22/10/2018, 23:19
Como no podía ser de otra manera, la provocación de Ayame pinchó a Daruu como una abeja en el culo. El muchacho entrecerró los ojos y soltó una risa sardónica ensombrecida por la rabia. Durante un instante, aquella sonrisa le recordó a otra persona: una mucho más azul.
—No me recuerdes nada, no hace falta —le espetó—. Cuando vuelvas de ese examen con la placa plateada, volveremos a tener un combate. A ver si para cuando te patee el culo sigues fanfarroneando conmigo de esa manera. ¡Jum!
Y con aquel último desafío, el chico se fue con la bandeja bajo el brazo. Ayame lanzó un largo y tendido suspiro. En menudo lío se acababa de meter. Se le estaban acumulando los desafíos.
—Dios, ni se te ocurra perder contra ese imbécil, Ayame —dijo su padre entonces, y ella le miró durante unos segundos por encima de su copa de chocolate, a la que había vuelto sin demora.
—Lo intentaré. Si no, tendré que soportarle durante varias semanas como mínimo —se rio entre dientes. Sin embargo, de un momento a otro su rostro volvió a esgrimir un gesto serio. Terriblemente serio—. —Y, cuando tenga esa placa plateada, tú y yo también ajustaremos cuentas.
Aotsuki Zetsuo clavó sus iris aguamarina en los de ella, y la kunoichi le abrió todas las puertas. Entonces, la comisura de sus labios se curvó en una sonrisa y el hombre cerró los ojos con una sola risa, seca.
—Ya veremos, niña —respondió, antes de girar el cuello—. ¡Kiroe! ¡Ponme una jodida taza de café solo! ¡Sin azúcar y oscuro como una medianoche sin luna!
Ayame, con una risilla, se llevó otro bollito a la boca. El negro pasado de la pastelera se había disuelto y ahora el futuro se abría brillante, cargado de posibilidades y desafíos para todos los allí presentes.
—No me recuerdes nada, no hace falta —le espetó—. Cuando vuelvas de ese examen con la placa plateada, volveremos a tener un combate. A ver si para cuando te patee el culo sigues fanfarroneando conmigo de esa manera. ¡Jum!
Y con aquel último desafío, el chico se fue con la bandeja bajo el brazo. Ayame lanzó un largo y tendido suspiro. En menudo lío se acababa de meter. Se le estaban acumulando los desafíos.
—Dios, ni se te ocurra perder contra ese imbécil, Ayame —dijo su padre entonces, y ella le miró durante unos segundos por encima de su copa de chocolate, a la que había vuelto sin demora.
—Lo intentaré. Si no, tendré que soportarle durante varias semanas como mínimo —se rio entre dientes. Sin embargo, de un momento a otro su rostro volvió a esgrimir un gesto serio. Terriblemente serio—. —Y, cuando tenga esa placa plateada, tú y yo también ajustaremos cuentas.
Aotsuki Zetsuo clavó sus iris aguamarina en los de ella, y la kunoichi le abrió todas las puertas. Entonces, la comisura de sus labios se curvó en una sonrisa y el hombre cerró los ojos con una sola risa, seca.
—Ya veremos, niña —respondió, antes de girar el cuello—. ¡Kiroe! ¡Ponme una jodida taza de café solo! ¡Sin azúcar y oscuro como una medianoche sin luna!
Ayame, con una risilla, se llevó otro bollito a la boca. El negro pasado de la pastelera se había disuelto y ahora el futuro se abría brillante, cargado de posibilidades y desafíos para todos los allí presentes.