22/12/2018, 16:06
Zetsuo habló, y ellas escucharon. Una historia repetida. Una historia que hubiesen deseado no fuese cierta, pero a la que, definitivamente, ya no podían dar la espalda.
—Disculpad un momento, pero habláis como si ya supiérais todo esto —dijo—. ¿Cómo es posible?
Ah, esa sí era una buena pregunta. De hecho...
—Eso mismo me pregunto yo. ¿¡Cómo coño es posible!? —estalló—. ¡Eh, ¿cómo coño es posible?!
No sé cómo describiros lo que sucedió a continuación para hacerle justicia. ¿Alguna vez han visto a un bijū tomando posesión de su jinchūriki? ¿Han estado en el Examen Chūnin y han visto como el Gobi emergía del cuerpo de Ayame? ¿Toda esa energía, brotando de su piel? Podemos decir que esto fue algo parecido. Capa tras capa, cola tras cola, el bijū de la tormenta que vivía en el interior de Yui luchaba por salir. Se veía en cada gesto, en cada mirada. En su mano cada vez más tensa sobre el wakizashi. En sus pasos, que daban vueltas tras el escritorio como un león enjaulado. En el mismo aire, eléctrico.
Era la misma tormenta que había asesinado al descendiente de Sumizu y a todos sus familiares y amigos. Sin que le temblase el pulso, solo para demostrar que nadie podía jugar con ella ni con la Lluvia.
La misma tormenta que había puesto punto y final, en aquel mismo despacho, a Aiko la Inmortal.
—¡Por los putos uzujines! —respondió por ellos, y su voz retumbó como un trueno.
»¡Me tuve que enterar por los putos uzujines! ¡E incluso también por los kusajines! —añadió, como si lo primero no fuese ya suficiente ultraje—. ¡Y cuándo voy a buscaros para enviar un equipo de rastreo, resulta que habíais desaparecido! ¡Y ahora parece que ya lo sabíais todo! ¡Y yo aquí sin enterarme de una puta mierda!
Dio un golpetazo con la base del puño a la pared, que pareció encogerse de puro terror.
—¿Desde cuándo coño lo sabíais, eh? ¿No considerasteis que merecía la pena contármelo? —Sus ojos centellearon como relámpagos.
»¿¡Qué pasa, Kiroe!? ¿¡Qué porque te hayas retirado piensas que ya no me debes lealtad!?
»¿¡Qué ocurre, Zetsuo!? ¿¡Qué por todo tu currículum piensas que ya puedes hacer lo que te dé la gana!?
El trueno, el relámpago… Cualquier amejin sabía lo último que quedaba por salir de aquella tormenta.
Era un día curioso, aquel día, ¿no les parece? Había muchos significados posibles que darle. Era, quizá, ¿un simple mal presagio? ¿Simple casualidad? ¿O era algo más? Acaso, lo que en realidad estaba sucediendo, era que el cielo…
… ¿se estaba guardando las lágrimas?
—Disculpad un momento, pero habláis como si ya supiérais todo esto —dijo—. ¿Cómo es posible?
Ah, esa sí era una buena pregunta. De hecho...
—Eso mismo me pregunto yo. ¿¡Cómo coño es posible!? —estalló—. ¡Eh, ¿cómo coño es posible?!
No sé cómo describiros lo que sucedió a continuación para hacerle justicia. ¿Alguna vez han visto a un bijū tomando posesión de su jinchūriki? ¿Han estado en el Examen Chūnin y han visto como el Gobi emergía del cuerpo de Ayame? ¿Toda esa energía, brotando de su piel? Podemos decir que esto fue algo parecido. Capa tras capa, cola tras cola, el bijū de la tormenta que vivía en el interior de Yui luchaba por salir. Se veía en cada gesto, en cada mirada. En su mano cada vez más tensa sobre el wakizashi. En sus pasos, que daban vueltas tras el escritorio como un león enjaulado. En el mismo aire, eléctrico.
Era la misma tormenta que había asesinado al descendiente de Sumizu y a todos sus familiares y amigos. Sin que le temblase el pulso, solo para demostrar que nadie podía jugar con ella ni con la Lluvia.
La misma tormenta que había puesto punto y final, en aquel mismo despacho, a Aiko la Inmortal.
—¡Por los putos uzujines! —respondió por ellos, y su voz retumbó como un trueno.
»¡Me tuve que enterar por los putos uzujines! ¡E incluso también por los kusajines! —añadió, como si lo primero no fuese ya suficiente ultraje—. ¡Y cuándo voy a buscaros para enviar un equipo de rastreo, resulta que habíais desaparecido! ¡Y ahora parece que ya lo sabíais todo! ¡Y yo aquí sin enterarme de una puta mierda!
Dio un golpetazo con la base del puño a la pared, que pareció encogerse de puro terror.
—¿Desde cuándo coño lo sabíais, eh? ¿No considerasteis que merecía la pena contármelo? —Sus ojos centellearon como relámpagos.
»¿¡Qué pasa, Kiroe!? ¿¡Qué porque te hayas retirado piensas que ya no me debes lealtad!?
»¿¡Qué ocurre, Zetsuo!? ¿¡Qué por todo tu currículum piensas que ya puedes hacer lo que te dé la gana!?
El trueno, el relámpago… Cualquier amejin sabía lo último que quedaba por salir de aquella tormenta.
Era un día curioso, aquel día, ¿no les parece? Había muchos significados posibles que darle. Era, quizá, ¿un simple mal presagio? ¿Simple casualidad? ¿O era algo más? Acaso, lo que en realidad estaba sucediendo, era que el cielo…
… ¿se estaba guardando las lágrimas?