6/11/2018, 21:14
—N-no...
No, no era una ilusión. De verdad estaba frente a Aotsuki Ayame.
Era increíble lo juguetón que podía ser el destino. Las casualidades que podía presentar en su camino. ¿Cuál era la probabilidad de encontrarse con Ayame, una mujer entre un millón, por las interminables tierras de Oonindo? Cualquier cambio, por mínimo que fuese, en las acciones de aquel día, y no se la hubiese cruzado. Levantarse más tarde; desviarse hacia un lado u otro ligeramente; no parar a merendar… Y ya no solo aquel día, sino los anteriores. Si no se hubiese encontrado con Juro, y no le hubiese convencido para hacer el camino de vuelta, tampoco estaría allí. Lo mismo pasaba del otro lado, con las elecciones que había hecho Ayame en los últimos días.
Había tantas cosas que podían frustrar aquel encuentro, que si uno se paraba a pensar fríamente, creer que aquello no era más que una coincidencia era una verdad locura.
Tenso, sus ojos se desviaron hacia los árboles, en busca de algún acompañante que quisiese darles alguna sorpresa. Luego nuevamente hacia ella. Pero la notaba… distinta. Se había teñido el pelo de blanco, y le había dado un toque rojo a las ojeras con maquillaje. Hasta se había puesto lentillas de color. Tenía que admitirlo —jamás en público—, pero le quedaba bien. Qué coño, hasta…
«Pero, ¿qué coño te pasa?»
—Me alegra encontrarles, necesitaba hablar con ustedes.
Había algo en aquella voz que le puso los pelos de punta. No, desde luego que no era la voz de Ayame que él conocia. Tenía otro timbre, otro eco, mucho más profundo, ancestral incluso. Era algo que cualquiera podía hacer, claro, con la suficiente habilidad y destreza en dotes interpretativas. Pero, aun así, esa forma extraña de mirarles, como si estuviese viendo más allá, como si…
—Shukaku, Chōmei.
Por un instante, Uchiha Datsue se quedó paralizado. Sin habla. Sin comprender todavía que acababan de descubrirle. Sin llegar a entender que habían hecho lo mismo con el compañero de al lado. Su primer instinto, fue el de disimular. Defenderse.
—¿Se te ha ido la olla tras el Examen, o qué? ¿Crees que con teñirte un poco el pelo y maquillarte ya nadie te reconocerá? ¿O acaso…?
— ¿Tú... eres Ayame? ¿Qué quieres?
¿O acaso estaba ante un Henge no Jutsu?
Un año de pesadillas le había enseñado a ignorar a aquella risa perturbadora. Se centró en el problema que tenía al frente, y gracias a los Dioses tenía el Sharingan para descubrir disfraces hechos por chakra. Su Dōjutsu envenenó su iris con la sangre del clan, y tres aspas bailaron alrededor de su pupila, amenazantes, analíticas. Y, a estos nuevos ojos, le acompañó…
Un chillido desgarrador. Tan agudo e infantil, que cualquiera con un mínimo de orgullo se avergonzaría de emitirlo. Uchiha Datsue, el Intrépido, el Matakages y Devorbijuudamas, cayó de culo al suelo y retrocedió arrastrándose como un niño que ve a Izanagi abriendo las puertas del Yomi para él.
Para comprender su reacción, hay que saber que el Sharingan es capaz de ver el chakra que circula por una persona. Desde la pequeña llama traslúcida que poseen los civiles, hasta las majestuosas llamaradas que eran Hanabi, Akame o él mismo. Pero lo que rodeaba a Aotsuki Ayame era otra cosa. Rompía toda comparación posible, jugaba en una liga distinta. Una en la que solo estaba ella. Había tal energía en su cuerpo, que se desbordaba fuera de él, incapaz de contenerse en algo tan pequeño. Jamás había visto cosa igual. Era como contemplar el sol, haciendo que cualquier llamarada —como la suya propia— palideciese y pareciese la simple llama de una vela.
—Im-imposible —balbuceó—. Esto es… imposible.
