1/12/2018, 20:43
Que la visión de Juro se hubiese debido a unos hongos alucinógenos desafortunadamente ingeridos habría sido la respuesta fácil. La más sencilla de asimilar. Pero nada en aquella vida era fácil, Kenzou lo sabía bien. Y la situación no hacía más que complicarse por momentos.
El Morikage escuchó con suma atención el relato de su shinobi, con los codos apoyados sobre la mesa, los dedos entrelazados a la altura de los labios y los ojos entrecerrados. Para cuando terminó de hablar, la permanente sonrisa del líder de Kusagakure se había desvanecido por completo y su rostro había adquirido un gesto serio y sombrío, terriblemente inusual en él. Contemplaba a Juro casi horrorizado, como si fuera la primera vez que le veía y una gota de sudor resbaló por su sien.
No tenían suficiente con que los Bijū, las terribles bestias con colas de las leyendas que arrasaron las Cinco Grandes Villas del pasado y que fueron aniquiladas por los tres Primeros Kage de las actuales aldeas shinobi para evitar mayores daños, estuvieran resurgiendo. Ahora resultaba que aquellos monstruos sedientos de sangre tenían algo parecido a la conciencia, tenían nombres, podían hablar... y ahora estaban dominando el cuerpo de los Jinchūriki en los que estaban siendo sellados y comunicándose entre ellos.
—Nunca te he mentido al respecto, Juro. Cuando establecimos el Pacto entre las tres aldeas y surgió el Gobi, los máximos expertos en Fūinjutsu se reunieron y crearon la técnica de sellado que habría de confinar al Bijū en el interior de un shinobi de Amegakure. Esa técnica fue compartida entre las tres aldeas para que pudiéramos estar preparados por si volvía a aparecer alguno de esos monstruos, y se nos aseguró con rotundidad que era infalible, que el sello no podría ser roto por nadie que no fuera un maestro en el tema. Pero no contamos con que los Bijū sí pudieran hacer algo así... —Kenzou inclinó la cabeza apesadumbrado. Había sido con las últimas palabras de Juro cuando se dio cuenta de algo.—. Estabas con Uchiha Datsue, por lo que él también se enteraría de que tú eres el Jinchūriki de Kusagakure, ¿me equivoco? —preguntó, aunque era más bien una afirmación. Kenzou terminó por suspirar y se levantó con lentitud, apoyando sendas manos sobre el tablero de la mesa y le dio la espalda para dirigirse hacia el ventanal que daba las vistas a toda la aldea. De repente parecía diez años más viejo—. Aunque, si lo que dices es cierto, esa se acaba de convertir en la menor de nuestras preocupaciones.
Sin ir más lejos, lo que le había ocurrido a Aotsuki Ayame podría ocurrirle también a Juro o a los Jinchūriki de Uzushiogakure. Y a Kenzou no se le ocurría un escenario más terrorífico que el de tener a los Bijū sueltos por Oonindo bajo forma humana. Por un momento se preguntó si Amegakure estaría al corriente de lo que le había ocurrido a su Jinchūriki, pero enseguida se dio cuenta de que, seguramente, la respuesta sería negativa.
—Dices que el Bijū intentó hablar con el tuyo. ¿Lo consiguió? ¿Qué le dijo?
El Morikage escuchó con suma atención el relato de su shinobi, con los codos apoyados sobre la mesa, los dedos entrelazados a la altura de los labios y los ojos entrecerrados. Para cuando terminó de hablar, la permanente sonrisa del líder de Kusagakure se había desvanecido por completo y su rostro había adquirido un gesto serio y sombrío, terriblemente inusual en él. Contemplaba a Juro casi horrorizado, como si fuera la primera vez que le veía y una gota de sudor resbaló por su sien.
No tenían suficiente con que los Bijū, las terribles bestias con colas de las leyendas que arrasaron las Cinco Grandes Villas del pasado y que fueron aniquiladas por los tres Primeros Kage de las actuales aldeas shinobi para evitar mayores daños, estuvieran resurgiendo. Ahora resultaba que aquellos monstruos sedientos de sangre tenían algo parecido a la conciencia, tenían nombres, podían hablar... y ahora estaban dominando el cuerpo de los Jinchūriki en los que estaban siendo sellados y comunicándose entre ellos.
—Nunca te he mentido al respecto, Juro. Cuando establecimos el Pacto entre las tres aldeas y surgió el Gobi, los máximos expertos en Fūinjutsu se reunieron y crearon la técnica de sellado que habría de confinar al Bijū en el interior de un shinobi de Amegakure. Esa técnica fue compartida entre las tres aldeas para que pudiéramos estar preparados por si volvía a aparecer alguno de esos monstruos, y se nos aseguró con rotundidad que era infalible, que el sello no podría ser roto por nadie que no fuera un maestro en el tema. Pero no contamos con que los Bijū sí pudieran hacer algo así... —Kenzou inclinó la cabeza apesadumbrado. Había sido con las últimas palabras de Juro cuando se dio cuenta de algo.—. Estabas con Uchiha Datsue, por lo que él también se enteraría de que tú eres el Jinchūriki de Kusagakure, ¿me equivoco? —preguntó, aunque era más bien una afirmación. Kenzou terminó por suspirar y se levantó con lentitud, apoyando sendas manos sobre el tablero de la mesa y le dio la espalda para dirigirse hacia el ventanal que daba las vistas a toda la aldea. De repente parecía diez años más viejo—. Aunque, si lo que dices es cierto, esa se acaba de convertir en la menor de nuestras preocupaciones.
Sin ir más lejos, lo que le había ocurrido a Aotsuki Ayame podría ocurrirle también a Juro o a los Jinchūriki de Uzushiogakure. Y a Kenzou no se le ocurría un escenario más terrorífico que el de tener a los Bijū sueltos por Oonindo bajo forma humana. Por un momento se preguntó si Amegakure estaría al corriente de lo que le había ocurrido a su Jinchūriki, pero enseguida se dio cuenta de que, seguramente, la respuesta sería negativa.
—Dices que el Bijū intentó hablar con el tuyo. ¿Lo consiguió? ¿Qué le dijo?