20/12/2018, 23:22
—Ya lo creo que es urgente —le espetó Hōzuki Kiiroka, la recepcionista cuyo humor era tan volátil como las mareas del océano—. Yui-sama os está esperando en su despacho.
Zetsuo se quedó momentáneamente paralizado, con la boca entreabierta y los ojos abiertos de par en par en una mueca de sorpresa. Se sobrepuso rápidamente, sin embargo, y tras un escueto "bien", se dirigió con Kiroe al ascensor. El largo trayecto hasta la última planta fue protagonizado por un tenso silencio, sólo roto por el constante rumor del motor de aquel armatoste de metal que desafiaba las leyes de la gravedad. No hacían falta palabras: Amekoro Yui ya había notado su ausencia.
Un débil tintineo anunció su llegada. Los dos adultos salieron del ascensor y enfilaron con paso firme el pasillo, dejando de lado los numerosos ventanales que daban vistas al resto de la aldea. Zetsuo ni siquiera se detuvo al ver que los portones de madera del final del corredor estaban abiertos de par en par, como las fauces de un dragón que los esperaba, hambriento. Simplemente, entró en el despacho junto a Kiroe y se adelantó hasta quedar frente al escritorio de ébano, en el centro de la sala.
—Yui-sama, necesitamos hablar con usted —habló, apremiante y sumamente serio.
La Arashikage se encontraba de espaldas a ellos, observando la aldea desde los enormes ventanales que nunca nadie había visto abiertos, hasta ahora. El frío del invierno entraba en el despacho a bocanadas, pero Zetsuo no llegó a tiritar en ningún momento. Se mantuvo firme, como el muro de acero que siempre era.
Zetsuo se quedó momentáneamente paralizado, con la boca entreabierta y los ojos abiertos de par en par en una mueca de sorpresa. Se sobrepuso rápidamente, sin embargo, y tras un escueto "bien", se dirigió con Kiroe al ascensor. El largo trayecto hasta la última planta fue protagonizado por un tenso silencio, sólo roto por el constante rumor del motor de aquel armatoste de metal que desafiaba las leyes de la gravedad. No hacían falta palabras: Amekoro Yui ya había notado su ausencia.
Un débil tintineo anunció su llegada. Los dos adultos salieron del ascensor y enfilaron con paso firme el pasillo, dejando de lado los numerosos ventanales que daban vistas al resto de la aldea. Zetsuo ni siquiera se detuvo al ver que los portones de madera del final del corredor estaban abiertos de par en par, como las fauces de un dragón que los esperaba, hambriento. Simplemente, entró en el despacho junto a Kiroe y se adelantó hasta quedar frente al escritorio de ébano, en el centro de la sala.
—Yui-sama, necesitamos hablar con usted —habló, apremiante y sumamente serio.
La Arashikage se encontraba de espaldas a ellos, observando la aldea desde los enormes ventanales que nunca nadie había visto abiertos, hasta ahora. El frío del invierno entraba en el despacho a bocanadas, pero Zetsuo no llegó a tiritar en ningún momento. Se mantuvo firme, como el muro de acero que siempre era.