7/12/2018, 19:09
(Última modificación: 7/12/2018, 19:10 por Amedama Daruu.)
Pero Datsue no tenía por qué preocuparse. Oh, no, no tenía por qué. Porque el Universo siempre tiene una forma de poner las cosas en su sitio. ¿Que le das un par de hostias a la más grande autoridad militar de tu país para devolverle la consciencia? Pues oye, no pasa nada. Él se levanta, tomando aire como si hubiera estado una semana buceando, y te mete un cabezazo en la nariz sin querer que te tumba al suelo.
Hanabi apoyó las manos en el suelo para no volverse a caer de espaldas.
—¿Katsu... qué? Un momento, ¿qué ha...? —El rostro del mandatario palideció de nuevo, y por un momento parecía que iba a volver a caer, pero se contuvo—. Datsue, por favor, dime que le has estado dando al omoide. O que era broma. O que estaba soñando y me has encontrado aquí, tirado en el despacho.
—Osea, que le has dicho "poca cosa", no, chico? —Sonrió Katsudon, y se cruzó de brazos—. A ver, ¿qué está pasando aquí, sensei? —Se adelantó y le tendió una mano a Hanabi, ayudándole a levantarse.
El Sarutobi se acercó a su silla y tomó asiento despacio, todavía bastante mareado.
—Te aconsejo coger esa silla de ahí atrás, Katsudon —dijo Hanabi—. Vas a necesitarla.
Katsudon miró a la silla, pequeña y vieja, que descansaba al lado de un estante de libros.
—Me temo que esa vieja gloria no podrá soportar el peso de un auténtico Akimichi como yo —rio Katsudon—. Bueno, a ver, ¿qué ocurre? ¿A Yui le han decapitado otro monumento y nos quiere declarar la guerra?
Hanabi apoyó las manos en el suelo para no volverse a caer de espaldas.
—¿Katsu... qué? Un momento, ¿qué ha...? —El rostro del mandatario palideció de nuevo, y por un momento parecía que iba a volver a caer, pero se contuvo—. Datsue, por favor, dime que le has estado dando al omoide. O que era broma. O que estaba soñando y me has encontrado aquí, tirado en el despacho.
—Osea, que le has dicho "poca cosa", no, chico? —Sonrió Katsudon, y se cruzó de brazos—. A ver, ¿qué está pasando aquí, sensei? —Se adelantó y le tendió una mano a Hanabi, ayudándole a levantarse.
El Sarutobi se acercó a su silla y tomó asiento despacio, todavía bastante mareado.
—Te aconsejo coger esa silla de ahí atrás, Katsudon —dijo Hanabi—. Vas a necesitarla.
Katsudon miró a la silla, pequeña y vieja, que descansaba al lado de un estante de libros.
—Me temo que esa vieja gloria no podrá soportar el peso de un auténtico Akimichi como yo —rio Katsudon—. Bueno, a ver, ¿qué ocurre? ¿A Yui le han decapitado otro monumento y nos quiere declarar la guerra?