16/11/2018, 19:38
—Si, si, solo se me ha resbalado —replicó Yota, y Ayame no pudo evitar tensar todos los músculos del cuerpo cuando le vio entrelazar las manos en un extraño sello que no supo reconocer—. Ves, solucionado.
Pero la muchacha se vio incapaz de articular palabra. Boqueaba, como un pez fuera del agua, y tenía los ojos clavados, y abiertos como platos, en la trenza del Kusajin. El dedo con el que le había señalado ahora colgaba, inerte. Y es que se había quedado sin palabras al ser testigo de como el pelo del chico se crispaba como alambres de acero y se alargaba y se alargaba... Como en el cuento de la mágica melena de una kunoichi encerrada en una torre. Y, como si de un brazo más se tratara, la trenza se enrolló en torno al vaso, lo alzó en el aire y lo encestó en una papelera cercana.
Primero una araña gigante y parlanchina, ahora pelo controlable como una extremidad más. Ayame casi no podía reconocer al shinobi al que se había enfrentado en el torneo. ¿Pero cuánto había evolucionado en un año?
—Bueno, con la buena acción del día realizada, ya podemos atender los asuntos importantes pero... —añadió Yota, frotándose la nuca con gesto pensativo—. Es un tema lo suficientemente importante como para que nadie ajeno a nosotros husmee en lo que quiero que hablemos. Yo no conozco este sitio.
«¿Y ese secretismo?» Se preguntó Ayame, carcomida por la curiosidad.
—En esta situación, es muy temerario por tu parte ponerte a formular sellos en presencia de dos amejin, Yota —advirtió Daruu.
—Oh, no seas así con él, Daruu-kun —protestó Ayame, golpeándole con suavidad en el brazo—. Si quisiera atacarnos ya ha tenido ocasiones de sobra para intentarlo. Además, no debería tener motivos para hacerlo. Yota-san no es un Uchiha o un Uzujin, no tiene nada en nuestra contra, y me dijisteis que los Kusajines nos ayudaron durante... el incidente.
—Por otra parte, como veo que no traes a la "arañita" contigo, puedo llevarte a mi casa de campo. Ahí seguro que nadie nos interrumpirá. Pero te advierto que está mi madre. Lo digo porque no habéis empezado con buen pie.
Pero la muchacha se vio incapaz de articular palabra. Boqueaba, como un pez fuera del agua, y tenía los ojos clavados, y abiertos como platos, en la trenza del Kusajin. El dedo con el que le había señalado ahora colgaba, inerte. Y es que se había quedado sin palabras al ser testigo de como el pelo del chico se crispaba como alambres de acero y se alargaba y se alargaba... Como en el cuento de la mágica melena de una kunoichi encerrada en una torre. Y, como si de un brazo más se tratara, la trenza se enrolló en torno al vaso, lo alzó en el aire y lo encestó en una papelera cercana.
Primero una araña gigante y parlanchina, ahora pelo controlable como una extremidad más. Ayame casi no podía reconocer al shinobi al que se había enfrentado en el torneo. ¿Pero cuánto había evolucionado en un año?
—Bueno, con la buena acción del día realizada, ya podemos atender los asuntos importantes pero... —añadió Yota, frotándose la nuca con gesto pensativo—. Es un tema lo suficientemente importante como para que nadie ajeno a nosotros husmee en lo que quiero que hablemos. Yo no conozco este sitio.
«¿Y ese secretismo?» Se preguntó Ayame, carcomida por la curiosidad.
—En esta situación, es muy temerario por tu parte ponerte a formular sellos en presencia de dos amejin, Yota —advirtió Daruu.
—Oh, no seas así con él, Daruu-kun —protestó Ayame, golpeándole con suavidad en el brazo—. Si quisiera atacarnos ya ha tenido ocasiones de sobra para intentarlo. Además, no debería tener motivos para hacerlo. Yota-san no es un Uchiha o un Uzujin, no tiene nada en nuestra contra, y me dijisteis que los Kusajines nos ayudaron durante... el incidente.
—Por otra parte, como veo que no traes a la "arañita" contigo, puedo llevarte a mi casa de campo. Ahí seguro que nadie nos interrumpirá. Pero te advierto que está mi madre. Lo digo porque no habéis empezado con buen pie.