12/11/2018, 23:29
—¿Crees que vendrá? —preguntó Daruu—. ¿O crees que le habrán apaleado los aldeanos de Yachi?
—Pues espero que no —respondió Ayame, ladeando ligeramente el rostro.
Después de abandonar el pueblo de Kabotaro, los tres shinobi de Amegakure habían regresado a Yachi a todo correr. Afortunadamente, ambas villas no quedaban muy lejos la una de la otra, por lo que no tuvieron problemas a la hora de regresar. Ahora caminaban por las calles de Yachi, a excepción de Kiroe, que había preferido quedarse en la cabaña. Ayame, con las manos entrelazadas detrás de la espalda, canturreaba para sí mientras se dedicaba a inspeccionar todo lo que la rodeaba. No era un pueblo muy grande, aunque su fama se extendía por cualquier rincón de Oonindo. Y no era para menos, teniendo en cuenta las enormes y saludables calabazas que podían ver en cada huertecito que cada casa disponía en su parte trasera. En el cielo nocturno, columnas y columnas de humo se alzaban desde las chimeneas.
Ayame se estremeció al pensar en el calorcito que tenía que hacer en esas casas. Y ellos allí, pasando frío buscando a un Kusajin que no sabían si llegaría a aparecer.
—Mierda, teníamos que habernos quitado estos estúpidos trajes. Aquí desentonamos un huevo —comentó Daruu, rascándose el trasero de forma completamente antiestética.
Ayame simuló no haberle visto, con los ojos paseando de aquí para allá.
—A mí me da igual, si eso significa que hay menos probabilidades de que me reconozcan —comentó, encogiéndose de hombros—. Por cierto, esa araña suya... Era de verdad, ¿no? ¿Crees que será una invocación?
—Pues espero que no —respondió Ayame, ladeando ligeramente el rostro.
Después de abandonar el pueblo de Kabotaro, los tres shinobi de Amegakure habían regresado a Yachi a todo correr. Afortunadamente, ambas villas no quedaban muy lejos la una de la otra, por lo que no tuvieron problemas a la hora de regresar. Ahora caminaban por las calles de Yachi, a excepción de Kiroe, que había preferido quedarse en la cabaña. Ayame, con las manos entrelazadas detrás de la espalda, canturreaba para sí mientras se dedicaba a inspeccionar todo lo que la rodeaba. No era un pueblo muy grande, aunque su fama se extendía por cualquier rincón de Oonindo. Y no era para menos, teniendo en cuenta las enormes y saludables calabazas que podían ver en cada huertecito que cada casa disponía en su parte trasera. En el cielo nocturno, columnas y columnas de humo se alzaban desde las chimeneas.
Ayame se estremeció al pensar en el calorcito que tenía que hacer en esas casas. Y ellos allí, pasando frío buscando a un Kusajin que no sabían si llegaría a aparecer.
—Mierda, teníamos que habernos quitado estos estúpidos trajes. Aquí desentonamos un huevo —comentó Daruu, rascándose el trasero de forma completamente antiestética.
Ayame simuló no haberle visto, con los ojos paseando de aquí para allá.
—A mí me da igual, si eso significa que hay menos probabilidades de que me reconozcan —comentó, encogiéndose de hombros—. Por cierto, esa araña suya... Era de verdad, ¿no? ¿Crees que será una invocación?