8/11/2018, 12:13
(Última modificación: 8/11/2018, 12:14 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
—¿"Entiendo..."? ¿"Gracias por contestar..."? ¿Eso es todo lo que tienes que decir, Juro-san...?
Aquellas tres últimas palabras habían sido como la puñalada definitiva. El silencio de Datsue fue su sentencia de muerte. Temblando de angustia, las manos de Ayame resbalaron por los barrotes a los que se había estado aferrando como dos tablas de madera en la inmensidad del océano. Cayeron inertes a ambos lados de su cuerpo, y la muchacha apoyó la cabeza en ellos en su lugar, llorando sin ningún tipo de control. ¿De verdad se merecía todo aquello? ¿Eso era lo que ella importaba en el mundo? ¿Un cero a la izquierda...?
Y cuando Juro estaba a punto de responder a su pregunta, el Uchiha hizo acopio de valor y le tapó la boca a su compañero violentamente.
—Discúlpeme, Kokuō-dono —habló, con una leve inclinación de cabeza—, pero creo que mi amigo y yo estaremos de acuerdo en que nos gustaría que esta conversación fuese recíproca. Usted ya ha informado a sus hermanos, y creemos que, en un gesto de buena voluntad, antes de nosotros decirle lo que ellos opinan, podría, por favor, darnos algo para nosotros. ¿No es así, Juro-kun? Nos gustaría… saber la apariencia de la General que mencionó. Le agradeceríamos muchísimo si pudiese replicarla con un Henge no Jutsu… Y… Y nosotros también queremos hablar con Aotsuki Ayame.
Como las mareas movidas por la fuerza de la luna, Kokuō sintió los ánimos de Ayame volver a alzarse, lentas, tímidas. Hacía unos instantes aquellos ánimos habían terminado de apagarse como la débil llama de una vela soplada repentinamente, pero parecía que aún quedaban algunas ascuas.
Pero los ojos aguamarina de Kokuō se ensombrecieron, y el Bijū se levantó con lentitud. Alzó la barbilla con señorío; pero, donde antes había habido elegancia en sus movimientos, ahora sólo restaba el peligro. Un peligro primigenio, ancestral. El peligro de un depredador frente a su presa.
Era lo mismo de siempre. Le dabas algo a los humanos y ellos pedían más, y más, y más...
—Me temo que eso no va a ser posible.
Alzó una mano hacia los dos chicos.
«Usted no va a darme órdenes, señorita. Soy libre.»
—No abusen de mi generosidad, humanos —habló, y su voz sonó más grave y profunda que antes—. Suficiente he hecho ya rebajándome a hablar de esto con ustedes, pero no me quedaba más remedio que hacerlo si deseaba advertir a mis Hermanos. Y ellos ya han recibido el mensaje, así que, reciba o no respuesta, mi deber ha concluido aquí.
Aquellas tres últimas palabras habían sido como la puñalada definitiva. El silencio de Datsue fue su sentencia de muerte. Temblando de angustia, las manos de Ayame resbalaron por los barrotes a los que se había estado aferrando como dos tablas de madera en la inmensidad del océano. Cayeron inertes a ambos lados de su cuerpo, y la muchacha apoyó la cabeza en ellos en su lugar, llorando sin ningún tipo de control. ¿De verdad se merecía todo aquello? ¿Eso era lo que ella importaba en el mundo? ¿Un cero a la izquierda...?
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Y cuando Juro estaba a punto de responder a su pregunta, el Uchiha hizo acopio de valor y le tapó la boca a su compañero violentamente.
—Discúlpeme, Kokuō-dono —habló, con una leve inclinación de cabeza—, pero creo que mi amigo y yo estaremos de acuerdo en que nos gustaría que esta conversación fuese recíproca. Usted ya ha informado a sus hermanos, y creemos que, en un gesto de buena voluntad, antes de nosotros decirle lo que ellos opinan, podría, por favor, darnos algo para nosotros. ¿No es así, Juro-kun? Nos gustaría… saber la apariencia de la General que mencionó. Le agradeceríamos muchísimo si pudiese replicarla con un Henge no Jutsu… Y… Y nosotros también queremos hablar con Aotsuki Ayame.
Como las mareas movidas por la fuerza de la luna, Kokuō sintió los ánimos de Ayame volver a alzarse, lentas, tímidas. Hacía unos instantes aquellos ánimos habían terminado de apagarse como la débil llama de una vela soplada repentinamente, pero parecía que aún quedaban algunas ascuas.
Pero los ojos aguamarina de Kokuō se ensombrecieron, y el Bijū se levantó con lentitud. Alzó la barbilla con señorío; pero, donde antes había habido elegancia en sus movimientos, ahora sólo restaba el peligro. Un peligro primigenio, ancestral. El peligro de un depredador frente a su presa.
Era lo mismo de siempre. Le dabas algo a los humanos y ellos pedían más, y más, y más...
—Me temo que eso no va a ser posible.
Alzó una mano hacia los dos chicos.
«¡¡¡Kokuō NO!!!»
«Usted no va a darme órdenes, señorita. Soy libre.»
—No abusen de mi generosidad, humanos —habló, y su voz sonó más grave y profunda que antes—. Suficiente he hecho ya rebajándome a hablar de esto con ustedes, pero no me quedaba más remedio que hacerlo si deseaba advertir a mis Hermanos. Y ellos ya han recibido el mensaje, así que, reciba o no respuesta, mi deber ha concluido aquí.