No, no era una ilusión. De verdad estaba frente a Aotsuki Ayame.
Era increíble lo juguetón que podía ser el destino. Las casualidades que podía presentar en su camino. ¿Cuál era la probabilidad de encontrarse con Ayame, una mujer entre un millón, por las interminables tierras de Oonindo? Cualquier cambio, por mínimo que fuese, en las acciones de aquel día, y no se la hubiese cruzado. Levantarse más tarde; desviarse hacia un lado u otro ligeramente; no parar a merendar… Y ya no solo aquel día, sino los anteriores. Si no se hubiese encontrado con Juro, y no le hubiese convencido para hacer el camino de vuelta, tampoco estaría allí. Lo mismo pasaba del otro lado, con las elecciones que había hecho Ayame en los últimos días.
Había tantas cosas que podían frustrar aquel encuentro, que si uno se paraba a pensar fríamente, creer que aquello no era más que una coincidencia era una verdad locura.
Tenso, sus ojos se desviaron hacia los árboles, en busca de algún acompañante que quisiese darles alguna sorpresa. Luego nuevamente hacia ella. Pero la notaba… distinta. Se había teñido el pelo de blanco, y le había dado un toque rojo a las ojeras con maquillaje. Hasta se había puesto lentillas de color. Tenía que admitirlo —jamás en público—, pero le quedaba bien. Qué coño, hasta…
«Pero, ¿qué coño te pasa?»
—Me alegra encontrarles, necesitaba hablar con ustedes.
Había algo en aquella voz que le puso los pelos de punta. No, desde luego que no era la voz de Ayame que él conocia. Tenía otro timbre, otro eco, mucho más profundo, ancestral incluso. Era algo que cualquiera podía hacer, claro, con la suficiente habilidad y destreza en dotes interpretativas. Pero, aun así, esa forma extraña de mirarles, como si estuviese viendo más allá, como si…
—Shukaku, Chōmei.
Por un instante, Uchiha Datsue se quedó paralizado. Sin habla. Sin comprender todavía que acababan de descubrirle. Sin llegar a entender que habían hecho lo mismo con el compañero de al lado. Su primer instinto, fue el de disimular. Defenderse.
—¿Se te ha ido la olla tras el Examen, o qué? ¿Crees que con teñirte un poco el pelo y maquillarte ya nadie te reconocerá? ¿O acaso…?
— ¿Tú... eres Ayame? ¿Qué quieres?
¿O acaso estaba ante un Henge no Jutsu?
«¡JIAJIAJIA!»
Un año de pesadillas le había enseñado a ignorar a aquella risa perturbadora. Se centró en el problema que tenía al frente, y gracias a los Dioses tenía el Sharingan para descubrir disfraces hechos por chakra. Su Dōjutsu envenenó su iris con la sangre del clan, y tres aspas bailaron alrededor de su pupila, amenazantes, analíticas. Y, a estos nuevos ojos, le acompañó…
Un chillido desgarrador. Tan agudo e infantil, que cualquiera con un mínimo de orgullo se avergonzaría de emitirlo. Uchiha Datsue, el Intrépido, el Matakages y Devorbijuudamas, cayó de culo al suelo y retrocedió arrastrándose como un niño que ve a Izanagi abriendo las puertas del Yomi para él.
Para comprender su reacción, hay que saber que el Sharingan es capaz de ver el chakra que circula por una persona. Desde la pequeña llama traslúcida que poseen los civiles, hasta las majestuosas llamaradas que eran Hanabi, Akame o él mismo. Pero lo que rodeaba a Aotsuki Ayame era otra cosa. Rompía toda comparación posible, jugaba en una liga distinta. Una en la que solo estaba ella. Había tal energía en su cuerpo, que se desbordaba fuera de él, incapaz de contenerse en algo tan pequeño. Jamás había visto cosa igual. Era como contemplar el sol, haciendo que cualquier llamarada —como la suya propia— palideciese y pareciese la simple llama de una vela.
«¡JIAAAAAAAAAAAJIAJIAJIA!»
—Im-imposible —balbuceó—. Esto es… imposible.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado