15/11/2018, 21:20
—¿Una invocación? —repitió Daruu, llevándose una mano a la barbilla con gesto pensativo. Parecía estar recordando o imaginando algo, y a juzgar por la expresión de su rostro no parecía algo agradable, pero Ayame no pudo siquiera dilucidar de qué se trataba—. Sí, podría ser. Es la única explicación para un bicho tan grande, vamos. Pero qué puta mierda de invocación, ¿¡quién querría invocar un bicho!? Uegh.
—¡Oh, no son tan malos como piensa la mayoría de la gente! —replicó Ayame, con una sonrisilla nerviosa—. ¡Además, si no fuera por las arañas se nos comerían vivos! —se atrevió a bromear, y entonces estiró los brazos y los cruzó por detrás de la nuca, con cuidado para no hacer caer su sombrero de bruja—. Jo, a mí me encantaría saber invocar... ¡Pero no una araña! No me dan miedo ni asco, pero tampoco es que...
Se interrumpió de golpe cuando vio a Daruu señalar hacia el frente:
—¡Eh, mira, Ayame! Ahí está.
No se equivocaba. Apoyado contra un poste de hierro y con aquellos llamativos colores que caracterizaban su indumentaria, el shinobi de Kusagakure sostenía un vaso al que le daba sorbos de vez en cuando con la mirada de sus exóticos ojos dorados perdida en un campo de calabazas que quedaba justo enfrente de su rango de visión. Algo acobardada, Ayame disminuyó el paso, quedándose algo por detrás de la figura de Daruu.
—¡Oh, no son tan malos como piensa la mayoría de la gente! —replicó Ayame, con una sonrisilla nerviosa—. ¡Además, si no fuera por las arañas se nos comerían vivos! —se atrevió a bromear, y entonces estiró los brazos y los cruzó por detrás de la nuca, con cuidado para no hacer caer su sombrero de bruja—. Jo, a mí me encantaría saber invocar... ¡Pero no una araña! No me dan miedo ni asco, pero tampoco es que...
Se interrumpió de golpe cuando vio a Daruu señalar hacia el frente:
—¡Eh, mira, Ayame! Ahí está.
No se equivocaba. Apoyado contra un poste de hierro y con aquellos llamativos colores que caracterizaban su indumentaria, el shinobi de Kusagakure sostenía un vaso al que le daba sorbos de vez en cuando con la mirada de sus exóticos ojos dorados perdida en un campo de calabazas que quedaba justo enfrente de su rango de visión. Algo acobardada, Ayame disminuyó el paso, quedándose algo por detrás de la figura de Daruu.