19/11/2018, 16:12
(Última modificación: 19/11/2018, 16:12 por Amedama Daruu.)
Daruu echó a caminar en dirección al barranco de Yachi.
—Sí... vamos —dijo, tras un suspiro—. Es cierto que no nos has traicionado todavía, pero siempre hay una primera vez para todo, y ya me han demostrado varias veces que es así —replicó a lo de antes, atrapado bajo la sombra de un mismo argumento sombrío—. Y normalmente, cuando ya te han traicionado, no te da tiempo a "cortar en pedacitos" a la rata.
»No obstante escucharé lo que tienes que decir. Sólo te advierto, una vez más, de que no juegues con mi generosidad.
Tras decir esto, el trío de ninjas continuó el camino en silencio. Cruzaron el pueblo de un lado a otro, y salieron de él. Luego, tomaron un giro a la izquierda y se acercaron al borde del acantilado. Allí, un sendero algo escondido entre dos árboles bajaba, sinuoso, por la ladera; descendía hasta el valle partido en dos por el río. Y allí, en el lóbulo de un meandro, se alzaba una cabaña de madera. La chimenea despedía una fina columna de humo.
—Es allí —señaló Daruu, y se adelantó. Introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta.
—Oh, Daruu. ¿Ya habéis vue-? —La frase quedó colgada en el aire. Kiroe, toda pálida, se había quedado mirando a Yota con los ojos de par en par. Recorrió desde las rodillas hasta la cabeza, pasó por los hombros. Cuando vio que no la acompañaba la viuda negra gigante, su piel tomó de nuevo el color original. Se adelantó a toda prisa y clavó una reverencia muy pronunciada—. ¡Oh, lo siento, shinobi-san! ¡Me dan pánico las arañas! ¡Lo siento, lo siento!
—Venga, mamá, déjalo —dijo Daruu, enseñándole la palma de la mano. «Sí... no te disculpes todavía. No sabemos lo que quiere decirnos o cuáles son sus intenciones.»
—A... ahora os acompaño. Estoy preparando una cosa. —se apresuró a decir Kiroe, y avanzó por el corto pasillo y giró a la derecha, entrando en la cocina. De allí salía un tufillo dulce que hizo que el estómago de Daruu crujiera.
—Se pone a cocinar cuando está estresada. Y luego tengo que entrenar el doble para bajarlo. ¿Cómo demonios hace Kori para no...? ¡Es igual! Yota-san. A la izquierda está el salón. Hablaremos allí.
Giró la esquina y se sentó en un extremo del sofá de color granate. Al otro extremo habían dos sillones del mismo color, y en el centro una mesa baja de cristal. Daruu señaló al sillón de enfrente.
»Toma asiento, por favor.
Al poco, vino su madre, que traía una bandeja con bollitos de vainilla. «Allá vamos... A atiborrar al extranjero. Bueno, mira el lado bueno. Así no podrá correr si intenta hacer algo. Claro que nosotros tampoco.» La depositó en el centro de la mesa y volvió a marcharse. Volvió enseguida con otra bandeja. Chocolates con nata.
—Por favor, shinobi-san. No te dejes intimidar por mi hijo. Está de un paranoico...
—Mamá, si no te importa...
La mujer tomó asiento en el otro sillón individual.
—Sí... vamos —dijo, tras un suspiro—. Es cierto que no nos has traicionado todavía, pero siempre hay una primera vez para todo, y ya me han demostrado varias veces que es así —replicó a lo de antes, atrapado bajo la sombra de un mismo argumento sombrío—. Y normalmente, cuando ya te han traicionado, no te da tiempo a "cortar en pedacitos" a la rata.
»No obstante escucharé lo que tienes que decir. Sólo te advierto, una vez más, de que no juegues con mi generosidad.
Tras decir esto, el trío de ninjas continuó el camino en silencio. Cruzaron el pueblo de un lado a otro, y salieron de él. Luego, tomaron un giro a la izquierda y se acercaron al borde del acantilado. Allí, un sendero algo escondido entre dos árboles bajaba, sinuoso, por la ladera; descendía hasta el valle partido en dos por el río. Y allí, en el lóbulo de un meandro, se alzaba una cabaña de madera. La chimenea despedía una fina columna de humo.
—Es allí —señaló Daruu, y se adelantó. Introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta.
—Oh, Daruu. ¿Ya habéis vue-? —La frase quedó colgada en el aire. Kiroe, toda pálida, se había quedado mirando a Yota con los ojos de par en par. Recorrió desde las rodillas hasta la cabeza, pasó por los hombros. Cuando vio que no la acompañaba la viuda negra gigante, su piel tomó de nuevo el color original. Se adelantó a toda prisa y clavó una reverencia muy pronunciada—. ¡Oh, lo siento, shinobi-san! ¡Me dan pánico las arañas! ¡Lo siento, lo siento!
—Venga, mamá, déjalo —dijo Daruu, enseñándole la palma de la mano. «Sí... no te disculpes todavía. No sabemos lo que quiere decirnos o cuáles son sus intenciones.»
—A... ahora os acompaño. Estoy preparando una cosa. —se apresuró a decir Kiroe, y avanzó por el corto pasillo y giró a la derecha, entrando en la cocina. De allí salía un tufillo dulce que hizo que el estómago de Daruu crujiera.
—Se pone a cocinar cuando está estresada. Y luego tengo que entrenar el doble para bajarlo. ¿Cómo demonios hace Kori para no...? ¡Es igual! Yota-san. A la izquierda está el salón. Hablaremos allí.
Giró la esquina y se sentó en un extremo del sofá de color granate. Al otro extremo habían dos sillones del mismo color, y en el centro una mesa baja de cristal. Daruu señaló al sillón de enfrente.
»Toma asiento, por favor.
Al poco, vino su madre, que traía una bandeja con bollitos de vainilla. «Allá vamos... A atiborrar al extranjero. Bueno, mira el lado bueno. Así no podrá correr si intenta hacer algo. Claro que nosotros tampoco.» La depositó en el centro de la mesa y volvió a marcharse. Volvió enseguida con otra bandeja. Chocolates con nata.
—Por favor, shinobi-san. No te dejes intimidar por mi hijo. Está de un paranoico...
—Mamá, si no te importa...
La mujer tomó asiento en el otro sillón individual.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)