19/11/2018, 21:58
Con un par de intercambios verbales más, y la desconfianza brotando por cada poro de Daruu, los tres shinobi se dirigieron en completo silencio hacia la caseta donde se hospedaban los Amejines. Salieron de Yachi tras cruzarlo y después giraron a la izquierda. Se acercaron al borde del acantilado, y desde allí bajaron por un sinuoso sendero, algo escondido entre los árboles, hasta el valle. Las aguas del río lo dividían por la mitad entre serpenteantes meandros y allí, en el hueco de tierra que dejaba uno de ellos, se alzaba una pequeña casita de madera de cuya chimenea brotaba una final columna de humo.
—Es allí —señaló Daruu.
Y cuando el chico introdujo la llave en la puerta y la abrió, se encontraron cara a cara con Amedama Kiroe, que se quedó lívida al comprobar quién les acompañaba. Sus ojos violeta escudriñaron el cuerpo de Yota de arriba a abajo, buscando cualquier rastro de arácnido en él. Y sólo se quedó tranquila cuando no lo encontró. Fue entonces cuando se deshizo entre súplicas por su fobia a las arañas y el accidentado ataque hacia Kumopansa.
—Venga, mamá, déjalo.
—A... ahora os acompaño. Estoy preparando una cosa —dijo, antes de atravesar el pasillo y girar hacia la cocina.
Ayame se tuvo que abrazar el estómago cuando llegó hasta su nariz un dulce y agradable aroma.
—Se pone a cocinar cuando está estresada. Y luego tengo que entrenar el doble para bajarlo. ¿Cómo demonios hace Kōri para no...? —preguntó, y Ayame levantó las palmas de las manos hacia el techo con una sonrisilla. Desconocía la respuesta a aquella pregunta, suponía que su hermano debía tener un metabolismo rápido aunque aquello era muy raro, teniendo en cuenta lo frío que era él—. ¡Es igual! Yota-san. A la izquierda está el salón. Hablaremos allí.
Giraron hacia el lado contrario y entraron en el comedor. Allí, Daruu se sentó en un sofá y señaló el sillón que quedaba enfrente para Yota. Ayame dudó durante unos instantes, pero terminó por sentarse junto a Daruu en el sofá, se quitó el sombrero de bruja y el antifaz y los dejó junto a ella con un suspiro. Y, al cabo de unos pocos segundos, Kiroe regresó con una rebosante bandeja de bollitos de vainilla y chocolates con nata.
—¡Ay, qué rico! ¡Gracias! —exclamó Ayame, encantada ante lo que estaba viendo.
Golosa como sólo ella podía ser, tomó uno de los bollitos de vainilla y no dudó ni un instante en llevárselo a la boca para deleitarse con su dulce sabor.
—Entonces... ¿de qué nos querías hablar, Yota-san?
—Es allí —señaló Daruu.
Y cuando el chico introdujo la llave en la puerta y la abrió, se encontraron cara a cara con Amedama Kiroe, que se quedó lívida al comprobar quién les acompañaba. Sus ojos violeta escudriñaron el cuerpo de Yota de arriba a abajo, buscando cualquier rastro de arácnido en él. Y sólo se quedó tranquila cuando no lo encontró. Fue entonces cuando se deshizo entre súplicas por su fobia a las arañas y el accidentado ataque hacia Kumopansa.
—Venga, mamá, déjalo.
—A... ahora os acompaño. Estoy preparando una cosa —dijo, antes de atravesar el pasillo y girar hacia la cocina.
Ayame se tuvo que abrazar el estómago cuando llegó hasta su nariz un dulce y agradable aroma.
—Se pone a cocinar cuando está estresada. Y luego tengo que entrenar el doble para bajarlo. ¿Cómo demonios hace Kōri para no...? —preguntó, y Ayame levantó las palmas de las manos hacia el techo con una sonrisilla. Desconocía la respuesta a aquella pregunta, suponía que su hermano debía tener un metabolismo rápido aunque aquello era muy raro, teniendo en cuenta lo frío que era él—. ¡Es igual! Yota-san. A la izquierda está el salón. Hablaremos allí.
Giraron hacia el lado contrario y entraron en el comedor. Allí, Daruu se sentó en un sofá y señaló el sillón que quedaba enfrente para Yota. Ayame dudó durante unos instantes, pero terminó por sentarse junto a Daruu en el sofá, se quitó el sombrero de bruja y el antifaz y los dejó junto a ella con un suspiro. Y, al cabo de unos pocos segundos, Kiroe regresó con una rebosante bandeja de bollitos de vainilla y chocolates con nata.
—¡Ay, qué rico! ¡Gracias! —exclamó Ayame, encantada ante lo que estaba viendo.
Golosa como sólo ella podía ser, tomó uno de los bollitos de vainilla y no dudó ni un instante en llevárselo a la boca para deleitarse con su dulce sabor.
—Entonces... ¿de qué nos querías hablar, Yota-san?