7/11/2018, 20:00
Daigo se encontró a Kenzou sentado en la mesa del despacho. Por lo visto, acababa de servirse una taza de rico, humeante, ardiente té. El hombre recibió a Daigo con una sonrisa de oreja a oreja. Sucede que en la mayoría de las ocasiones, cuando un genin irrumpía así en su despacho, en realidad no había pasado nada. No en el gran sentido de las cosas.
—Oh, Daigo-kun. Siéntate y cuéntame, joven —dijo, y se inclinó debajo del escritorio. De ahí sacó otra taza de té, que se apresuró en poner en el otro lado del escritorio. Con la tetera, sirvió una ración a Daigo—. Siéntate a beber té con este viejo carcamal solitario y cuéntame.
—Oh, Daigo-kun. Siéntate y cuéntame, joven —dijo, y se inclinó debajo del escritorio. De ahí sacó otra taza de té, que se apresuró en poner en el otro lado del escritorio. Con la tetera, sirvió una ración a Daigo—. Siéntate a beber té con este viejo carcamal solitario y cuéntame.