29/11/2018, 21:42
Y al parecer, la obra comenzaba a alcanzar su pico más álgido. Juro intentó explicarse lo mejor que pudo, pero lo cierto era que el cúmulo de circunstancias ya estaba sobrepasando cualquier límite racional conocido.
Se habían encontrado con Aotsuki Ayame, de eso estaba convencido, aunque su aspecto físico parecía ser diferente. Kenzou recordaba haber visto a la muchacha aquel día un año atrás, en la azotea de aquel mismo edificio, acompañando tanto a Yui como a Shanise junto a otro shinobi de su generación para llevar a cabo aquella importante misión sobre los misteriosos Hilos de Chakra; y también recordaba haberla visto combatir durante el Torneo de los Dojos. Tenía el pelo negro, corto sobre los hombros, y los ojos oscuros, aunque en ambas circunstancias desde su posición no pudo llegar a discernir si eran de verdad negros o castaños. De todas maneras aquella descripción se alejaba completamente de la que le acababa de dar su Jōnin: cabello blanco y ojos aguamarina con una sombra roja bajo sus párpados inferiores. Cualquiera podría haber pensado que la kunoichi había decidido alterar su aspecto físico para pasar desapercibida después de lo que ocurrió en el examen de ascenso, pero Juro aseguraba que había algo más, que aunque estaba seguro de que aquella muchacha era Ayame, no se comportaba como tal, ni tenía su voz. Es más, afirmaba que la mirada de sus ojos eran los de una bestia. Estaba asegurando que era el Bijū que hasta ahora había guardado en su interior.
Kenzou dejó la taza sobre la mesa y echó hacia atrás la espalda. Sus ojos miraban a Juro como si fuera la primera vez que le veían.
—¿De verdad estás presuponiendo una posesión del cuerpo por parte del Bijū? —preguntó, incapaz de creer lo que estaba escuchando. Entonces entornó ligeramente los ojos y se inclinó un poco hacia él—. Has dicho que os la encontrasteis en el Bosque de Hongos... No te lo tomes a mal, Juro-kun, ¿pero estás seguro que lo que viste? ¿No se os ocurriría comer alguna de esas setas, no? Ya sabes que algunas de esas especies pueden llegar a ser peligrosamente tóxicas... o alucinógenas...
Se habían encontrado con Aotsuki Ayame, de eso estaba convencido, aunque su aspecto físico parecía ser diferente. Kenzou recordaba haber visto a la muchacha aquel día un año atrás, en la azotea de aquel mismo edificio, acompañando tanto a Yui como a Shanise junto a otro shinobi de su generación para llevar a cabo aquella importante misión sobre los misteriosos Hilos de Chakra; y también recordaba haberla visto combatir durante el Torneo de los Dojos. Tenía el pelo negro, corto sobre los hombros, y los ojos oscuros, aunque en ambas circunstancias desde su posición no pudo llegar a discernir si eran de verdad negros o castaños. De todas maneras aquella descripción se alejaba completamente de la que le acababa de dar su Jōnin: cabello blanco y ojos aguamarina con una sombra roja bajo sus párpados inferiores. Cualquiera podría haber pensado que la kunoichi había decidido alterar su aspecto físico para pasar desapercibida después de lo que ocurrió en el examen de ascenso, pero Juro aseguraba que había algo más, que aunque estaba seguro de que aquella muchacha era Ayame, no se comportaba como tal, ni tenía su voz. Es más, afirmaba que la mirada de sus ojos eran los de una bestia. Estaba asegurando que era el Bijū que hasta ahora había guardado en su interior.
Kenzou dejó la taza sobre la mesa y echó hacia atrás la espalda. Sus ojos miraban a Juro como si fuera la primera vez que le veían.
—¿De verdad estás presuponiendo una posesión del cuerpo por parte del Bijū? —preguntó, incapaz de creer lo que estaba escuchando. Entonces entornó ligeramente los ojos y se inclinó un poco hacia él—. Has dicho que os la encontrasteis en el Bosque de Hongos... No te lo tomes a mal, Juro-kun, ¿pero estás seguro que lo que viste? ¿No se os ocurriría comer alguna de esas setas, no? Ya sabes que algunas de esas especies pueden llegar a ser peligrosamente tóxicas... o alucinógenas...