18/12/2018, 19:39
Kiroe, con cuidado, pasó por el umbral de la puerta con toda la delicadeza que le faltó a Aotsuki Zetsuo. El hombre clavó las palmas de las manos sobre el mostrador de la entrada, y exigió una audiencia con Amekoro Yui con apremio. Ella dio un salto del susto. Luego, desvió la mirada hacia el exterior.
Desde allí podía ver la calle adyacente. No llovía. Algunos lo consideraban un mal presagio. Kiroe nunca había dado credibilidad a esas cosas, pero de pronto un detalle olvidado en el fondo de su memoria le volvió como una saeta que acertaba en la nuca.
El día que había tenido que matar a su propio marido tampoco llovía.
Kiroe dio unos pasos atrás y se llevó la mano a la boca con nerviosismo fingido. Luego, disimuladamente, manchó con un poco de sangre un macetero de la recepción.
Por si... por si acaso.
Desde allí podía ver la calle adyacente. No llovía. Algunos lo consideraban un mal presagio. Kiroe nunca había dado credibilidad a esas cosas, pero de pronto un detalle olvidado en el fondo de su memoria le volvió como una saeta que acertaba en la nuca.
El día que había tenido que matar a su propio marido tampoco llovía.
Kiroe dio unos pasos atrás y se llevó la mano a la boca con nerviosismo fingido. Luego, disimuladamente, manchó con un poco de sangre un macetero de la recepción.
Por si... por si acaso.