21/12/2018, 13:53
Kiroe había entrado detrás de él, y después de depositar con delicadeza su carga en el suelo, se arrodilló.
—Venimos a dar una explicación por nuestra ausencia, y a disculparnos por nuestra temeridad —habló la mujer, y Zetsuo le dirigió una mirada de alarma por el rabillo del ojo.
«¡Maldita pastelera!» Gruñó para sí, apretando sendos puños. Desde luego, si existía la remota e ínfima posibilidad de que Yui no se hubiera enterado de su ausencia, Kiroe se acababa de asegurar de que ahora sí lo supiera.
Sin embargo, pronto comprobarían que no tenían nada que temer por aquello...
—¿Lo necesitamos? —repitió Yui, remarcando la última palabra.
No se había vuelto hacia elloa, pero un escalofrío recorrió la espalda de Zetsuo cuando la vio echar la mano zurda hacia sus wakizashi. Yui intercambió una mirada con Shanise, Shanise le devolvió la mirada, y el arma se mantuvo a salvo en su guarda.
Se giró hacia ellos con la lentitud de un tiburón que acecha a su presa. Era cuestión de tiempo que escondiera la aleta bajo el agua, y sería en ese momento cuando...
—También traemos a Ayame, aunque ha pasado algo terrible... —añadió Kiroe.
—¿Algo terrible? —repitió la Arashikage, llena de un violento sarcasmo que los sacudió con la fiereza de un huracán—. ¿Cómo que Ayame fue poseída por el Gobi, dices? —les clavó sus ojos eléctricos, y fue como si les hubiese atravesado con sus dos espadas—. ¿Cómo que cinco de mis ninjas desaparecieron sin dar explicaciones, dices? —La mano de Yui apretaba cada vez con mayor fuerza la empuñadura de la wakizashi que pendía de aquel lado en su cadera—. ¿¡A eso te refieres con algo terrible, Kiroe!?
«Me cago en mi vida... Lo sabe todo. ¿Pero cómo...?»
Y aunque se estaba dirigiendo a la pastelera, una gota de sudor frío recorrió la sien de Aotsuki Zetsuo. El hombre que luchaba por mantenerse firme como un muro de acero se estaba viendo a sí mismo desmoronarse ante la fuerza de la Arashikage. En aquellos instantes, comprendió, ellos no eran más que dos hormigas que trataban de refugiarse de las pesadas gotas de lluvia que amenazaban con ahogarlos. Y fue en aquellos instantes cuando Aotsuki Zetsuo, el hombre que hacía años no conocía la palabra miedo, sintió auténtico pánico.
Ni siquiera el Gobi había tenido aquel poder sobre él.
Caminaban sobre una fina lámina de hielo, sobre un océano de lava que la derretía bajo sus pies. Un paso en falso, una palabra mal dicha, y entonces...
Lentamente, como quien no quiere perder el contacto visual con una bestia que está mostrando las fauces abiertas hacia ellos, Zetsuo flexionó la rodilla y se inclinó como Kiroe. Igual de lento extendió el brazo hacia el bulto que aún yacía en el suelo, y de un solo movimiento retiró la túnica que lo cubría, y dejó al descubierto a una muchacha que a todas luces tenía todos los rasgos de Ayame; si no fuera por aquellos cabellos blancos que se oscurecían ligeramente en sus puntas hasta un castaño claro, la sombra roja que adornaba sus párpados inferiores y las ropas, faltas de cualquier color azul que Ayame siempre había gustado vestir.
—"Poseída" no es la palabra que yo utilizaría, Arashikage-sama —habló Zetsuo, inclinando la cabeza—. Por favor, déjenos explicarnos.
—Venimos a dar una explicación por nuestra ausencia, y a disculparnos por nuestra temeridad —habló la mujer, y Zetsuo le dirigió una mirada de alarma por el rabillo del ojo.
«¡Maldita pastelera!» Gruñó para sí, apretando sendos puños. Desde luego, si existía la remota e ínfima posibilidad de que Yui no se hubiera enterado de su ausencia, Kiroe se acababa de asegurar de que ahora sí lo supiera.
Sin embargo, pronto comprobarían que no tenían nada que temer por aquello...
—¿Lo necesitamos? —repitió Yui, remarcando la última palabra.
No se había vuelto hacia elloa, pero un escalofrío recorrió la espalda de Zetsuo cuando la vio echar la mano zurda hacia sus wakizashi. Yui intercambió una mirada con Shanise, Shanise le devolvió la mirada, y el arma se mantuvo a salvo en su guarda.
Se giró hacia ellos con la lentitud de un tiburón que acecha a su presa. Era cuestión de tiempo que escondiera la aleta bajo el agua, y sería en ese momento cuando...
—También traemos a Ayame, aunque ha pasado algo terrible... —añadió Kiroe.
—¿Algo terrible? —repitió la Arashikage, llena de un violento sarcasmo que los sacudió con la fiereza de un huracán—. ¿Cómo que Ayame fue poseída por el Gobi, dices? —les clavó sus ojos eléctricos, y fue como si les hubiese atravesado con sus dos espadas—. ¿Cómo que cinco de mis ninjas desaparecieron sin dar explicaciones, dices? —La mano de Yui apretaba cada vez con mayor fuerza la empuñadura de la wakizashi que pendía de aquel lado en su cadera—. ¿¡A eso te refieres con algo terrible, Kiroe!?
«Me cago en mi vida... Lo sabe todo. ¿Pero cómo...?»
Y aunque se estaba dirigiendo a la pastelera, una gota de sudor frío recorrió la sien de Aotsuki Zetsuo. El hombre que luchaba por mantenerse firme como un muro de acero se estaba viendo a sí mismo desmoronarse ante la fuerza de la Arashikage. En aquellos instantes, comprendió, ellos no eran más que dos hormigas que trataban de refugiarse de las pesadas gotas de lluvia que amenazaban con ahogarlos. Y fue en aquellos instantes cuando Aotsuki Zetsuo, el hombre que hacía años no conocía la palabra miedo, sintió auténtico pánico.
Ni siquiera el Gobi había tenido aquel poder sobre él.
Caminaban sobre una fina lámina de hielo, sobre un océano de lava que la derretía bajo sus pies. Un paso en falso, una palabra mal dicha, y entonces...
Lentamente, como quien no quiere perder el contacto visual con una bestia que está mostrando las fauces abiertas hacia ellos, Zetsuo flexionó la rodilla y se inclinó como Kiroe. Igual de lento extendió el brazo hacia el bulto que aún yacía en el suelo, y de un solo movimiento retiró la túnica que lo cubría, y dejó al descubierto a una muchacha que a todas luces tenía todos los rasgos de Ayame; si no fuera por aquellos cabellos blancos que se oscurecían ligeramente en sus puntas hasta un castaño claro, la sombra roja que adornaba sus párpados inferiores y las ropas, faltas de cualquier color azul que Ayame siempre había gustado vestir.
—"Poseída" no es la palabra que yo utilizaría, Arashikage-sama —habló Zetsuo, inclinando la cabeza—. Por favor, déjenos explicarnos.