20/12/2018, 23:02
A aquel día le faltaba algo.
No todos se darían cuenta, claro, y no todos lo echarían en falta. Era una de esas cosas, más bien, que solo unos pocos podían verdaderamente entender. Para un viejo marinero, por ejemplo, sería como embarcarse y no oler la sal del mar. No escuchar el oleaje haciendo crujir el casco del barco. No sentir el característico bamboleo bajo sus pies, como si siguiese en tierra firme.
Un uzujin o un kusajin, por ejemplo, no entendería nada de esto. Podían saber que allí llovía siempre, como a un aldeano del interior le podían explicar que en la costa había algo llamado mar. Oh, sí, podía llegar a imaginárselo. Podía incluso tener una imagen bastante aproximada mediante fotos o la televisión. Pero no sabría a qué olía; ni a qué sabía; ni qué se sentía al dejarte llevar por las olas del mar. Pues para él, no era más que una biografía de un desconocido en una revista.
Para los amejines, en cambio, la lluvia era su amante. Era parte de sus almas, y formaba parte de sus seres desde el día en que habían nacido. Y cuando tu amor te falta, algo dentro de ti se retuerce.
Pese a que la mayoría coincidía en que era un signo de mal augurio, no todos reaccionaban igual. Algunos se deprimían, pasándose horas bajo la ducha en busca de un burdo substitutivo. Otros sufrían de ansiedad, o se sentían cansados y débiles, como si llevasen días sin beber y no pudiesen saciar su sed.
En el caso de Hozuki Kiiroka, se ponía arisca.
—Ya lo creo que es urgente —le espetó—. Yui-sama os está esperando en su despacho.
Cuando subiesen, verían algo curioso. Las puertas del despacho estaban abiertas, Shanise se encontraba de pie, junto al escritorio, y Yui de espaldas mirando por el ventanal —por primera vez en mucho tiempo, abierto—. Era como si…
… como si ya supiesen, de alguna forma, que habían llegado.
No todos se darían cuenta, claro, y no todos lo echarían en falta. Era una de esas cosas, más bien, que solo unos pocos podían verdaderamente entender. Para un viejo marinero, por ejemplo, sería como embarcarse y no oler la sal del mar. No escuchar el oleaje haciendo crujir el casco del barco. No sentir el característico bamboleo bajo sus pies, como si siguiese en tierra firme.
Un uzujin o un kusajin, por ejemplo, no entendería nada de esto. Podían saber que allí llovía siempre, como a un aldeano del interior le podían explicar que en la costa había algo llamado mar. Oh, sí, podía llegar a imaginárselo. Podía incluso tener una imagen bastante aproximada mediante fotos o la televisión. Pero no sabría a qué olía; ni a qué sabía; ni qué se sentía al dejarte llevar por las olas del mar. Pues para él, no era más que una biografía de un desconocido en una revista.
Para los amejines, en cambio, la lluvia era su amante. Era parte de sus almas, y formaba parte de sus seres desde el día en que habían nacido. Y cuando tu amor te falta, algo dentro de ti se retuerce.
Pese a que la mayoría coincidía en que era un signo de mal augurio, no todos reaccionaban igual. Algunos se deprimían, pasándose horas bajo la ducha en busca de un burdo substitutivo. Otros sufrían de ansiedad, o se sentían cansados y débiles, como si llevasen días sin beber y no pudiesen saciar su sed.
En el caso de Hozuki Kiiroka, se ponía arisca.
—Ya lo creo que es urgente —le espetó—. Yui-sama os está esperando en su despacho.
Cuando subiesen, verían algo curioso. Las puertas del despacho estaban abiertas, Shanise se encontraba de pie, junto al escritorio, y Yui de espaldas mirando por el ventanal —por primera vez en mucho tiempo, abierto—. Era como si…
… como si ya supiesen, de alguna forma, que habían llegado.