3/11/2018, 06:33
—¿Tú crees que van a tener ganas de subirse a los árboles para perseguir a dos niños?— Volteó a verle dedicándole una mirada de duda, rodando sus ojos mientras regresaba la vista al camino. Consideraba que el genin de Kusagakure exageraba con sus precauciones, queriendo tomar acciones por cosas que realmente no merecían su atención. No es como si los cazadores fueran otros shinobis.
—No, nunca—. Respondió a secas. —Sin contar a los clásicos perros o gatos callejeros, esa clase de animales salvajes sólo los he visto en libros. Es la primera vez que miro uno en persona—. Se sinceró. Aislado durante toda su época de estudiante a aquella ciudad de acero y hormigón cómo lo era Amegakure, las bestias silvestres se le antojaban tan misteriosas y casi mitológicas. "Era más bonito de cerca..." podría asegurar que era su animal favorito. —Ciertamente, era majestuoso— Fueron pocos los instantes que pudo observarlo, pero no borraría de su cabeza la imagen del cánido. Estaba agradecido de lograr salvarlo.
Fue entonces que un visitante inesperado les interrumpió, siendo que la señora llegó inesperadamente para darles un beso refrescante a ellos y a aquel bosque que alberga a las criaturas hijas de la madre naturaleza. El Yotsuki se detuvo al tiempo que lo hizo el de ojos negros, recibiendo con alivio aquella caricia que era la añoranza de su hogar.
—¿Huh?, je.— Torció el gesto en una media sonrisa de resignación, pues ya no le sorprendían las incoherencias de Geki. —Joooo, con suerte el agua se lleva el rastro que tanto te preocupa— Le devolvió la puya. —En invierno Amenokami sale de las Tierras de la Tormenta para recorrer el resto de Ōnindo mientras las nubes levantan su vestido cuando camina...
¿Por qué dijo eso? Quién sabe, pues muchas son las leyendas que se hablan sobre el dios de la lluvia.
»Fue un día productivo al final de cuentas.
Estaba ya cansado por el esfuerzo, pues incluso alguien como él sufría de fatiga.
—No se tú, pero yo ya tuve suficientes disgustos y aventuras por hoy. Quizás sea hora de que nuestros caminos se vayan separando— Aflojó los hombres en señal de pereza mientras suspiraba.
—No, nunca—. Respondió a secas. —Sin contar a los clásicos perros o gatos callejeros, esa clase de animales salvajes sólo los he visto en libros. Es la primera vez que miro uno en persona—. Se sinceró. Aislado durante toda su época de estudiante a aquella ciudad de acero y hormigón cómo lo era Amegakure, las bestias silvestres se le antojaban tan misteriosas y casi mitológicas. "Era más bonito de cerca..." podría asegurar que era su animal favorito. —Ciertamente, era majestuoso— Fueron pocos los instantes que pudo observarlo, pero no borraría de su cabeza la imagen del cánido. Estaba agradecido de lograr salvarlo.
Fue entonces que un visitante inesperado les interrumpió, siendo que la señora llegó inesperadamente para darles un beso refrescante a ellos y a aquel bosque que alberga a las criaturas hijas de la madre naturaleza. El Yotsuki se detuvo al tiempo que lo hizo el de ojos negros, recibiendo con alivio aquella caricia que era la añoranza de su hogar.
—¿Huh?, je.— Torció el gesto en una media sonrisa de resignación, pues ya no le sorprendían las incoherencias de Geki. —Joooo, con suerte el agua se lleva el rastro que tanto te preocupa— Le devolvió la puya. —En invierno Amenokami sale de las Tierras de la Tormenta para recorrer el resto de Ōnindo mientras las nubes levantan su vestido cuando camina...
¿Por qué dijo eso? Quién sabe, pues muchas son las leyendas que se hablan sobre el dios de la lluvia.
»Fue un día productivo al final de cuentas.
Estaba ya cansado por el esfuerzo, pues incluso alguien como él sufría de fatiga.
—No se tú, pero yo ya tuve suficientes disgustos y aventuras por hoy. Quizás sea hora de que nuestros caminos se vayan separando— Aflojó los hombres en señal de pereza mientras suspiraba.