toro que se encontraba cerca del pobre consumidor del refresco, que no parecía haberse enterado de la desgracia. Y pronto la multitud volvería a agitarse.
—¡¿Pero qué coño te crees que haces?! ¡¡TEN MÁS CUIDADO!!
Ayame aprovechó la nueva turbulencia para volver a su forma corpórea. De nuevo, su rostro ardía como mil infiernos. Pero no perdió la ocasión y se adelantó unas tantas posiciones.
«Lo hago por encontrar a mi familia... Lo hago por encontrar a mi familia...» Se repetía, una y otra vez. Y como si aquello fuera a relajarse, desenganchó la cantimplora que llevaba adosada tras los riñones y sació su envidiosa sed de una vez por todas.
—¿Echarle las culpas a otro? ¿A qué te ref...? —comenzó a preguntar.
Pero antes de que pudiera terminar siquiera la frase, Blame tomó su mano y Ayame no pudo evitar sonrojarse ligeramente ante el contacto físico. Tiró de ella, obligándola a bajarse del poyete de un ligero salto. Y antes de que pudiera siquiera hacerse una idea de lo que estaba planeando su compañero, se vio arrastrada hasta el embravecido mar de gente que se agitaba ante ellos.
Y la última frase que le dedicó antes de que se sumergieran en aquella asfixiante multitud no terminó de calmarla.
Blame buscó sus ojos, y Ayame le miró con cierta confusión. Aún la tenía firmemente agarrada de la mano, por lo que no pudo apartarse como hubiese querido cuando se inclinó junto a su oído y le susurró una serie de indicaciones que terminaron de alarmarla.
«¡¿Pero cómo pretende que haga eso?!» No podía negar que era un buen plan. Pero para alguien como ella, era prácticamente imposible de ejecutar.
Sin embargo, Blame fue rápido y eficiente. En un rápido movimiento, le palpó el trasero a una joven algo más mayor que ellos que se encontraba por delante de su posición. La víctima se giró prácticamente al instante, y la primera persona que se cruzó con sus ojos fue un pobre hombre que debía tener una edad similar a su padre. Los agudos chillidos de histeria no se hicieron esperar. Los golpes no tardaron en acompañarlos.
Y en mitad de aquel caos, un Blame que no era capaz de contener las carcajadas arrastró a una Ayame roja de la más pura vergüenza unas posiciones más adelante.
—Q... ¿Qué? ¿Yo? —tartamudeó, con un hilo de voz. Se mordió el labio inferior, y sus ojos nerviosos comenzaron a mirar alrededor con desesperación. ¿Buscaba una manera de salvarse o de llevar a cabo aquellas disparatadas trastadas? Ni ella misma podía estar segura de la respuesta—. ¿Pero qué puedo hacer yo?
A unos pocos pasos de su posición un hombre degustaba distraído un enorme refresco. El refresco más grande que pudiera haber visto nunca. La sola visión le dio sed. Pero también una terrible idea que la estremeció.
Sin perder un instante, Ayame se colocó por delante de Blame y soltó su mano. Le dirigió una última mirada antes de mirar a su alrededor, asegurándose de que nadie más la estaba mirando directamente, y entonces su cuerpo se deshizo súbitamente en agua y cayó al suelo como una pequeña cascada. La salpicadura no tardó en alcanzar a un hombre musculado como un toro que se encontraba cerca del pobre consumidor del refresco, que no parecía haberse enterado de la desgracia. Y pronto la multitud volvería a agitarse.
—¡¿Pero qué coño te crees que haces?! ¡¡TEN MÁS CUIDADO!!
Ayame aprovechó la nueva turbulencia para volver a su forma corpórea. De nuevo, su rostro ardía como mil infiernos. Pero no perdió la ocasión y se adelantó unas tantas posiciones.
«Lo hago por encontrar a mi familia... Lo hago por encontrar a mi familia...» Se repetía, una y otra vez. Y como si aquello fuera a relajarse, desenganchó la cantimplora que llevaba adosada tras los riñones y sació su envidiosa sed de una vez por todas.