23/11/2018, 16:43
(Última modificación: 23/11/2018, 16:43 por Aotsuki Ayame.)
Un silencio cargado de una tensión similar a la electricidad estática siguió a su desahogo, pero Ayame no hizo el amago de volver a darse la vuelta. Seguía con los ojos clavados en la pared, como si no hubiera nada más interesante en aquella habitación. Incluso se había olvidado de su chocolate, que se enfriaba solitario sobre la mesita.
—Si yo pudiera elegir, me intercambiaría contigo —replicó Daruu.
—No, no escucho voces en mi cabeza y no vivo con el miedo de que algo vaya a tomar el control sobre mi cuerpo de un momento al otro, pero si que he vivido momentos que preferiría no haber vivido —intervino Yota—. Lo que sé es que debemos aprender de lo que hemos vivido para ser más fuertes y ayudar a la aldea que nos lo ha dado todo; en mi caso Kusagakure, en el tuyo Amegakure.
Ayame chasqueó la lengua, pero no se volvió para responderles. Jamás dejaría que alguien cercano a ella tuviera que cargar con la responsabilidad que le habían puesto en los hombros sin pedirla. Era algo que jamás permitiría, por mucho que deseara quitárselo de encima. Y servir y esforzarse por Amegakure era algo que ya estaba haciendo. Lo había hecho desde que había recibido aquella bandana y seguiría haciéndolo hasta que dejara de vestirla.
Entonces vino la revelación, la bomba de relojería en estado puro:
—Un gennin, a mi parecer novato delató uno de los Hermanos del Desierto cuando empezó la batalla campal en el estadio. Se refirió a él como un Hermano del Desierto, así que no hay duda de que el jinchuriki era Uchiha Datsue.
El nombre cayó sobre Ayame como un jarro de agua fría, y lo sintió como si le hubiesen golpeado en la cabeza con una cacerola. Fue incapaz de escuchar nada más. En su cabeza sólo estaba el nombre de Uchiha Datsue retumbando como un sonoro eco. Y mientras Daruu y su madre hablaban entre ellos, ella tembló con violencia. Sus hombros se sacudieron...
—Ja...
Y entonces se echó a reír.
—¡JAJAJAJAJAJAJAJAJA...!
No era una risa alegre ni divertida. Era una risa histérica, nerviosa, cargada de angustia. Ayame tuvo que apoyarse en la pared para no caer el suelo de rodillas y se tapó el rostro con una mano. Se seguía riendo a mandíbula batiente, pero una lágrima rodó por su mejilla.
—No me lo puedo creer... No me lo puedo creer —reía y reía, incapaz de controlarse.
Cruel y caprichoso destino. La única persona que compartía su destino, la única persona que podía comprender de verdad su martirio era, precisamente, su peor enemigo. El mismo que la había engañado tantas veces, el mismo que la había contaminado, el mismo que la había hecho quedar tan mal frente a Yui-sama y casi le hace perder la cabeza por ello, el mismo al que ella misma había golpeado para desatar toda su frustración sobre él, el mismo que la había sacado de sus casillas en el examen y la había hecho perder el control... Y lo peor era que las sospechabas sobre la identidad del otro Hermano del Desierto giraban alrededor del otro Uchiha, Uchiha Akame, el mismo que la había apalizado en el torneo y había esposado a Daruu era el otro.
Era demasiado bueno para ser verdad. Sencillamente, no se lo podía creer.
¡¡¡No se lo podía creer!!!
La risa fue sustituida por la rabia. Ayame golpeó la pared con el puño y sólo consiguió hacerse daño en los nudillos. Pero en aquellos instantes no le importó.
¡¿Pero es que esos malditos Uchiha no la podían dejar en paz?! ¡¡¿¿Por qué tenían que girar alrededor de ella??!!
—Si yo pudiera elegir, me intercambiaría contigo —replicó Daruu.
—No, no escucho voces en mi cabeza y no vivo con el miedo de que algo vaya a tomar el control sobre mi cuerpo de un momento al otro, pero si que he vivido momentos que preferiría no haber vivido —intervino Yota—. Lo que sé es que debemos aprender de lo que hemos vivido para ser más fuertes y ayudar a la aldea que nos lo ha dado todo; en mi caso Kusagakure, en el tuyo Amegakure.
Ayame chasqueó la lengua, pero no se volvió para responderles. Jamás dejaría que alguien cercano a ella tuviera que cargar con la responsabilidad que le habían puesto en los hombros sin pedirla. Era algo que jamás permitiría, por mucho que deseara quitárselo de encima. Y servir y esforzarse por Amegakure era algo que ya estaba haciendo. Lo había hecho desde que había recibido aquella bandana y seguiría haciéndolo hasta que dejara de vestirla.
Entonces vino la revelación, la bomba de relojería en estado puro:
—Un gennin, a mi parecer novato delató uno de los Hermanos del Desierto cuando empezó la batalla campal en el estadio. Se refirió a él como un Hermano del Desierto, así que no hay duda de que el jinchuriki era Uchiha Datsue.
El nombre cayó sobre Ayame como un jarro de agua fría, y lo sintió como si le hubiesen golpeado en la cabeza con una cacerola. Fue incapaz de escuchar nada más. En su cabeza sólo estaba el nombre de Uchiha Datsue retumbando como un sonoro eco. Y mientras Daruu y su madre hablaban entre ellos, ella tembló con violencia. Sus hombros se sacudieron...
—Ja...
Y entonces se echó a reír.
—¡JAJAJAJAJAJAJAJAJA...!
No era una risa alegre ni divertida. Era una risa histérica, nerviosa, cargada de angustia. Ayame tuvo que apoyarse en la pared para no caer el suelo de rodillas y se tapó el rostro con una mano. Se seguía riendo a mandíbula batiente, pero una lágrima rodó por su mejilla.
—No me lo puedo creer... No me lo puedo creer —reía y reía, incapaz de controlarse.
Cruel y caprichoso destino. La única persona que compartía su destino, la única persona que podía comprender de verdad su martirio era, precisamente, su peor enemigo. El mismo que la había engañado tantas veces, el mismo que la había contaminado, el mismo que la había hecho quedar tan mal frente a Yui-sama y casi le hace perder la cabeza por ello, el mismo al que ella misma había golpeado para desatar toda su frustración sobre él, el mismo que la había sacado de sus casillas en el examen y la había hecho perder el control... Y lo peor era que las sospechabas sobre la identidad del otro Hermano del Desierto giraban alrededor del otro Uchiha, Uchiha Akame, el mismo que la había apalizado en el torneo y había esposado a Daruu era el otro.
Era demasiado bueno para ser verdad. Sencillamente, no se lo podía creer.
¡¡¡No se lo podía creer!!!
La risa fue sustituida por la rabia. Ayame golpeó la pared con el puño y sólo consiguió hacerse daño en los nudillos. Pero en aquellos instantes no le importó.
¡¿Pero es que esos malditos Uchiha no la podían dejar en paz?! ¡¡¿¿Por qué tenían que girar alrededor de ella??!!